Este verbo que admite todas las formas posibles de conjugación



Nuestra Señora de la Asunción. Juan de Juni. Retablo mayor de la catedral de Valladolid
No es raro, es sólo uno más. Pero no es como lo demás. Hay que pregonarlo, aunque su hedor es tan inconfundible, que no vale sólo con negarlo.
¡Mamá, este huevo huele mal! No lo toques, hijo, está “corruto”. La cosa más hermosa y sabrosa que ha creado la madre naturaleza, si se corrompe pasa a ser lo más pestilente que puede haber en este mundo.
Sí, me estoy refiriendo al verbo corromper. En él se contienen corruptor/a, corrupción y corrompido/a, corrupto/a. De él se deriva corromperse… que viene a ser como si la misma entraña de las cosas estuviera mal desde el principio y llegara un momento en que, a pesar de que nada pareciera presagiarlo ni sospecharlo, explosionara manifestándose en su más hedionda asquerosidad…
Este escrito que inicié hace no recuerdo cuánto me sirve de comienzo para reseñar este día, quince de agosto, en que todo el país, y parte del resto del mundo, celebra fiesta.
No es sólo la Asunción; es otra muchas denominaciones, unas marianas y otras no. Como si hubiera auténtica necesidad de celebrar en este día algo que está metido en nuestros genes, en el tuétano social, en el alma de las gentes y las cosas, y necesitara que el cuerpo, lo que aparenta y no sé realmente si es por sí mismo o por delegación, participara hasta la extenuación, más allá de las finitas fuerzas físicas y biológicas.
Por más que los entendidos hablen de la excelencia de lo que nos define como seres superiores (?) capaces de transcender la simple y a veces aburrida materia, la realidad material –observable y tangible– es la que no sólo a primera vista nos sorprende, también en una segunda aproximación nos sigue atrayendo y a veces obsesionándonos. ¿Amor a primera vista?
Esta fiesta que la plebe forzó a crear oficialmente a la oficialidad reinante es un triunfo de la materia sobre el espíritu, de la valoración del cuerpo ante y/o contra la excelencia del alma, de la terrenalidad frente a la etereidad.
¡En cuerpo y alma! insiste en lo primero, cuando lo segundo es lo único que contaba. Es un dogma popular, plebeyo, tosco y simple; suena a besos de abuela ruidosos y entrañables; a pan untado en mantequilla recién hecha; a jota bailada en panda en la plaza del pueblo; a revolcón con la parienta entre la paja aventada de la era; a cantos de liberación a golpe de porrón pasado de mano en mano…
Sí, “corrutos” y corruptores, queremos que no nos idealicen, ni sublimar las cosas que amamos. Así, como somos, con arrugas y la piel gastada, con las tripas rotas y los ojos legañosos, torpes de oreja y escasos de memoria; o nos toman o nos dejan.
La Asunta en medio del agosto, no es una rebaja más del ansia comercial; al contrario, es lo más excelso que nos podía ocurrir: así seremos, para siempre, por toda la eternidad, en el centro mismo de la Vida.

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