Domesticando al salvaje oeste




Recordando cómo era el camino del Pesquerón encontré esta foto, con Moli en lo alto del puente sobre la ronda exterior y Berto a punto de llegar arriba que mira expectante. Tiene fecha, porque las digitales son así, del día 11/06/11. Habíamos vuelto a andar este camino después de que un guarda muy correcto y escrupuloso, recién llegado de Covaleda según dijeron, me advirtiera de que los perros sueltos no se permiten en el pinar. Sin discutir ni realizar más trámites, recuperamos este otro recorrido que ya estaba estropeado por completo. Para qué decirle a este buen señor que Moli fue siempre suelta por campos de Castilla, de Aragón y hasta de las Vascongadas. Incluso por Francia nadie jamás le colocó el ramal, no lo habría aguantado.
El camino del Pesquerón era nuestro ruta de verano, junto con el canal, porque entonces el pinar se hace inhabitable e “irrecorrible” de puro seco y caluroso. Así que según qué días, unos íbamos junto al agua y otros bajo él; los aspersores no tenían con nosotros ninguna consideración.
Fuimos testigos, Moli y yo, porque entonces los paseos eran un dueto, de cómo el camino se iba transformando conforme avanzaban las obras de aquel mastodóntico proyecto. Cómo se abrieron enormes zanjas para enterrar enormes colectores que recogieran y recondujeran las aguas freáticas. Cómo se explanó el terreno, se rellenaron los bajos, se achataron las lomas y se pusieron unos enormes pilares que tardaron un año en fraguar para sostener ese puente que ahora Moli “disfruta” sin poner en ello ni una pizca de entusiasmo. Mucho tiempo después descubrí que para visitar a su amigo “El Moro” de El Cuartelillo, lo utilizaba a modo de atajo a la vuelta del pinar, cuando desaparecía y llegaba a casa más de mediada la mañana.
Si al principio podíamos atravesar malamente entre las obras (y era una auténtica gozada en plan explorador, porque cada día encontrábamos aquello diferente, con zanjas y montones de tierra, tubos de tamaño natural y máquinas que parecían moverse solas), llegó el momento en que no, porque se levantaron vallas a ambos lados de aquel doble vial que rodea por el sur la ciudad, conectando la autovía de Castilla –que conecta Irún con Tarifa– con la autovía de Pinares que conduce a Segovia.
Llegó un día en que andar aquel camino dejó de resultar gratificante, y recuperamos el pinar. Yo tardé en volver a usarlo, Moli de vez en cuando y a escondidas.
Este verano hemos demorado pisarlo porque la rutina tiene a veces esa fuerza, a pesar de que las muchas lluvias del invierno y la fiereza del sol en estos últimos meses han convertido al pinar en un infierno de maleza seca y áspera. No acabábamos de resituarnos al nuevo escenario andariego cuando hete aquí que entra una máquina y lo deja tal que así:

Será difícil que este tramo, justo el que discurre tras el Casetón, que aún conserva parte de su fisonomía original se mantenga durante demasiado tiempo. Mucho me temo que esto sea un simple aviso de lo que se nos avecina.


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