Te sientas
muellemente en el sillón y contemplas satisfecho la obra terminada. Un mes es
mucho tiempo, pero ha merecido la pena. Todo está limpio y ordenado. Todo está
en su sitio y ya no tienes que pensar dónde colocaste tal cosa porque cada una está
en su lugar. Miras hacia la derecha y ves el amplio ventanal que da al patio
con los tiestos debidamente alineados. Miras al frente y compruebas que la
librería está firme y los libros, libres de polvo y paja, tal vez no estén en
el orden acostumbrado, pero con el tiempo el que tienen será el que debe. Miras
hacia la derecha y compruebas que el ordenador ha vuelto a su mesa involca y la
estantería de la pared contiene todos tus cedés de música. Tuerces un poco más
la mirada y observas que sobre el buró hay más menudencias de las que
corresponde debajo del reloj, pero no le das importancia porque ya se irán
repartiendo por aquí y por allá. Esto… ahí falta algo, te dices una pizca
alarmado. ¡No está el atril! ¡Ostras, tú miguelangel, no lo has visto en el
trasiego con las cajas, ni al meterlo ni al sacarlo! Vamos a ver, tratas de
pensar y recordar… Y empleas en ello un buen rato hasta que te cansas y lo
dejas, porque llega el momento de irse a nadar.
Dentro del agua el
dichoso atril no se te va del pensamiento. Tratas de recordar los últimos
movimientos que hiciste con él…
Siempre ha estado
colgado del lateral del buró o en uso sobre la mesa camilla. Ese trasto no ha
tenido otra función y lugar de encaje: o soportando el libro que leías o
descansando sobre la papelera. Así ha estado desde que lo fabricaste con restos
de un armario viejo que te dieron de desecho en el arzobispado.
Calla, espera, una
vez salió de casa. Se lo llevaste a Ramón, para que pudiera leer cómodamente
sentado sin tener que sujetar las páginas cuando la enfermedad ya era
manifiesta. Luego Tere te lo devolvió al tiempo que te regalaba un libro y una
dedicatoria de ambos. Las sábanas llegaron después; o ¿fue antes? Ya no
consigues recordar. Tere tiene la costumbre de abordarte siempre después de la
celebración del domingo, o sea que bien pudo dártelo en la sacristía o al salir
de la iglesia. Si hubiera sido así, tal vez lo dejaste en el otro lado de la
calle, y allí lo has tenido desde entonces. Porque usarlo no lo has usado
desde… veamos… Sí, reconoces que hace mucho que no lees un libro como dios
manda, sin mirar a la pantalla del mac; o en la cama, antes de apagar.
Es la una y media de
la madrugada pero el hormiguillo de los nervios te fuerza a comprobar dónde lo
dejaste. Sales de casa, atraviesas la calle, te diriges a la sacristía y no lo
ves. Entras en el despacho, abres el armario y ¡zas! En efecto, no estaba a
simple vista.
Con el atril en su
sitio de descanso, cierras el ordenador y te diriges, seguido por Sola, al
dormitorio. ¡Qué bien se duerme sobre sábanas regaladas por unos buenos amigos
y acunado por la sonora respiración de esta labradora!
¡¡¡A las tantas de la madrugada te vas a buscar el atril!!!, anda Míguel, que ya es estar intrigado. Menos mal que lo encontraste que si no te veo rebuscando en lo que sea que uses como trastero quitando chismes para un lado y chismes para otro, menos mal. En fin, enhorabuena por el hallazgo y haz el favor de no obsesionarte tanto con las cosas, éstas aparecen cuando quieren aparecer y mientras tanto, tranquilo, todo llegará.
ResponderEliminarBesos
¡Qué bien se dice eso, compañera, cuando es a otra persona a la que le preocupa algo! También tú, cuando algo te inquieta o te perturba, remueves roma con santiago hasta dar con ello.
ResponderEliminarSi no sales en busca de lo perdido, esperar sentado no es ninguna solución. ¿A que sí?
Besos tranquilos