Que me paso muchas
veces y más allá de lo que me debiera ser permitido, lo sé. Que incluso peco de
temerario, soy consciente. Y de que estaría mejor callado que hablando, o
escribiendo, pues también. Pero ¿es que los demás no hacen lo mismo e incluso a
veces más que yo?
Esto es lo que vengo
pensando de vuelta de mi rato con los residentes de La Arbolada. Allí he
disfrutado de la santidad de unas personas recluidas de por vida, la que les
quede, y no sabiendo si hoy es San Fermín y hay jarana en Pamplona, o si la
rojilla palmó frente a Uruguay, o si a Bárcenas le llegará para pagar esa
fianza tan bestial que suman tantos millones de euros. A ellos y ellas ya estas
cosas ni les va ni les viene, porque su día a día discurre por senderos de
pequeñas rutinas y necesidades básicas.
Aunque suena a música
celestial, en algunos lugares anuncian, con la parafernalia habitual de
milagros y tal, la inminente canonización de unas personas por haber cumplido
el canon de las preceptivas estipulaciones. Según para quien, todas ellas están
en el mismo bando o en equipos no sólo diferentes sino incluso enfrentados.
Suenan Álvarez del Portillo, Pablo VI, Juan XXIII, Monseñor Romero y Juan Pablo
II. Todos ellos varones, linajudos, a quienes la santidad se les supone por el
cargo, que ahora podrían convertirse en modelo a imitar por cualquier ser
humano plebeyo e iletrado.
A mí, esta manera de
hacer las cosas no me parece correcta. Y no digo más, que ya lo dijo San Pablo,
el de Tarso, hace ya demasiado tiempo como para haber perdido rigor: “Dios me libre de
gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo
está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues lo que cuenta no es
circuncisión o incircuncisión, sino una criatura nueva. La paz y la
misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también
sobre el Israel de Dios. En adelante, que nadie me venga con molestias, porque
yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús. La gracia de nuestro Señor
Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén.” (Gálatas
(6,14-18)
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