No tenía ninguna gana
de hacer esta entrada, de verdad, no me apetecía. Pero cuando han pasado ciento
diez días desde que papa Francisco ascendió, o descendió en mi opinión, al
solio pontificio, oigo y leo cosas que lejos de afectarme, hacen lo contrario:
distanciarme.
Nunca he tenido dependencia
de lo que venía de Roma, y si algo me ha interesado es saber qué es lo que
llega hasta allá. Porque la Ciudad Eterna está demasiado lejos de cualquier
parte del mundo, demasiado aislada en medio de la humanidad, creyente o no, que
habita este planeta. No quiero hacer cálculos, pero a ojo de buen cubero deben
necesitar muchos contenedores los documentos de todo tipo que salen de todas
las coordenadas del mapamundi con dirección a los despachos vaticanos. Avisos, informaciones,
infundios, comidillas, críticas, denuncias, peticiones, solicitudes formales,
invitaciones, ruegos y preguntas…
Pero como no tengo
acceso a nada de todo ello, finjo que no me importa, y vivo sin prestar más
atención. Que llegue lo que llegue, allá quien lo manda y quien lo recibe.
Ahora parece que
cualquier gesto de papa Francisco tiene que resonar en el mundo entero. Y en
parte está ocurriendo. ¿Qué interés hay en ello? De una parte ya se apuntan
brotes verdes. De la otra, miran y escuchan, y se restriegan los ojos y se
limpian las orejas por dudar si lo que ven y oyen es verdad o mentira.
Unos amenazan con que
papa Francisco de un golpe de báculo dejando todo como está. Otros aventuran
sus miedos por lo que pueda llegar a provocar. Y aquellos, finalmente, ya hace tiempo
que están tirando cohetes.
Me provocan mucha
ternura tanta personas preocupadas. Entre tanto el mundo sigue girando sobre su
eje alrededor del sol. Y cada quien ha de pensar en lo que está haciendo y, si
es posible, cómo mejorarlo.
Lo demás, a mí me
parece pura vanidad. Ya lo decía el viejo predicador:
«Una generación va, otra generación viene, pero la tierra para
siempre permanece. Sale el sol y el sol se pone; corre hacia su lugar y allí
vuelve a salir. Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te
gira sigue el viento y vuelve el viento a girar. Todos los ríos van al mar y el
mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir. Todas
las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver, ni el
oído de oír. Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará: nada nuevo hay
bajo el sol. Si algo hay de que se diga: “Mira, eso sí que es nuevo”, aun eso
ya era en los siglos que nos precedieron. No hay recuerdo de los antiguos, como
tampoco de los venideros quedará memoria en los que después vendrán». (Libro de
Cohélet 1, 4-11)
Estoy empezándome a
preocupar. A Juan XXIII le dediqué cuatro entradas; a Bendicto XVI, seis. A
Francisco con esta ya van doce.
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