“Clases de treinta
o treinta y cinco alumnos, en las cuales el profesor diariamente
"tomaba" la lección, siendo los contenidos del catecismo o la
"Doctrina" la única que tenía que ser preguntada al pie de la letra.
Y para asegurar éstos se celebraban anualmente tres certámenes de la Doctrina.
Las notas que cada alumno obtenía semanalmente eran reflejadas en el Boletín
semanal que era remitido a las familias…”, acabo de leer en una página titulada “Aquellos
alumnos en color sepia” que mi antiguo colegio de Lourdes mantiene en su web
oficial, http://www.colegiolourdes.es. Y, cosa muy propia en mí,
enseguida he empezado a recordar…
Aquel día de la
semana era para mí terrorífico. Entraba el hermano director en el aula con una
caja de regaliz en la mano, se sentaba y empezaba a nombrar por orden de
excelencia, desde el primer alumno hasta el último. Íbamos situándonos en
fila alrededor del recinto hasta concluir. Entre medias, parabienes o rapapolvos,
según tocara. A mí siempre de éstos, porque mi posición solía estar de la mitad
para atrás, más bien hacia la cola.
En casa siempre,
semana tras semana, me tocaba suplicar la firma de mi padre, mi madre se
ausentaba en este asunto, sin la cual no era posible devolver el dichoso
boletín. Y había que hacerlo, vellis nollis. Así que durante mi infancia
colegial cada semana había un día de suplicio notaril.
Dicho boletín,
forrado en papel azul, reflejaba las notas de todas y cada una de las
asignaturas del curso, divididas en partes. La más noble, en la parte de arriba,
incluía asuntos tales como Doctrina Cristiana, Urbanidad, Conducta. En una
segunda, Matemáticas, Gramática… Y creo recordar que había una tercera en la
que estaría la Gimnasia. Así que la suma de todo ello daba la nota final de la
semana y el orden en el que me tocaba a mí y al resto de compañeros situarnos en la cola detrás del primero. Este solía ser, con una regularidad pasmosa, Laso,
José Francisco Álvarez Laso. Siempre él. O casi siempre.
Es verdad que la
doctrina cristiana que ocupaba la parte más de arriba era cuidada y atendida en
mi colegio. No en vano los hermanos de las escuelas cristianas también eran
conocidos como hermanos de la doctrina cristiana. Sin embargo, las otras dos,
urbanidad y conducta, no lo eran tanto, aunque se considerasen. Daban incluso
hasta diploma al final de curso, que íbamos a recibir todos juntos al teatro
Calderón. Poseo dos al mérito (sic).
Lo fuerte, sin
embargo, del asunto estaba en la parte de en medio. Ahí había que sudar la
camiseta y estudiar de lo lindo. Y en esto es precisamente en lo que yo
flojeaba, en tanto que en lo de arriba siempre salí airoso. Muy aplicado en
doctrina, bien educado y con buen comportamiento. Si mi nota media de aquella
época reflejara a mi persona, no habría podido continuar estudiando. Por
incapaz. Pero seguí a pesar de todo, y lo hice con soltura y en algunos lugares
hasta con sobresaliente.
El boletín de las
notas semanales debe estar por casa, en cualquier rincón lleno de polvo y
telarañas. Mis recuerdos los tengo bien presentes. Y también las discusiones
sobre una asignatura considerada por la gran mayoría como “una maría” que había
que cursar, pero que nadie impartía y nadie preparaba. Sólo figuraba.
Pasó el tiempo y ya
de profesor me avisan de que hay una reunión para docentes de la asignatura de
religión. Preside el obispo. Allí están muchos compañeros y compañeras, curas y
no curas, y tras el acto protocolario y el planteamiento de la cuestión,
levanto la mano, me conceden la palabra, y empiezo una disertación improvisada
–pero profunda y largamente reflexionada– sobre el por qué esa materia no debería
constituir parte integrante en el diseño curricular en un centro de enseñanza,
sino algo a impartir en la familia, la parroquia o similares. Rápidamente me
retiran la palabra, y casi hasta me mandan a la calle. Me callé, pues, y
aguanté unos minutos más en aquella reunión. Terminé marchándome.
Vuelve a estar esta
polémica en lo alto del candelero. Y hay para todos los gustos. Particularmente
expresivo ha sido el escritor Juan José Millás.
Y también hay que citar aquí la réplica que le ha dado Pedro Miguel Lamet.
Tal para cual. Yo me inclino de la parte de Pedro, porque el Juanjo en mi
opinión se ha pasado más de un pueblo.
Pero no estoy con
ninguno de los dos. La religión no pinta nada en la escuela. Si algo ha de
haber es cultura religiosa, historia de la religión, religiones comparadas, o
cualquier otro título que exprese cómo la religión ha formado y forma
actualmente parte de la cultura y de la historia, de la filosofía y de la
literatura de todos los pueblos que son y han sido a lo largo de nuestra
evolución como seres humanos.
Pero hacer como a mí
me hicieron escribir cien veces las bienaventuranzas porque en un momento dado
no conseguí recitarlas de memoria, eso sí que no. Y mucho menos suspender a
alguien porque en religión está in albis.
En este tema (también en otros, pero en este especialmente) eres el más valiente de los curas que se expresan en público que yo conozca o lea. Tienes más razón que un santo. Esta idea de la derecha más rancia de nuestra tierra patria, auspiciada por la jerarquía de la iglesia católica, de la obligatoriedad de "aprender" la doctrina católica en todos los colegios, públicos y privados, es decir ADOCTRINAR en todos sus términos, para ser la más en el ranking de la "cantidad" de fieles y, de paso, conseguir el rebaño de obedientes y dóciles ovejas en su redil para así manejarlos mejor a su antojo, es una atrocidad permanente que demuestra un fanatismo sin límites sólo comparable a otros fanatismos que por el mundo pululan haciendo daño a propios y extraños. Volvemos a las cruzadas para imponer la doctrina del papa de Roma a todo el mundo mundial, como sea, por la fuerza, con la guerra, con los colegios privados subvencionados por los presupuestos generales del Estado, en lugar de destinarlo a una escuela pública de calidad, laica, etc., con una ley vergonzosa hecha por un ministro de vergüenza ajena. Bueno, en resumen, que estoy contigo. La práctica religiosa, cada uno la que quiera, es algo que pertenece a la esfera de lo íntimo, personal, privado y ya está.
ResponderEliminarUna anécdota de mis 6-7 años en el pueblo. Me sabía el catecismo estupendamente bien, el cura venía los jueves a la escuela a darnos la doctrina. Yo era de las destacadas y por tanto fui elegida para competir en el siguiente nivel -en Benavente exactamente- con el resto de elegidos de las parroquias de los pueblos de la comarca. Gané. ¿Y qué?, pues nada eso es lo que había. Con los años me volví descreída y aquí estoy queriendo que la ICAR salte por los aires cuantos antes. Como dice un cura estupendo de la parroquia de San Carlos Borromeo de Madrid, cuando vea al papa y toda la curia romana, cerrar el Vaticano e irse a las chabolas a predicar el evangelio, entonces creeré en ellos, como creo en mi amigo Míguel que es lo que ha hecho durante toda su vida de cura.
Besos, amigo Míguel, la coherencia ante todo.
Después de hacer mi comentario he leído a Millás y Lamet. Ambos dicen lo mismo desde sensibilidades distintas. A mi Millás me ha llegado desde la razón a las tripas que es lo que me inspira este gobierno y sus tropelías, repugnancia. Lamet hace lo que debe desde su sensibilidad y es difícil no estar de acuerdo con él porque lo explica sin la vehemencia de Millás. Entiendo que tú estés con Lamet, hacéis lo mismo desde planos distintos. Seguro que ambos se entenderían pero, seguro también, que ninguno se entiende con este gobierno. No sé en qué estaban pensando nuestros conciudadanos cuando les votaron con la mayoría que lo hicieron, no lo entiendo.
ResponderEliminarBesos