Había una vez un
hombre muy rico que habitaba un gran castillo cerca de una aldea.
Quería mucho a sus
vecinos pobres y siempre estaba ideando medios de protegerlos, ayudarlos y
mejorar su condición.
Plantaba árboles,
hacía obras de gran importancia, organizaba y pagaba fiestas populares, y junto
al árbol de navidad que preparaba para sus hijos hacia colocar otros con
regalos para los niños de la vecindad.
Pero aquella pobre
gente no amaba el trabajo, y esto les hacía esclavos de la miseria.
Un día el dueño del
castillo se levantó muy temprano, colocó una gran piedra en el camino de la
aldea y se escondió cerca de allí para ver lo que ocurría cuando pasara la
gente.
Poco después pasó un
hombre con su vaca. Gruñó al ver la piedra, pero no la tocó. Prefirió dar un
rodeo, y continuó enseguida su camino. Pasó otro hombre tras el primero, e hizo
lo mismo. Después siguieron otros.
Todos mostraban
disgusto al ver el obstáculo y algunos protestaban con él; pero ninguno lo
removió.
Por fin, ya cerca
del anochecer, pasó por allí un muchacho, hijo del molinero.
Era trabajador y
estaba cansado a causa de la faena del día. Al ver la piedra, dijo para sí:
"La noche va a ser oscura, y algún vecino se va a lastimar contra esa
piedra. Es bueno quitarla de ahí".
Y en seguida empezó
a trabajar para quitarla.
La piedra pesaba
mucho, pero el muchacho empujó, tiró y se dio maña para irla rodando hasta
quitarla de en medio.
Entonces vio con
sorpresa que debajo de la gran piedra había un saco lleno de monedas de oro. El
saco tenía un letrero que decía: Este oro es para el que quite la piedra.
El muchacho se fue
contentísimo con su tesoro, y el hombre volvió también a su castillo, gozoso de
haber encontrado una persona de provecho que no huía de los trabajos difíciles,
y que pensaba en el beneficio de los demás.
* * * * *
Palabra de honor que esa
piedra no le ha movido yo, y palabra también que no encontré ningún tesoro.
Tuve que hacer como los primeros caminantes, dar un rodeo, no por la piedra
sino por las zarzas que cerraban por completo el sendero.
Este cuento es
popular y lo cuentan en muchos lugares. Menos en el mío, porque piedras como
ésa no existen; allí sólo hay tierra.
Viene muy a cuento,
sin embargo, este cuento para referirse al sendero que une Castromonte y La
Santa Espina. Por las piedras, que abundan, y por la maleza, que sobreabunda. Lo malo es
que no sé de qué manera podrían enterrarse bolsas con monedas a lo largo de
todo el recorrido para que hubiera alguien que fuera limpiando las dos veredas
que discurren por el valle, a ambos lados del río Bajoz.
No faltan caminantes
en día de descanso. No sólo por estar próximo al Camino de Santiago que procede
de Madrid. También por el embalse, que es una preciosidad rica en flora y en
fauna.
Estaría muy requetebién
que alguien con autoridad se lo tomara en serio.
Seguro que en estos tiempos de penuria laboral y sus consecuencias, no faltarían manos dispuestas a quitar las malezas del camino y no por una bolsa llena de oro si no sólo y tan sólo por un salario digno, qué menos. Con tantas cosas como se te ocurren ¿por qué no se las haces llegar a los alcaldes, concejales o lo que corresponda de esos lugares? A lo mejor hasta te lo agradecían porque a ellos es posible que ni siquiera se les haya ocurrido, los hay muy cortitos. Mejor gastar el dinero de la comunidad en algo útil que en contratar un espectáculo de toros, novillos o cualquiera de sus versiones cutres de los pueblos pero que cuestan una pasta para las fiestas del pueblo.
ResponderEliminarPues oye ya tienes una tarea: hacer llegar a las autoridades de Castromonte y La Espina que se ponga manos a la obra y adecenten las veredas.
Besos y suerte con la misión.