Una jornada intrascendente

Según estaba preparando para celebrar la eucaristía, al abrir el evangeliario y ver cual tocaba hoy, se me vino la melodía de una canción vieja: Tú eres, Señor, el pan de vida. Y la estuve tarareando incluso en el paseo con los perrillos.
Luego, antes de comenzar, comenté con las señoras que estaban en la iglesia si se acordaban de la canción. Y la canturreé. Sólo una, Carmenchu, dijo recordarla.
La he pillado en Internet, y aquí está. Ahora me entero de que es del hermano Tomás Aragüés.



Pero eso fue al final del día. La jornada empezó mucho antes, con Gumi lanzado como un misil, que venía de no sé dónde, y se largó tampoco sé hacia qué lugar. Luego comprobé que había estado toda la mañana encerrado en la selva del prado de marqués.
Como sólo Sola me acompañó todo el tiempo, porque Berto también había desaparecido, me dediqué a sacar fotos del paisaje hasta que me cansé.






Entonces me dije, ¡se acabó! Y fui a por ellos. A Berto lo encontré de vuelta y sin collar. Menos mal que no se quedó enganchado entre las zarzas; se lo habrían comido las alimañas. En cuanto a Gumi, tras dos intentos, al fin lo descubrí, a lo lejos, siguiéndome, aunque manteniendo la distancia. Estuvo haciéndose el sueco a mis voces, y cuando casi lo tengo a mis pies, se arrancó hacia el prado oscuro y tuve que lanzarme en su persecución. Dos azotes le arreé, aunque a él seguro que le parecieron caricias. Si llego a perderlo de vista, allá dentro el perdido habría sido el mendas.
El día acabó casi como empezó: a la carrera. ¡Qué fría se ha puesto la noche!

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