El otro día, al
regresar del monte nos desviamos para fotografiar el túmulo donde está
enterrada Moli.
Antes almorzamos en
el prado. El oca, o sea la oca macho, estaba suelto y solitario. También se ha
quedado sin su pareja, y lejos de agredirme o asustarme, como hiciera en otro
tiempo, se me acercó mimosón y con ganas de cariño.
Sí, fue un miércoles
de pascua frío y sin embargo sentí una extraña calidez apacible.
En mi descargo, por
si a alguna persona se le ocurriera pensar que esto mío es chochez, diré que he
encontrado estas dos cosas, sin buscar demasiado:
1. Un poema de Pablo
Neruda*:
UN
PERRO HA MUERTO
Mi perro
ha muerto.
Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.
Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz fría.
Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.
Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.
Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.
Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales,
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.
Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.
No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.
Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.
Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.
Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz fría.
Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.
Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.
Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.
Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales,
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.
Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.
No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.
Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.
2. Un portal de internet donde se pueden colocar rendidos homenajes a perros perdidos sin collar:
* Late and Posthumous Poems: 1968-1974. Fundación Pablo Neruda. Edición bilingüe. Grove Press, 841 Broadway, New York 1988
Precioso y sentido poema. Es algo común entre la gente que conozco que tiene perros y yo, sin tenerlos, siento lo mismo porque los que he conocido en casa de mi hermana, son como personas estupendas, sólo les falta hablar, me dejan anonadada del todo, se comportan con tanta empatía y tanta incondicionalidad que emocionan. De los dos que tenían, Baby, también murió como Moly, era muy viejecito y ya no podía más: no veía, casi no podía andar y hubo que ayudarle a terminar con los dolores que acarreaba. También está enterrado en la finca junto a los otros dos anteriores a los que les pasó lo mismo. Tor, está triste y sin su compañero y amigo anda un poco desorientado así que están a la espera de un labrador de dos añitos que quizá pase a formar parte de la familia.
ResponderEliminarCon esto quiero decirte que ni chocheces ni ná, sensibilidad y nada más. Te comprendo.
Besos