A su edad, cursaba
sexto de bachillerato, y me preparaba para enfrentarme a la reválida superior.
Con dieciséis años cumplidos estaba decidido a solicitar el ingreso en el
seminario diocesano tras el verano. Cuando hacía dos años que vestía pantalón
largo, y apenas seis meses que había conseguido la autorización paterna para
fumar en público, (aunque con algunas condiciones), me encontraba libre de
polvo y paja para decidir sobre mi vida y mi futuro. A su edad, yo lo tenía
claro. Fue después cuando llegaron las dudas y un largo tiempo de maduración
personal.
Ahora les toca a
ellos, dieciocho personas, mitad chicas y mitad chicos, dar un paso más en su
vida cristiana, y recibir el sacramento de la Confirmación. Estuvieron aquí
hace mucho tiempo, casi un siglo; entonces les trajeron sus padres, o sus
abuelos; eran muchos más, casi medio centenar. Cuando volvieron de nuevo, tras
la primera comunión, habían crecido, pero aún tenían aires de niñez. Ahora, dos
años más tarde, han cambiado… para bien. Acabo de leer sus alegatos finales, y
aunque exponen cosas oídas y aprendidas, las expresan como propias, como
originales suyas, nacidas de su propio sentimiento. Mañana se presentan ante la
comunidad parroquial, porque el próximo domingo serán confirmados. Es posible
que alguien piense de ellos que son bichos raros en los tiempos actuales. Yo
les veo completamente normales, sanos y guapos, jóvenes y llenos de vida,
estudiosos y responsables en sus compromisos. Afirman todos, ellos y ellas,
estar convencidos de lo que van a hacer, y con plena libertad y conocimiento.
Si Tomás mostró
dudas, ¿quién se verá libre de ellas? Lo que importa es no tirar nunca la
toalla, como el apóstol; tarde o temprano, ocupando el lugar elegido y estando
acobijados debidamente, la consagración que reciban sobre sus personas les
llevará a la confesión propia de los testigos convencidos y cualificados:
«Señor mío y Dios mío».
Son unos valientes.
Aún así no podemos dejarlos solos, aún no. El Espíritu Santo no lo puede hacer todo
si no tiene a mano instrumentos adecuados.
Esta vez las fotos, se me antoja, que acompañan muy bien al relato. La secuencia del nacimiento de las yemas verdes tan bonitas, más tarde las flores incipientes ya apareciendo, y finalmente la flor ya hecha y espectacular. Muy bien y muy bonito.
ResponderEliminarBesos
Fruto de un viaje campero, con una primavera incipiente mas imparable.
ResponderEliminarSaqué estas fotos pensando en ellos y ellas, pero sin saber que iban a tener esta aplicación práctica.
¡Cómo atinas, Julia!
La pena es que no pude sacarles al grupo, porque tenía las manos ocupadas con otros menesteres. Gajes del oficio.
Besos