Me acerqué al libro
para ver alguna novedad. Tan a bombo y platillo lo habían anunciado, y la
prensa sacó titulares tan a contrapelo, que decidí comprarlo. Alguien se me
adelantó y lo depositó en mi correo.
Una mañana, algo
tempranito, me puse a leer…
Hasta que me atasqué. Exactamente en la página 33, justo
ante el epígrafe “El nacimiento virginal, ¿mito o
verdad histórica?
[Antes de nada he de resaltar la forma de
escribir que tienen en la imprenta vaticana. Porque supongo que me ha llegado
en versión original, habida cuenta de quien ha sido el sujeto emisor.
Acostumbrado a escribir con mi pequeña máquina portátil, ahora en el ordenador
utilizo muy poco, prácticamente nada, el tabulador, y doy al paso de carro sólo
al empezar párrafo tras punto y aparte. En el resto la máquina misma pasa a
renglón siguiente, y me dejo llevar por la corriente. En esta edición que estoy
leyendo, en versión texto rtf, hay golpes de tabulación a todas las horas, y
prácticamente hay renglones enteros cuyas palabras están separadas no por el
espaciador, sino por el tabulador. Una cosa muy extraña, y sin embargo la
apariencia del escrito es exquisita, perfecta.]
A lo que iba. Ahí, en la treinta y tres me he
parado. Y desde ahí continuaré, porque me lo voy a leer todo.
El caso es que en las páginas leídas aprecio que
el autor, o sea Joseph Ratzinger, está instruido en los avances de la
investigación bíblica; cita a autores de última generación. Pero no discute con
ellos, simplemente dice que su opinión no le convence, y que le gusta mucho más
la suya.
Esto me recuerda cuando estudié filosofía
escolástica, la única en mi vida, que en cada tesis, tras el enunciado general
y el estado de la cuestión, se citaban a los adversarios, es decir, a los
pensadores que no estaban de acuerdo con el principio enunciado, o bien
defendían posturas que de alguna manera lo contradecían, o las consecuencias de
sus afirmaciones llevaban a conclusiones diferentes… A todos se los ventilaba
de un plumazo, con razones o sin ellas; las más de las veces por el método
expeditivo de acusarles de estar en el error. Claro ellos ni mu, no había lugar
a la controversia. De modo que la tesis pasaba a continuación a defender su
principio, rematando con uno o varios corolarios en los que normalmente se
volvía a zumbar a los disidentes.
Así he podido observar que se maneja el autor en
este pequeño libro sobre la infancia de Jesús en estas páginas primeras.
Hasta aquí nada ha cambiado. Salvo el incidente
de la mula y el buey, que ciertamente no aparecen en los evangelios, la
teología que se desprende es la que está, la de siempre.
Sin embargo, el otro día, departiendo tras una
comida de familia, alguien dijo que había empezado a leer y que también lo
había interrumpido. Se sentía perpleja, la mujer. Esperaba otra cosa, tal vez
palabras claras y contenidos concretos, entendibles y asumibles. Concluía que
volvería al Catecismo. Mi pecado fue callarme, cuando debería haberle señalado
que el lugar a donde dirigirse en su situación eran los evangelios; así,
directamente y sin más dilación.
Acabé de leerlo hace unos días. Y me quedé…
como estaba.
No voy a discutirlo. No doy la talla. Quien lo
firma lo hace por doble partida: por su nombre de pila bautismal, Joseph
Ratzinger, y por su nombre de Papa, Benedicto XVI. No voy a discutir, tampoco
evaluar, a un teólogo reconocido; mucho menos poner en tela de juicio la
palabra del Papa.
Sin embargo, hay una cosa que me runrunea; si
está tan seguro de lo que dice, con el segundo nombre basta, y aquí paz y
después gloria. Pero si no lo está, con el primero solo habría dejado todo
abierto, y permitiría que cada creyente razonara por sí mismo lo que le parece
mejor. No creo que quienes investigan y tienen puestos en centros docentes
oficiales vayan ahora a decir en público otra cosa, a pesar de que las
investigaciones de los últimos cincuenta años ofrecen interpretaciones y
reflexiones muy distintas. Y los que son de otros lugares o pastan libremente
por su cuenta tienen ya su público y lectores, y seguirán en lo suyo; eso al
menos creo yo.
Volví a comer con la familia, y surgió de nuevo
el tema. Esta vez enmendé mi pecado, y apunté claramente que el libro conviene
leerlo, porque está bien saber qué opina el Papa de este asunto, y con él una
parte grande de la Iglesia Católica, y ver sus razones y explicaciones. Volver
al catecismo, dije que no era la solución, porque un texto así está cuadrado, o
redondo; tiene límites, exactamente las palabras en que está escrito; es punto
de llegada, no de partida. Dejé bien claro que lo mejor de lo mejor es tomar el
evangelio y leer en él. Ya se encargará el Espíritu que está dentro de sus
letras y palabras de dirigir el corazón ansioso para entender, comprender y
orar.
Claro, otra cosa hay que dejar bien clara antes
de nada: el texto de la Biblia es asequible, en lectura y en adquisición (se
lee fácilmente y es barato), y no tendría que faltar en ninguna casa en donde
habite persona bautizada. Pero ya comprendo que esto es harina de otro costal,
como decía mi padre cuando el asunto a tratar tiene otras connotaciones que más
vale no tocallas.
Pues, querido Míguel, si de lo que se trata es de recaudar dineritos para el Sr. Ratzinger o para el Papa de Roma, que le den, sabes, que le den. Si quiere hacer publico su pensamiento (vaya tontá de pensamiento, por cierto) que lo regale a quienes tengan -como tú- la curiosidad de saber qué dice. Pues si está cantado, no ves lo que hace, pues todo lo demás son jueguecitos intelectuales - intelectualoides-, pérdidas de tiempo, vaya. No puedo con vuestra forma de ver las cosas de esta jerarquía, les permitís tantas cosas que así pasa lo que pasa. No os entiendo. En fin, a mi no me quita el sueño ni me preocupa lo más mínimo lo que piense o deje de pensar semejante personaje, está tan alejado de Jesús de Nazaret que no sé cómo se atreve....
ResponderEliminarYa no sigo porque me enciendo.
Besos
Encenderse nos está mal, al contrario: se ponen en funcionamiento partes interiores que solemos tener en pausa.
ResponderEliminarTampoco pierdo yo el tiempo de sueño, pero está bien saber por dónde vamos cada quien. Y siempre es ocasión para aprender cosas que no se han estudiado en su momento.
Besos