Se dice que los curas
y el mundo clerical que representan, es decir, la jerarquía de la Iglesia
Católica de Roma, [aclaro tanto porque iglesias hay muchas, católicas también,
y sólo una tiene a Roma como punto de referencia], o no creen en los milagros,
o se hacen los duros cuando alguien apunta con el dedo y grita ¡milagro!
Llenita está la historia de situaciones que lo confirman.
Servidor, no sé si
seré bueno o mal cura, pero como tal y no precisamente por serlo no tengo
especial interés por los milagros. Vamos, que me da lo mismo que haya o que no
haya. Ni me apasionan, ni me van a quitar el sueño.
Lo cual no quiere
decir que piense que Dios no pueda hacerlos, porque si es lo que la filosofía
dice, concretamente la Teodicea, no sólo puede, sino que debería hacerlos para
demostrar por él mismo lo que nosotros, por mucho que pensemos racionalmente,
no conseguimos demostrar. Esto es: que existe.
Y dado que hasta el
CIS se ha convencido de que en esta sociedad, al menos la española, nadie es a-teo,
es decir, aquí todas las personas dan por descontado que hay Dios, ¡qué mejor
demostración de fuerza que venir y zás, milagrito al canto!
Pero a mí los
milagros ni me molan, ni me hacen falta, ni los quiero, y mucho menos los
exijo. Además está también eso de que si Dios hace milagros aquí sí y allí no,
ahora esto y luego lo otro, bien podría pensarse que es un veleta, o un sin
entrañas.
Dicen que en los
evangelios Jesús es presentado como poderoso en obras y palabras, y que hizo
milagros. Dicen que los santos también hicieron hechos portentosos. Y dicen que
María también hace milagros; en Fátima, en Lourdes, en Međugorje, en
Czestochowa, en Garabandal, en El Escorial…
Y antes, el pueblo de
Israel cuenta que Dios hizo muchos y maravillosos gestos milagrosos en su
favor, desde el arco iris tras un diluvio tan universal, pasando por el Mar
Rojo abierto de par en par y terminando por la parada del sol en la conquista
de Canaán, la tierra prometida. Luego, como que se dio unas vacaciones y hasta
que apareció en el mundo una pareja, Zacarías y Ana, no volvió a las andadas.
En efecto, ellos
fueron los papás de María, la que luego sería una mozuela nazarena de mucho
empaque y tronío.
Cuentan que en cierta
ocasión Jesús envió a unos amiguetes a cierto lugar a realizar un trabajillo.
Cuando volvieron, tristes dijeron que no habían conseguido hacer ningún
milagro. Y Jesús les animó a tener fe, porque entonces serían capaces de que
las montañas se moviesen. Eso mismo le pasó a Jesús, que donde no había fe, no
conseguía casi nada.
De modo que parece
que la una va unido a lo otro. Si hay fe hay milagro; si no la hay, no. O sea,
para que se de milagro, debe darse fe. Así que tal parece que todo el personal
que asistió a las curaciones milagrosas de Jesús tenían fe, aunque no creyeran
en Jesús, porque aceptaron las curaciones y sólo se cabreaban porque o lo hacía
en sábado, o se saltaba las leyes del templo, o se acercaba a los impuros que
entonces eran muchos y diversos.
Que María nació del
cariño de Ana y Zacarías nadie lo discute. Lo dice la tradición y es más que
suficiente. Que nació como todo ser humano nace, sí. Para una parte hubo allí
un milagro; para la otra, si hubo un milagro no fue precisamente aquel en que
se hace hincapié, o por lo menos que no se trató de un milagro en la forma en
que se dice. Los primeros intentan afirmar a María como segregada,
diferenciada, distinta del resto de los seres humanos: ella fue santa, exenta
de pecado, desde su principio; en tanto que todos los demás venimos empecatados
por un mal original, universal e invencible.
Porque tengo fe creo
que María nació santa de toda santidad, pero no pretendo imponérselo a nadie.
Lo mismo que digo que así nacemos todos y todas, y no quiero que nadie me
obligue a callarme. Santa ella, santos todos. ¿Dónde vería yo el milagro? En
que María nunca se salió del camino, en tanto el resto hacemos lo que
buenamente vamos pudiendo, aunque tengamos en la mano un plano suficientemente
explicativo.
Milagros hay, vaya
que sí; pero hay que saber mirar, porque no están tan a la vista ni son lo que
aparentan. En efecto, nuestro mundo está atestado de milagros. Y no porque se
aproxime la Navidad, que está al caer. Sino porque donde hay amor cualquier
cosa es posible.
¿Qué otra explicación
podríamos encontrar para resolver la ecuación existencial en que estamos
inmersos? Con la crisis atenazándonos inmisericordemente; familias completas
sin ingresos; casi seis millones de parados; anulada o reducida a lo mínimo
cualquier ayuda a la dependencia; desahuciados a diestro y siniestro arrojados
de sus casas; un futuro no incierto, negrísimo, para jóvenes con formación y
sin ella; adultos de ambos sexos que, próximos a las cincuentena, descubren que
ya son inservibles, juguetes rotos perfectamente desechables; ancianos que con
su sola pensión se las ven y se las desean para mantener a sus hijos e hijas,
yernos y nueras, nietos y biznietos… Con este panorama, ¿no es puro milagro que
no nos asaltemos a la vuelta de la esquina; que no nos merendemos unos a otros
en el rellano del ascensor; que en medio de las plazas y parques no nos
saquemos los ojos luego de habernos vaciado los bolsillos; que en el interior de
las iglesias aún sigamos rascándonos el fondo de los monederos para compartir
nuestros ya más que flácidos ahorros; que no hayamos salido a partir la cara a
tanto desvergonzado suelto que, además de llevarse los dineros ajenos, con los
que dicen propios se pavonean ante las narices del mundo entero?
Un milagro, sí, que
sólo es posible porque el amor todo lo aguanta, todo lo soporta, todo lo
perdona.
Y no, este milagro,
como dice el Papa de la Anunciación, tampoco sale en los periódicos.
Jo...bar....Miguelangelito....no he conseguido saber qué es lo que no dices diciendo. Porque sin entender lo que dices no diciendo, afirmas diciendo lo que no dices. De tal forma que no comprendo como entiendes eso que no entiendes, porque teniéndolo tan claro es imposible que haya tantas iglesias católicas increyentes.Solo para un cura que no es cura todas estas intelectualidades son milagros que no existen, todas ellas comprensibles gracias la fe cognoscitiva ajena a las mentes correctamente ilustradas.
ResponderEliminarBesos
(Aplica la moderación con moderación ¿eh?)
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
ResponderEliminar¿Qué interés se te sigue, Alberto mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?