¡En cuarentena!


Suena el móvil e interrumpe mi sueño apenas atrapado en mi rato de la siesta.
–Hace mucho que no viene a donar y le llamo para ver si tiene inconveniente en hacerlo. Me pregunta una voz femenina y juvenil.
–Pues sí, hace tiempo; quedaron en avisarme, pero no lo han hecho. Respondí.
–¿Quedaron en que le llamaríamos?
–Sí.
–Verá, es que tenemos su última donación en cuarentena, y hace falta sacarla.
–¿En cuarentena yo?
–Sí, no se inquiete. Lo hacemos siempre, hasta que al volver a donar los nuevos análisis nos permitan usar la entrega.
–Pues no sabía eso, respondí ya un poco mosca.
–Necesitamos sus plaquetas para un niño. Sus plaquetas las usamos siempre con niños.
Esto terminó de despejarme del sopor siestil, aunque me contuve. Pensé, mientras trataba de articular cualquier respuesta, que si había niños que necesitaban mis plaquetas, o no era urgente, o algo no estaba bien organizado, porque hacía más de un año que no me las pedían. Respondí al fin que me alegraba mucho de poder servir a la infancia desvalida. O algo parecido.
Total, que quedamos para hoy, martes, a las 10. Me van a oír; tenerme en cuarentena a estas alturas de mi historial de hemodonaciones. Si la última vez estuve casi ochenta minutos enchufado a la maquinita, un año y pico más vieja mi arteria en menos de hora y media no lo dejaría. Incluso puede que me aproxime a los ciento veinte minutos. O sea, hasta la hora de comer.
Este es el robot en cuestión que va a trabajar y cribar mis interioridades durante un buen rato:
[Aquí deberían estar otras fotos, pero un señor con uniforme me lo prohibió: “Esto es propiedad de la Junta, y sin el permiso de la directora del Centro no se sacan fotografías”. Y hube de borrar la única que saqué, antes de la admonición].
Y ese el Cuaderno de CyJ que pienso leerme de un tirón. Eso o mirar al techo:
Tras los trámites ineludibles que ya he narrado en anteriores ocasiones, me instalado en la tumbona, me pinchan y empieza el proceso de extracción – retorno…
Ejem, ejem. No, no fue así. Fue de esta otra manera:
1 ¿Que le han llamado? Qué extraño, no suelen hacerlo; son ya tantos… Esa fue la acogida en recepción, tras el aviso del uniformado.
2 La prueba sencilla del hematocrito falló, y mi gota de sangre lejos de hundirse en el líquido elemento, flotó como si fuera una boya marina en un campo de regatas. Hay que hacer un sistemático. El resultado fue muy satisfactorio, pero tardó en llegar media hora: 14, más que suficiente.
3 La tensión se rebelaba, si sería o no el síndrome de la bata blanca, y hasta la tercera no fue la vencida. La amable enfermera tuvo que quitársela, qué gentileza, y quedarse en su uniforme verde.
4 De plaquetas, ni hablar; nos iríamos a los noventa minutos. Esta vez sólo plasma. En 32 minutos lo avié. Eso sí, colaboré lo que puede abriendo y cerrando el puño a lo largo de las tres sesiones de extracción, y relajando la mano en los retornos.
5 Tras el reposo y la ingestión de un zumo, al salir, paso a recoger el carné de donante y no está, ya lo entregaron. ¿Cómo? Habrá habido una confusión, no se preocupe. ¿Se lo enviamos por correo cuando lo devuelvan? No se molesten, ya lo recogeré aquí la próxima vez; me llamarán de nuevo dentro de dos meses.
Salgo por la ciudad y camino con calma Campo Grande a través, cruzo bajo la estatua de Zorrilla y enfilo la calle Santiago. Nunca como esta mañana me sentí pueblerino en la capital. En la Plaza Mayor observo los preparativos navideños, una manifestación de trabajadores de la Sanidad y el Belén. En los antidisturbios no quise fijarme no fuera que me volvieran a amonestar por llevar la cámara en el bolsillo.
Aproveché para comprar el turrón para estos días, darme una vuelta por las oficinas del obispado y adquirir, por el módico precio de 13’50 € el Calendario Litúrgico de la Conferencia Episcopal Española. 1’50 de rebaja por ser vos quien sois.
Vuelvo para casa y antes de recoger el corsa entro de nuevo en el Centro de Hemodonación a preguntar por mi carné. ¿Está seguro que no se lo llevó usted cuando se fue? Sí, estoy seguro. En todo caso le volvemos a enviar otro. No, no me hace falta, no se molesten.
Consideraciones finales:
1ª Con la tensión alta a la vista de personal sanitario, una sangre pobre en hematocrito, y unas arterias débiles ante el pedazo de aguja que se usa en estos lances, me temo que estando bien, sin embargo nado por la parte de abajo, justo en la frontera. ¿Contarán conmigo una vez más?
2ª La lectura del Cuaderno de CyJ –¡Ay de vosotros! Distopías evangélicas, de José Laguna– no me relajó en absoluto, claro que no pude terminarlo. Al contrario: he comprobado que la distopía no sólo está en el Dios de las bienaventuranzas/malaventuranzas; también está en esta realidad, donde todo es tal cual se ve y aparece, por más que ¡qué más quisiéramos! fuera de otra manera bien diferente.
3ª Si para algunas personas siempre París será motivo de esperanza, comprobar que en el Belén la mula y el buey no faltan a la cita, para mí es más que suficiente. No pido más. Liberé por fin mis plaquetas bloqueadas en la cuarentena, y mi plasma servirá para un roto o para un descosido. Es suficiente.

6 comentarios:

  1. Vaya ajetreo Miguel Angel en la mañana de extracción de sangre. Hay días que parece que todo viene menos bien que otros o por lo menos así nos lo parece.
    Ha de ser una satisfacción ser donante y saber que las plaquetas de uno salvan vidas a otros.
    ¡oye! el belén de la foto no tiene mula ni asno (al menos no se ven).¡jejejej! que terca soy con este tema.
    Besos
    Anna J. R.

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  2. Te aseguro que estaban, los vi con mis propios ojos. Al querer pillar también la mani resulta que a la mula la tapó la columna de madera y al buey ese oferente arrodillado de manto azul. Mañana, aunque caigan chuzos de punta, vuelvo allá y saco una foto completa. Palabra de la buena.

    Besos

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  3. no se, no se....bueno si , me basta con tu palabra. jejejeje!

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  4. Además, si se entera el alcalde de la villa, señor León de la Riva, de tu resistencia a creer, es capaz de pagarte el viaje desde Barna sólo para que lo veas con tus mismos ojos.;=)

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