No lo dijo así, que
el señor Guerrero no utiliza expresiones tan “compadriles”. Se expresó mucho
mejor y con más “fineza”. Él no estaba de acuerdo con lo que yo pensaba y
“enseñaba”. Y suponía, que ya es mucho suponer, que cuando hablo pretendo
enseñar, y no es así ni mucho menos.
Esto fue hace un año,
por esta misma fecha, cuando al comentar la festividad de Todas las Santas y
todos los Santos, me incliné por indicar que de santidad todos estamos
pringados, y que no podemos librarnos de ella, no precisamente por nosotros,
sino por quien y en quien somos y existimos.
Y añadí aún más: el
famoso y muy utilizado texto del Evangelio de San Mateo, capítulo veinticinco,
donde se habla de un juicio en el que unos son apartados como cabras, a la izquierda
por supuesto, y otros como ovejas, a la derecha como corresponde, es
cualquier otra cosa, pero no un juicio. O si decidimos que sí lo es, la
sentencia siempre es absolutoria.
Atrevido, me llamó, y
creo que incluso pensó que errático y equivocado. Pero como me quiere, que lo
sé, no pasó de ahí.
El caso es que entre
las personas religiosas, y entre católicas especialmente, se cree que de
absolución general nada de nada. Que lo han dicho los obispos. Que aquí cada
quien se las verá, y tendrá que aducir pruebas para aprobar; en caso contrario,
no hay repetición, hay condenación.
Claro que los obispos
hablan de una cosa, de la forma de celebrar el sacramento de la penitencia, y
este asunto trata de lo que trata; es decir, de si vamos a confiar y así salvarnos,
o vamos a ser unos desconfiados, y nos condenaremos, tal y como dramatizó tan
magistralmente Calderón de la Barca.
Guardo un precioso
texto de mis tiempos en que aún estudiaba que conservo como oro en paño. Y lo
rescato del papel para situarlo en el ciberespacio. Es de Hans Küng, y se trata
de esto:
“Purificación,
acrisolamiento, liberación, iluminación: Tal vez aquí pudiera residir, y mi única
pretensión es que se tomen en consideración estos pensamientos, la particula
veri, el núcleo de verdad de una representación tan problemática como la del
purgatorio. ¡El verdadero núcleo, que únicamente sigue siendo verdadero si la
representación no se cosifica!”
…
“Todo hombre, aun
el mejor, queda a la zaga de sí mismo, de sus propias pretensiones y normas, y
nunca las recupera por completo. Para ser plenamente él mismo, hasta el «santo»
necesita perfeccionamiento, y no después de la muerte, sino en la misma muerte.
Y no sin razón mucha gente, a la vista de tanta culpa insatisfecha en este
mundo, se pregunta: ¿Cómo puede ser que el morir hacia el interior de Dios, la
realidad última de todas, sea para todos igual: igual para los criminales y sus
víctimas, para los asesinos de masas y la masa de los asesinados, para quienes
durante toda su vida se han esforzado por cumplir la voluntad de Dios sirviendo
verdaderamente a su prójimo y quienes no han cesado de hacer su santa voluntad
en detrimento de los demás? No; la transformación del rojo escarlata de la
culpa -por decirlo con palabras del profeta- en el blanco de nieve del perdón
no es cosa que competa al hombre culpable, o que se asemeje a una consumación
puramente automática con que todo el mundo, sin hacerse responsable de la vida
anterior, como quiera que haya sido ésta, puede tranquilamente contar. Al contrario,
la manera como debe realizarse tal responsabilización, purificación y
acrisolamiento no queda a merced de la curiosidad especuladora de los hombres,
sino que compete en exclusiva al Dios que juzga benévolamente: es el último y
omnicomprensivo acto de gracia de Dios”.
“Pues el hombre
muere entero, con cuerpo y alma, como unidad psico-somática. (…) Pues lo
decisivo es que el hombre al morir no entra en la nada, sino en Dios, en la
eternidad de su «ahora» divino, que hace irrelevante para el que muere la
distancia temporal de este mundo entre la muerte personal y el juicio final. La
condición temporal del hombre queda ahora consumada en la definitiva de Dios.
Razón tiene Karl Barth al decir: «El hombre como tal no tiene un más allá, ni
necesita tenerlo; Dios es su más allá. Que Dios mismo, en cuanto creador,
aliado, juez y salvador del hombre, haya sido ya en vida su fiel «frontero» y
en la muerte lo sea de manera definitiva, exclusiva y total y nunca deje de
serlo, eso es el más allá del hombre. Ahora bien, el hombre como tal tiene
condición de aquendidad, es un ser que termina y muere, y un día, por tanto, no
habrá de ser más que lo que aún no ha sido. Que él, en cuanto alguien así sido,
será no nada, sino partícipe de la vida eterna de Dios, ésta es la promesa que
se le brinda en su situación frontera con Dios, ésta es su firme esperanza y
seguridad. Así, pues, el contenido de esta esperanza no es la liberación de su
aquendidad, del hecho de terminar y morir, sino algo positivo: la glorificación
inminente -por obra de Dios- de su naturaleza, de su condición de aquendidad,
de su condición natural perecedera y mortal». Morir hacia el interior de Dios,
como es visto, no debe entenderse en sentido platónico o aristotélico-tomista
como una separación del cuerpo y el alma, sino como un acto de consumación que
juzga benévolamente, que purifica, ilumina y salva: ¡así, por obra de Dios, el
hombre se torna plena y enteramente hombre, es decir, es «salvo»! El purgatorio
del hombre es Dios mismo en el furor de su gracia: la purificación es el
encuentro con Dios, en cuanto que tal encuentro juzga y acrisola al hombre,
pero también lo libera e ilumina, lo salva y perfecciona”. (¿Vida eterna? Respuesta al gran
interrogante de la vida humana. Ediciones Cristiandad).
Ya se comprende,
según lo entiendo y compruebo que no sólo yo, que la santidad está como
desvaída, y que por más que miramos a la gente no encontramos sino defectos,
fallos y maldades, aunque a veces nos deslumbren destellos de humanidad que por
elevación, a veces y sólo a veces, adjetivamos como santos. ¿Santos? ¿Cómo
llamar santa a la vecina que deja que su perro orine en la esquina de mi
puerta? ¿Cómo considerar santo al explotador, torturador y homicida? ¿Santo el
que ahora banquetea alegre, ajeno al hambre de los que ha desprovisto de ropa y
comida?
Así mirado, no hay
salvación para ningún ser humano.
Pero no es nuestro
juicio el que cuenta, sino el mirar de Dios, el juicio justo que él emite.
Y a partir de esta
gran palabra, escrita por San Pablo, «Y cuando el universo le quede sometido,
entonces también el Hijo se someterá al que se lo sometió, y Dios lo será todo
en todo» (1 Cor 15, 28), concluye Hans Küng su libro con estas palabras
finales:
“Dios todo en
todo: Yo
puedo abandonarme a la esperanza de que en el ésjaton, en lo último, en el
reino de Dios, será superado el extrañamiento de Creador y criatura, hombre y
naturaleza, logos y cosmos, como también la división en más acá y más allá,
arriba y abajo, sujeto y objeto. Entonces Dios estará no sólo en todo, como
ahora, sino verdaderamente todo en todo, transformándolo todo en sí mismo y
dando a todos parte en su vida eterna en ilimitada, infinita plenitud. «Pues
-como dice San Pablo en la carta a los Romanos- de él y por él y para él son
todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos» (Rom 11, 36)”
“Dios todo en
todo: Nadie
podría expresarlo mejor, me parece, que el vidente del Apocalipsis, en las
últimas páginas del Nuevo Testamento. Allí, presentadas en extraordinaria forma
poética (entramado de liturgia cósmica, júbilo nupcial y plácida felicidad), se
encuentran unas frases de promesa y esperanza, con las que quisiera concluir
estas lecciones sobre la vida eterna: «Vi entonces un cielo nuevo y una tierra
nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar
(lugar del caos) no existía ya. Y vi bajar del cielo, de junto a Dios, la nueva
Jerusalén, ataviada como una novia que se adorna para su esposo. Y oí una voz
potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres; él
habitará con ellos y ellos serán su pueblo; Dios en persona estará con ellos y
será su Dios. Y enjugará las lágrimas de sus ojos, ya no habrá muerte ni luto,
ni llanto ni dolor, pues lo de antes ha pasado» (Apoc 21, 1-4). De modo que no
sólo habrá vida en la luz del Eterno, sino que la luz del Eterno será nuestra
vida y su reinado nuestro reinado: «Lo verán cara a cara y llevarán su nombre
en la frente. Noche no habrá más, ni necesitarán luz de lámpara o de sol,
porque el Señor Dios irradiará luz sobre ellos y serán reyes por los siglos de
los siglos» (Apoc 22, 4s).
Si esta es la
perspectiva correcta, si a esto estamos abocados y enfilados, libres por
supuesto pero “tutelados” por la mano divina, ¿cómo no celebrar este día de hoy
por todo lo alto?
¡Felicidades, Santas y Santos,
Todxs Santxs!
Gracias por tu felicitación. Por lo menos soy la mitad de santa, por la segunda parte de mi nombre. De lo demás no respondo. Y de lo importante, ya hablaremos, que me ha interesado mucho lo que dices, pero tendré que pensarlo.
ResponderEliminarPues ahora que caigo, no pensaba en ti cuando saqué la foto que corona este escrito, pero es una fuente, y es santa, las dos cosas. Da de beber desde hace… a un pueblo del páramo castellano. Pero bien podía habérseme ocurrido.
ResponderEliminarEn cuanto a lo importante, tú ya irás diciendo, que tiempo vas a tener para pensar; pero no esperes respuestas contundentes, porque de ésas no suelo andar sobrado.