Una cabeza de pescado





“¿Has metido la cabeza en el congelador?” “No, ya lo haré”, fue mi respuesta de antesdeayer, cuando la trajo y la dejó encima de la mesa de la cocina. Pero no lo hice. Y ahora, ya entrada la mañana vuelve a la carga con la cabeza de merluza, y yo, la verdad, que ni la había mirado, saco el paquete del frigo y al deshacer el envoltorio grito como suelo hacer “¡esto no es merluza!”. “¡Que sí, que me la dio mi hermana!”. “Esto no es merluza”, concluyo pescando por la cola el espinazo y mostrándolo ante sus narices. “No sé qué coño es, pero no es merluza”, rubrico voceando más alto. Confirmo que yo, español, hablo alto; le doy la razón a León Felipe. Pensar, no sé si pensaré; alto, vaya que hablo alto. Pero no es para apabullar; debe ser para reafirmarme. Será.
Miro el paquete otra vez antes de embutirla en el congelador y leo en letra pequeña: corvina. ¿Corvina? A Internet.


Corvina Argyrosomus regius       (Eng) Meagre   (Fr) Maigre
Es un pescado blanco de agua salada. También llamado Andeja o Reig. Pertenece a la familia de los sciénidos, y es pariente de los corvallos y los verrugatos. Habita en profundidades que van de los 15 a los 300 m. de profundidad. Se halla en aguas costeras y estuarios salobres, en fondos lodosos y arenosos.
Se trata de un pez muy voraz de dieta fundamentalmente carnívora, que se alimenta de crustáceos, moluscos, gusanos y peces.
Es una especie eurihalina es decir, poco susceptible a la salinidad, cuyos ejemplares jóvenes prefieren niveles bajos de salinidad y zonas con mucha vegetación.


Sea lo que sea la o el “corvina”, será pasto de mi voracidad como cualquier tipo de cabeza de animal de agua, dulce o salada, o de tierra. De aire no, no sé por qué.
Y en estas estoy y me da por correr a escribir, que es que últimamente me urge hacerlo en cuanto cualquier cosa me sucede, de las de siempre o de las raras.
Y aquí estoy, tratando de unir palabras sobre lo que me ocurre.
Ayer noche me tragué una entrevista larga, de más de 47 minutos, que hacían a Dolores Aleixandre*. Me quedé pegado hasta que llegó el final, y con sabor a poco. Más, decían mis tripas, di más, que la pregunten por…
Como que volví a aquellos tiempos en que lo más progre era ir a escuchar a los progres. Salía remozado y con la convicción de que a hurtadillas participaba activamente en la lucha, sin haberme movido, sin haber ejercido, sólo por estar allí, oyendo.
Cuando la vida me puso delante, y ya no podía estar sentado sino ejerciendo, empezaron mis verdaderos problemas. Ahora era yo mismo el que tenía que hablar, a quien preguntaban o requerían; el que tenía que decir qué, cómo y cuándo; y también por qué. Y dejó de ser molón ser de la progresía juvenil. Y ya no era agradable que alguien viniera a avisarte de que estabas fuera de tiesto, que la tradición decía y las normas mandaban y que otros no hacían lo que tú querías que se hiciera.
Tras el primer batacazo por intentar aplicar lo que recibí de mis maestros sin anestesia previa y sin lección introductoria, fui moderando poco a poco mis ansias y sin aparcar las convicciones no despreciaba nada, ni las verduras ni la carne, ni la fruta ni el pescado, pero no lo intentaba meter a palo seco. Dejé que el tiempo también jugara su baza.
Ahora escucho a Isabel, a sus noventa y cuatro, decir a las vecinas a mis espaldas: “Si yo tampoco le entiendo todo, es que mi oído ya no es el que era. Pero es lo que hay, y no es mal chico; si viniera otro ¿lo haría mejor?”.
Uno no es un loro, ni siquiera un periquito. No salí programado para repetir las lecciones aprendidas a puro golpe de codo, aunque algo me tocó; ni acepté sumisamente ser un clon de ningún clan. Luchamos contra ello. Sufrimos por superarlo. Es verdad que terminaron por darnos facilidades de pago y abreviaron el final, no matándonos, sino perdonándonos la vida. Pero me, nos, condenaron al ostracismo. Desde entonces somos una rara especie, a extinguir según dicen. Dinosaurios, exclaman; viejos y carcamales que ni saben vestirse, ni aprecian el brillo de las buenas formas de toda la vida, lo que da prestigio y prestancia.
No me importa. Mi mamá solía traer de la plaza cosas que las pescateras anunciaban como raras. Era peces de bahía, pequeños y con mucha espina. O de río, con sabor a pecina. Difíciles de comer pero muy fáciles de cocinar, que ella no fue nunca experta. Feos todos ellos a más no poder. Nada que ver con una preciosidad de pescadilla o con la majestuosidad de la merluza. Y nos chupábamos los dedos ante la mirada atónica de mi padre, que él era de tradiciones firmes y seguras, de poner las cosas al estilo de su casa, como siempre se había hecho, como debían ser las cosas.
Un cura no puede ofrecer, como sucede conmigo, una imagen relativa.  Ha de dar seguridad. Saber a qué atenerse. Se espera escuchar de mí cosas sabidas porque están mandadas y ordenadas, escritas, subrayadas y promulgadas. Hay quien se espanta y no vuelve. O deja de mirarme y escucharme, y conecta a su manera con lo que quiere e interesa, aprovechando lo aprovechable. Sucede que algunas personas no irían a otro sitio, y lo dicen claramente, si tú no lo haces no busco en otra parte. A veces pienso que es por no desplazarse; pero otras me digo que tal vez haya algo más, aunque no termino de aclararme.
Cuando abrí este blog, en el perfil me preguntaban, tras el nombre y la ubicación, el sector. Las ofertas de este apartado incluían entre muchas “religión”. No me pareció, como nunca me ha parecido. Siempre he dicho que la fe cristiana no es una religión, pero nadie o casi nadie me lo cree. Al poner cura de barrio, al ser sacerdote de la Iglesia católica, al presentarme como el párroco de aquí, seamos sinceros, ¿quién va a dejar a un lado los prejuicios religiosos?
O lo prejuicios humanos. ¿Celibato? ¿Pedofilia? ¿Súbdito de una monarquía absoluta? ¿Espía infiltrado de otro país? ¿Doble vida? ¿Gescartera? ¿Mantenido con el dinero de todos? ¿Privilegiado? ¿Ultramontano? ¿Comedura de coco?
Es raro sentirse mirado raramente, como un bicho raro. Como cuando competíamos en primera división de balón volea, como se decía entonces, y éramos los únicos que dábamos réplica al temido “Universitario”; los del pequeño “Pisuerga”, facusa para los amigos (fábrica de curas sociedad anónima), que íbamos en sotana con la ropa deportiva por debajo, y al terminar, sin ducharnos por no desnudarnos en público, nos volvíamos a ensotanar para lavarnos en el seminario, con recato y hasta con una pizca de vergüenza.
Bichos raros. Sí. Ahora me dicen chavales y chavalas que ellos también lo son si lo dicen en voz alta. No está de moda. Hay prejuicios.
En fin, estas cosas me ha dado por pensar ante esta hermosa cabeza de pescado que se comercializa con el nombre de corvina. Un día de estos me la zampo y la disfruto.

 
*Dolores Aleixandre es harto conocida en este blog. Su cabeza no tiene nada en común con la corvina, salvo que se aparta de lo trillado; está muy bien amueblada y de ella salen cosas muy interesantes. Anoche, mientras la escuchaba y la veía a toda pantalla, sus manos me atraían como un imán. Visionar esta entrevista produce muy buenos efectos sobre la salud, la física y la mental. Os la recomiendo.

1 comentario:

  1. Me encanta Dolores, sus libros, su humor...en fin, toda ella. Gracias por el enlace.

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