Una piedra y una cebolla

La piedra de sopa

¿Queda sopa?

En un pequeño pueblo, una mujer se llevó una gran sorpresa al ver que había llamado a su puerta un extraño, correctamente vestido, que le pedía algo de comer. «Lo siento», dijo ella, «pero ahora mismo no tengo nada en casa.»
«No se preocupe», dijo amablemente el extraño.«Tengo una piedra de sopa en mi cartera; si usted me permitiera echarla en un puchero de agua hirviendo, yo haría la más exquisita sopa del mundo. Un puchero muy grande, por favor.»
A la mujer le picó la curiosidad, puso el puchero al fuego y fue a contar el secreto de la piedra de sopa a sus vecinas. Cuando el agua rompió a hervir, todo el vecindario se había reunido allí para ver a aquel extraño y su piedra de sopa. El extraño dejó caer la piedra en el agua, luego probó una cucharada con verdadera delectación y exclamó: «¡Deliciosa! Lo único que necesita es unas cuantas patatas.»
«¡Yo tengo patatas en mi cocina!», gritó una mujer. Y en pocos minutos estaba de regreso con una gran fuente de patatas peladas que fueron derechas al puchero. El extraño volvió a probar el brebaje.«¡Excelente!», dijo; y añadió pensativamente: «Si tuviéramos un poco de carne, haríamos un cocido de lo más apetitoso...»
Otra ama de casa salió zumbando y regresó con un pedazo de carne que el extraño, tras aceptarlo cortésmente, introdujo en el puchero. Cuando volvió a probar el caldo, puso los ojos en blanco y dijo: «¡Ah,qué sabroso! Si tuviéramos unas cuantas verduras, sería perfecto, absolutamente perfecto...»
Una de las vecinas fue corriendo hasta su casa y volvió con una cesta llena de cebollas y zanahorias. Después de introducir las verduras en el puchero, el extraño probó nuevamente el guiso y, con tono autoritario, dijo: «La sal». «Aquí la tiene», le dijo la dueña de la casa. A continuación dio otra orden: «Platos para todo el mundo». La gente se apresuró a ir a sus casas en busca de platos. Algunos regresaron trayendo incluso pan y frutas.
Luego se sentaron todos a disfrutar de la espléndida comida, mientras el extraño repartía abundantes raciones de su increíble sopa. Todos se sentían extrañamente felices mientras reían, charlaban y compartían por primera vez su comida. En medio del alborozo, el extraño se escabulló silenciosamente, dejando tras de sí la milagrosa piedra de sopa, que ellos podrían usar siempre que quisieran hacer la más deliciosa sopa del mundo.
(Este cuento lo narra Antony de Mello en La oración de la rana II. Sal Terrae. Santander 1990, pág.  191. Está repetido por muchos lugares con nombres tales como Una piedra para la sopa, La sopa compartida, La piedra de sopa o La piedra mágica. Él, sin embargo, no la pone título, aunque en el índice del libro la señala con la frase que encabeza este post. Nosotros lo usamos en nuestra catequesis parroquial, y la gentecilla conecta enseguida con la historia y comprende que compartir merece la pena; luego saben mucho mejor las cosas y siempre llega para todos.)

 
Sin embargo toda acción buena tiene su contrapartida, si no este mundo no sería este mundo. Y, precisamente porque este mundo es así, transciende que da gusto, incluso mucho más allá de él.
Tal es el caso de esta cebolla, que podría haberse añadido a la sopa de antes, pero que tuvo que cumplir otra misión. La pobre no pudo con ella, le sobrepasó.

La Cebolla

Había una vez una vieja muy mala y murió. La mujer no había realizado en su vida ni una sola acción buena y la echaron en el lago de fuego. Pero el ángel de la guarda que estaba allí pensó: «¿Qué buena acción podría recordar para decírselo a Dios?» Entonces recordó algo y se lo manifestó: «Una vez arrancó de su huertecillo una cebolla y se la dio a un pobre».
Y Dios le respondió complacido: «Toma tú mismo esa cebolla y échasela al lago de forma que pueda agarrarse a ella. Si puedes lograr sacarla del fuego, irá al paraíso, pero si la cebolla se rompe tendrá que quedarse donde está».
El ángel corrió hasta donde estaba la mujer y le alargó la cebolla: «Toma, mujer, agárrate fuerte, vamos a ver si te puedo sacar».
Y comenzó a tirar con cuidado. Cuando ya casi la había sacado del todo, los demás pecadores que estaban en el lago de fuego se dieron cuenta y empezaron todos a agarrarse a ella para poder también salir de allí. Pero la mujer era mala, muy mala, y les daba patadas diciendo: «Me van a sacar sólo a mí, no a vosotros: es mi cebolla, no la vuestra».
Pero apenas había pronunciado estas palabras, cuando la cebolla se rompió en dos y la mujer volvió a caer en el lago de fuego. Allí arde hasta el día de hoy.
El ángel se echó a llorar y se fue.

(Leyenda rusa narrada por Fiódor Mijáilovich Dostoievski)


Y yo ahora me pregunto… Mejor no, que las preguntas se las haga quien quiera. Yo ya tengo suficiente con secarme las lágrimas, ¡maldita cebolla!

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