Siquiera un día sin
madrugar, porfa. Ese fue el ruego. Y nos lo condecimos. Y ¿qué mejor día que el
día de la consti? Dicho y hecho.
Ya había luz más que
suficiente cuando se me abrieron los ojos del cuerpo. Los del alma, tardaron un
poquillo más. Desayuno lento, ventilación de la casa sin prisas, avío de
pertrechos con mucha calma, y salida de la ciudad en solitario, por más que el
sol ya estaba alto.
En el pueblo también
había calma chicha. Ni un alma. En el prado Carlota, Pancho, Pili y Mili y
demás comparsa esperaban sin esperarnos, comiendo, que es lo suyo, y la espera
puesta en off.
Salieron del corsa a
tumba abierta, que el campo aún no tiene puertas, pero no se alejaron ni
siquiera un tiro de piedra. Y empezó el paseo.
Sí, nos dijo un
cazador anónimo, andan por el “prado oscuro”. Cogimos dirección, a paso tardo,
sosegados por el ritmo de la naturaleza dormida.
Que digo yo, añadió
el anónimo, que, si ustedes no los quieren, yo adopto perros, indicando sin
señalar mientras hablaba a Gumi y a Berto. Ni le miré, y seguí caminando.
Entre el “prado
oscuro” y el “prado del marqués” los encontramos, con la percha vacía y el
cargador lleno. Iban de paseo, o de caza, o conchabados ambos dos, padre e
hijo, haciendo ganas para un buen almuerzo.
Juntos recorrimos el
circuito, un tropel de doce seres animados, ocho a cuatro patas y cuatro a dos
y malamente. A la hora del almuerzo ya éramos muchos más, gallináceas
incluidas. El prado era todo un alborozo.
Con el sol en su
apogeo, pequeñas reparaciones en la vieja casa desolada y descuartizada, una
comida frugal y una siesta prolongada al amor de la lumbre.
Paseo de nuevo por el
camino del balneario/embotelladora, con la vuelta a sol poniente a pesar de la
temprana hora. Que hay que ver qué pronto anochece en esta época del año.
En un desliz, Berto
se fue de exploración sin avisar. Una hora esperándole se nos hizo
inaguantable. Decidimos recuperarlo, costase lo que costase, porque no está bien
que sean otros los que saquen las castañas del fuego; los tratos sucios se
lavan en casa. Así que, a la luz de la luna creciente, con Moli nerviosa por no
ir y Gumi tranquilo por quedarse, volvimos a recorrer el camino de antes,
tocando pitos y chillando ¡Berto!
Tuvo que ser en el
final donde lo encontráramos. En más de hora y media no se había movido del
lugar donde quedó, dando vueltas con el hocico pegado al suelo, siguiendo un
rastro invisible que no le consentía atender a otros avisos.
Desandar el paseo,
poner el habitáculo del coche en habitable y volver a casa, fue el colofón de
este día largo de campo, pleno de aire y sol en los pulmones, y el reloj
olvidado por completo.
Pero las manos no volvieron vacías: ajos y cebollas, miel y puerros tiernos, y un conejo campero que ahora en la cazuela baila. Y al llegar, una quesada, con que una vecina amable nos obsequiaba.
Tras la cena a
dormir, el cuerpo cansado y el alma total.
Hola Miguel Angel, ¡vaya homenaje que dedicaste a tu "Consti"!. Me has dado envidia y me has recordado muchos días de campo castellano aprovechando descansos festivos. Me alegro y te felicito por tu saludable disfrute y por trasmitirlo de manera tan agradable.
ResponderEliminarUn abrazo.
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