No hablaré de política, palabra

 

Tengo por costumbre no hablar de esa cosa tan recurrente en algunas conversaciones y tan abundante en demasiadas tertulias televisadas o radioemitidas. No lo haré.
¿Que a quién voy a votar el 20N? A los de siempre.
Me corrijo; una sola vez cambié mi voto, y lo tiré a la papelera dirigiéndolo a un partido nuevecito, en un prurito de ingenua intrepidez. Puesto que era sólo un voto, qué importancia iba a tener que yo votara de esa manera. Así me lo razoné. Y quedé escarmentado.
Vuelvo a mi costumbre. Votaré a los de siempre.
Sí, bueno, pero ¿a quién vas a votar?
¿No lo estoy diciendo?
¡Sé claro! ¿Vas a votar por el PP, por el PSOE, por IU? ¿Por quién?
Quienes padecemos de idiocia no tenemos por qué responder a preguntas, ni siquiera dar explicaciones. Ya tenemos suficiente castigo con nuestra idiotez. ¿Seremos, además, responsables?
No obstante, y ya que se me insiste con la pregunta de a quién daré mi voto en las próximas elecciones del 20N, haré una circunvalación antes de dar mi respuesta.
No soy citador de los clásicos. Sólo muy de cuando en cuando apelo a ellos. Dicen que Aristóteles definió la política como “el arte de lo posible”. Parece ser que Gottfried Leibniz, otro sabio donde los haya aunque menos antiguo que el anterior, volvió a repetirlo. Pero el primero insistió diciendo que el hombre es “un animal político”. Lo cual parece que está diciendo que no hay que esperar encontrar en este asunto ángeles ni demonios, sino simples “racionales”. Esto sea dicho sin despreciar a la otra parte de la animalidad, que se gobierna divinamente.
Y como lo que está en el objeto de la cuestión es el bien común de los mortales, dando a las palabras su significado más corrientito, tendremos que en este arte no haya que andarle buscando más “pieses” que los justitos.
Ya me daría con un canto en los dientes si en el tema político no anduviéramos a la greña, y sólo discutiéramos en plan de amiguetes. Pero como desde que soy consciente de vivir he sido testigo y sujeto/objeto de riñas, trifulcas y hasta tortazos, no me apetece nada además ir pidiendo la luna.
“Seamos realistas, pidamos lo imposible” queda muy bien pintado en la pared o gritado por las calles. Escrito ya no tanto, porque entonces lleva firma, y a ver quién es el majete que se carga ese muerto encima. No seré yo, palabra.
Lo imposible me lo exigiré a mí mismo, y a los demás les pediré lo justo. Y como la Justicia también está muy p’allá de nuestras posibilidades, con que haya para ir tirando, me conformo.
Esto dicho, y sabiendo por experiencia que más vale malo conocido que bueno por conocer, yo me quedo con lo mío y en la urna meteré mi voto dirigido a los de siempre.


Nota bene:


Tengo este escrito terminado hace varios días, pero he dudado publicarlo porque, ¿a quién le importa lo que yo vote? Sí, claro, un voto es un voto, y junto a otros muchos votos hacen un montón; y muchos montones dan el gobierno a unos y se lo quitan a otros. Es decir, un voto vale. Incluso puede que haya quien pague por ello, aunque me parece que es delictivo.
Como en ocasiones anteriores, he leído, he escuchado, he reflexionado. Se dicen cosas, muchas cosas. Y sobre todo quien las dice me importa. Aquí el principio de autoridad tiene su peso.
Por ejemplo, el 15M parece que tiene una consigna. Y es para tenerla en cuenta y sopesarla. Dicen que dice que no les votemos. Pero si no les voto, qué hago, ¿no voy, voto en blanco, voto nulo, rompo la urna, insulto a los de la mesa por jugar conmigo…?
Alguien que vocea en nombre de la Iglesia parece que dice que tampoco hay que votar; porque pone unas condiciones que no hay partido en todo el espectro político que las asuma en sus documentos. Claro que también hay quien dice todo lo contrario.
PP, PSOE, IU, etc., piden mi voto. Unos para cambiar las cosas, otros para continuar las cosas, y algunos para mejorar las cosas. ¿Para que nada cambie y todo siga igual… de mal?
Si he de ser sincero, salvo la primera vez que voté, en la transición, he participado todas las veces más por deber cívico que por entusiasmo. Sí, tras entregar el voto al presidente de la mesa y verlo caer dentro de la urna, he respirado, he descansado pensando que alguien iba a hacer por mí lo que yo no sé, no puedo, no está a mi alcance y no quiero hacer. Me iba tranquilo, no satisfecho. ¿Que por qué no satisfecho? Porque sé que esos cuatro años que me tomo -o me dan- de vacaciones, los debería utilizar en participar activamente en la gestión pública, bien desde algún partido, bien desde el movimiento ciudadano, bien desde cualquier plataforma que siguiera al detalle el cumplimiento del programa, programa, programa. Pero ya no me da la gana hacer eso.
Me ha tocado co-gestionar en mi vida dos huelgas largas, y perder en cada una de ellas un año de mi vida, o sea dos: una en una ponti, otra en una civil. Es agotador vivir asambleas permanentes, comisiones de trabajo, discusiones de temas, puestas en común, impedir el acceso de esquiroles, plantar cara ante compañeros y profesores, aguantar el tipo con la familia…
Además, repetir curso, sacar un título devaluado, saberme perteneciente a aquel grupo rebelde de los años XXXX, me ha marcado para siempre. Dani el rojo, Daniel Cohn-Bendit, en absoluto representa a los quemados del 68; ¿qué fue de todos ellos?
Es muy cómodo vivir en democracia. Sólo es votar de vez en cuando. Si las cosas marchan bien, casi todos contentos. Si marchan mal, casi todos descontentos.
Romper la baraja, dejar que todo se hunda, podría ser una solución si hubiera algún otro lugar donde vivir. El caos no es habitable para gente de mi edad.

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