La primera lectura del día



Abro el correo y veo el único mensaje que contiene. Es mi más fiel visitante(1), no falla. Desde que me afilié, indefectiblemente llega.
Viene cargado de cosas: el santoral, el calendario, fases de la luna, días transcurridos y por venir, y un pensamiento de indudable contenido.
La frase de hoy me suena a novedad: «Me gustan los árboles porque parecen más conformes que otros seres con la manera en que les ha tocado vivir».
Pertenece a Wilella Sibert Cather.
Investigo un poco y no tardo en descubrir algo de información:
Wilella Sibert Cather (Black Creek Valley, Virginia, 7 de diciembre de 1873 - Nueva York, 24 de abril de 1947), más conocida con el nombre de Willa Cather, fue una escritora estadounidense de novelas y de relatos. En 1923 ganó el Premio Pulitzer por Uno de los nuestros (1922), una novela ambientada en la Primera Guerra Mundial.
Cuando Cather tenía nueve años su padre trasladó a toda la familia a un rancho cerca de Red Cloud, en Nebraska, por lo que conoció la dura vida de los pioneros. Estudió en la Universidad de Nebraska, donde mantuvo una relación amorosa con la atleta Louise Pound.
Al graduarse en 1895, se instaló en Pittsburg, donde trabajó como periodista para el The Home Monthly. En 1901, dejó el trabajo para dar clases de Latín y Griego en una escuela de secundaria. Tras el periodismo y la enseñanza, y habiendo mediado un viaje a Francia, decidió dedicarse por completo a la literatura, estableciéndose en Nueva York con su compañera Edith Lewis, hasta su muerte.
Es famosa por sus novelas en las que retrata la vida cotidiana de personajes ordinarios de los Estados Unidos; emplea, para ello, un lenguaje igualmente cotidiano.
Su obra refleja al inicio una fuerte influencia del novelista Henry James, aunque más tarde encontró una expresión personal para centrarse en la descripción de Nebraska, lugar en el que vivió con su familia desde los nueve años, logrando el éxito entre la crítica y el público. También publicó relatos breves y ensayos literarios.
Rumio la frase de hoy durante un rato, en lo que disfruto del primer café, pitillín(2) incluido, de este martes en que me toca poner lavadora; ayer lunes no pude por culpa de un camión que había que descargar.
Al contrario que otros días en que la frasecita de marras pasaba sin más pena ni más gloria, aunque fuera de autor sesudo y de reconocida prestancia, esta de hoy como que no me parece… conforme a la realidad.
Es verdad que he visto árboles de todas las clases, formas, edades, tamaños, colores y olores. Y es también verdad que, salvo en el vivero forestal de la Junta, junto a cuya valla transito todas las mañanas, en ninguna otra parte dos árboles son completamente iguales, no importa si están arriba en la montaña, abajo en el valle o en más o menos la mitad de la ladera.
Árbol partido por un rayo. Peña Telera. Valle del Tena. Huesca.
Igualmente es verdad que, allá donde estén, los árboles se hacen a sí mismos, o se dejan hacer,  según las circunstancias que sufren a lo largo de su existencia. Así he visto árboles azotados por el viento, que parecen retorcerse sobre su propio eje para aguantar las rachas desaforadas. Árboles simétricos, que daba igual por qué lado los mirases, propios de zonas apacibles, casi paradisíacas. Y árboles altos, altos, y finos, finos, como velas que alumbran los pasos sevillanos, de unos bosques que vi no hace mucho por la Galicia más profunda. En Gredos, por el contrario, salvo los pinares diseñados por el animal pensante, los fríos, los calores, la sequedad, hacen que los árboles no tengan apariencia sino de arbustos, matorrales o brezos; allí para sobrevivir hay que resistir. Y, sí, en el Pirineo he podido contemplar abetos que mismamente parecían preparados para adornar los hogares navideños, como si fueran saliendo de una cadena japonesa de montaje; perderse entre ellos es no encontrarse jamás, de tal iguales que parecen.
Pero una cosa es que los árboles se acomoden a su hábitat y otra que estén conformes. No. Los árboles son supervivientes a su medio, y la manera como lo expresan se percibe si te acercas a ellos y observas.
Así los árboles de ribera, tan verdecitos, te ofrecen su madera blanda, contingente, inútil salvo para hacer palillos de dientes o papel de periódico diario. En tanto que los de secano, menos vistosos, son duros por dentro, densos, eternos, con los que igual puedes hacer un yugo que una talla, un huso de prensa que un armazón de piano, una construcción consistente o el armaje de un carro de acarreo.
No, los árboles no son nada conformistas, ni acomodaticios(3). Son el último reducto de la resistencia. Tanto que ellos son los únicos -o casi- que mueren de pie. Y yo he tenido la suerte de ver algunos ejemplares que están inmortalizados en lugares recónditos, bellísimos, a donde sólo se llega con sangre, sudor y lágrimas.
Árbol en el camino a la Gruta de San Genadio. Valle del Silencio. Peñalba de Santiago
Árboles secos en el ibón de Piedrafita. Sierra Telera. Valle del Tena. Huesca.
Árbol de Foratarruego, en las cercanías de Gurrundué. Fuentes de Escuaín. Pirineo de Huesca.

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1. ¿Quién acertó? Exactamente. Estoy refiriéndome a la hoja diaria del Taco del Corazón de Jesús, de la editorial Mensajero.
2. Llamo pitillín al cacho de cigarro que me fumo cada vez, después de haberlo troceado en tres partes. Tres caladas, y a otra cosa mariposa. Es mi método de fumar: 3-3-3. Tres cigarros diarios, tres trocitos de tabaco, tres chupadas sabrosonas. Algún que otro día me salto la norma y amplío, pero es la excepción que uso para seguir la regla.
3. Esta es la razón por la cual, eso pienso yo al menos, el ser humano introduce arboledas y pinares donde le parece, para cambiar el paisaje y hasta el paisanaje. En el supuesto caso de que los incendiarios de turno no metan mano, que también.

1 comentario:

  1. Una exposición de arboricultura extensa....lo bello de los arboles se concreta en aquella frase: ni doblegarse, ni partirse, morir de pié....ellos siempre erguidos por más avatares que intenten vencerles, algunos caen, pero muchos resisten...
    Un abrazo.

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