Teresa de Jesús


Por motivos ineludibles de guión, en esta entrada tengo que mirar hacia muy atrás. No suelo hacerlo, ni es mi estilo, pero qué le vamos a hacer si es esta mujer la que me obliga.
Sí, hoy el paso lo marca Santa Teresa de Jesús. Y, ¡de qué manera! De modo que nos vamos al siglo…


No cabe en una sola dinacuatro todo cuanto sucedía entonces, y por eso José Luis Cortés (1) dedica unas cuantas más, todas escritas igual de apretado que en ésta, a citar hechos y personajes que ocupaban en aquel entonces el mundo que pintaba, aunque él lo haga en negro.

Entre esta plana, y la última, que llegará enseguida, está la del medio, pero sólo como un resumen, muy pequeñito, de lo que rellenó una vida muy densa, tanto que aún se está por la tarea de digerirla. Porque no es tan fácil.


Hay quien la llamó fundadora, porque fundó muchos conventos. Y quienes la aclaman como reformadora, porque participó activamente en desnudar y descalzar a quienes no tenían por qué ir con tanta ropa y tanto calzado. No faltan los que la llaman doctora, porque aunque sin estudios, parece que daba sopas con honda a sabios y entendidos. Por supuesto fue mística, claro que sí; quién no recita de corrido aquello de “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero que muero porque no muero”; o aquello otro de “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta: ¡Sólo Dios basta!”. Y por culpa de esta frase “Dios también está entre los pucheros”, algunos se la imaginan en la cocina, asistida por angelitos cantarines, preparando dulces de monja. ¿Cocinera antes que monja?
Pues sí. A mí me da la gana pensar de ella que fue una mujer que no la gustó demasiado cuanto por entonces ocurría, no sólo entre las monjas del Carmelo, también entre los monjes, y de carambola en la Iglesia, en la Corte, y en otros muchos sitios más. Por supuesto que la pobre no podía con todo; además era marrana, es decir, tenía sangre judía y era una conversa; y luego, estaba la Inquisición, que la empezó a mirar con una cara… Y las comadres, que chismorreaban de ella. Y los familiares que pugnaban por los cuartos… o sea, las perras, los dineros, los euros de entonces, que se llamaban reales, maravedíes y ducados. De vellón, por supuesto.
En fin, que ya digo que la pobre hizo todo lo que pudo, pero pudo mucho. Porque tal vez dijera, tal vez no, que “a Dios rogando y con el mazo dando”, y vaya que si arremangó sus mangas, subió las faldas, y tiró pa’lante como todo un señor espadachín con bigote que se batiera a muerte en el Flandes del Gran Capitán.
En burro, en carro, andando –monja andariega donde las haya– recorrió España entera, arriba y abajo, abajo y arriba, para empezar, para mover, para animar, para cambiar, para exhortar, para defenderse, para volver a empezar.


No me sé entera su vida. Por ahí está escrita, en versiones varias y por personas de entonces y de ahora. También en Internet. No quiero contarla, sólo decir que ya es coincidencia que el 15O sea su día.
Ello me provoca a hacer unas preguntas –sólo cinco para no abusar- que no esperan respuesta, sólo piden reflexión:
• ¿Puede cambiarse este mundo desde la indignación?
• ¿Será duradera una transformación de las estructuras sin cambiar el corazón?
• Situándose fuera de y frente a ¿qué se pretende, que cambien unos y venzan otros?
• Reconociendo la fuerza y verdad de la palabra, ¿qué es la palabra sin el sostén de los hechos acreditados en la propia vida?
• ¿Habrá llegado, por fin, el utópico momento del compromiso?

Sea lo que sea el 15O, es Teresa de Ávila quien tiene hoy en su mano la batuta, y a ella corresponde cerrar esta entrada, con palabras de su pluma:
Alma, buscarte has en Mí,
y a Mí buscarme has en ti.

De tal suerte pudo amor,
alma, en mí te retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.

Fuiste por amor criada
hermosa, bella, y así
en mis entrañas pintada,
si te perdieres, mi amada,
Alma, buscarte has en Mí.

Que yo sé que te hallarás
en mi pecho retratada,
y tan al vivo sacada,
que si te ves te holgarás,
viéndote tan bien pintada.

Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí,
no andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres,
a Mí buscarme has en ti.

Porque tú eres mi aposento,
eres mi casa y morada,
y así llamo en cualquier tiempo,
si hallo en tu pensamiento
estar la puerta cerrada.

Fuera de ti no hay buscarme,
porque para hallarme a Mí,
bastará sólo llamarme,
que a ti iré sin tardarme
y a Mí buscarme has en ti.

––––––––––––––––––
(1) José Luis Cortés. “Teresa la de Jesús” 5ª edición. PPC 1987.
 

2 comentarios:

  1. Preciosa entrada, Miguel Angel. Y telita, las preguntas que planteas. Aunque las respuestas sean evidentes.
    También me gusta la biografía que has utilizado de soporte..."Teresa, la de Jesús"...de lo mejorcito que tiene Cortés...
    Hay un detalle biográfico de la Santa que nos ocupa que a mí me reconforta bastante, y es que la vida se le dió la vuelta (Dios mediante) a eso de los 40...asi que aunque lleve dos años de retraso no pierdo la esperanza...
    Abrazos.

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  2. Carmen, no desesperes, tienes por delante todo el tiempo del mundo. Aunque todo es posible, sí parece conveniente estar en el lugar adecuado y en el momento propicio. A veces las oportunidades tardan en volver a repetirse. Aunque eso sí, se repiten, vaya que sí.

    Cela dijo una sola verdad en su vida, en mi opinión: que la suerte nos pille despiertos y trabajando.

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