Sopa de restos, restos de sopa, sopa frailuna, sopas de ajo o sopas con honda



No sabía de este lugar hasta que emejota lo dijo en “Otoño sin invierno” (ella pone "casi", pero no es correcto, en su vida como en la de Felipe II nunca se pone el sol, lo busca allá donde quiera que esté). Y apenas vine a curiosear tuve en mis manos la tarjeta de embarque. ¿Yo? Pero ¿si ni siquiera he pasado por taquilla? Lo siento, este es tu boleto, fue lo que me respondieron.
Acostumbrado a tener las puertas abiertas, a ver constantemente caras nuevas, a reconocer a quienes hace tiempo dejaron de venir pero de pronto vuelven y se sientan, a conocer amigos, hijos y parientes de gente asidua y fiel, porque esa es mi función y tarea en la vida real, donde me encuentro tan a gusto y, no lo diré para que no suene a frivolidad, donde soy feliz hasta donde pueda llegar a serlo dentro de la natural contingencia, precariedad y limitación… uf, menudo parrafazo me ha salido, perdón.
Acostumbrado, digo, a una cosa en la real apariencia, en la virtual, sin embargo, tengo bien ganada otra experiencia bien distinta. Allá por donde pasaba a curiosear había filtros, registros, nicks, contraseñas, administradores y moderadores que te decían alto ahí, identifíquese. Y lo primero que veías eran las nooooormas de funcionamiento. Y según lo que dijeras te iban llegando los tiros desde todas partes si eras moscón cojonero, o los plácemes y carantoñas si peinabas según la raya o chuflabas al son de la melodía dominante.
Siempre que visité otros lugares, antes de cualquier cosa, en silencio contemplé, leí, reflexioné, dudé, traté de conocer, valoré en mi medida si merecía o no intervenir. Así me he ido comportando, y no puedo decir que tenga buenas experiencias que narrar. Seguro que en algo o en mucho he errado.
Aquí no ha sido así. Sin saber dónde estaba, quién me llamaba, para qué se me requería, qué habitantes lo moraban y sobre qué cosa o sustancia exponían, me lancé -o me sentí invenciblemente impelido- a decir hola, aquí estoy.
El título, “La Sopa”, dice mucho o dice nada. Me acerqué a la letra pequeña de la primera parte de la sección segunda de la condición adicional de la pestaña segunda según se mira al frente a la izquierda, y vi que se trataba de no buscar negocio a partir de las habilidades artísticas que cada quien ya expone en sus respectivos lugares propios. Esto, pues, podría ser como un escaparate donde se pudiera mirar todo junto lo que está por ahí repartido. ¿Una exposición? Pues… más o menos.
Y es entonces cuando me miré y me dije, ahí no cabo (de caber, no de cavar). ¿Qué habilidades me adornan en las artes y en las letras? Busco en mis lugares y no encuentro nada mencionable que pueda ser útil para acá. Así que no hay tropezones de los que echar mano.
¿Podría servir lo que me ha sobrado y he ido dejando guardado en la despensa de mis pensamientos? Si entonces no me sirvió, ¿por qué ha de servir ahora y a quién podría interesar algo que yo desestimé? Y también lo deseché. Tampoco sopa de restos.
Una tercera opción, a la que llamaría restos de sopa, podría ser seleccionar lo que me resultó más sabrosón y mayores satisfacciones aportó a mi ego necesitado de amplificación y reconocimiento. No termina de gustarme, y sería como reconocer que en mi sitio soy muy poca cosa, y que, puesto que allí no lo consigo, aquí tal vez lograría poner en valor mis productos.
Valoré otras varias posibilidades, desde la sopa de ganso hasta la sopa de pescado, sin olvidarme de la sopa de cebolla ni de la sopa juliana. La sopa de letras también fue tenida en cuenta, aunque ya sabía que ni poeta, ni escritor, ni fabulador, ni siquiera rapsoda; sólo y a ratos, simple lector. Todo el amplio espectro soperil conocido en las mejores cartas de los más afamados chefs me son ajenas. No sólo por grandes, también por inmejorables.
Así que esta mañana, durante mi paseo campestre con mis amiguitos Moli, Berto y Gumi, y, siempre vigilando que el pequeñarra no se desmandara tras los conejos, he estado dándole vueltas al asunto sin encontrar luz. Por eso, y a riesgo de parecer insolente, pretencioso y casquivano, me dirijo a Mô (ilocalizable a lo que parece) y le hago unas preguntas, nada originales por otra parte, que ya fueron escritas en algún lugar hace demasiados siglos y yo ahora utilizo porque me conviene y creo oportunas:
- «¿De qué me conoces?»
- «¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?»
- «¿Qué esperas de mí?»
O, dicho en lenguaje actual y una pizca descarado:
- ¿Qué hace un chico como yo en un sitio como éste?
Perro con tomate

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