Este piano tomado de la red es muy parecido al piano de mi madre. Cuando tenga una foto del original, vengo y la cambio. |
Lo prometido es deuda. El piano de mi madre |
Marca de fábrica |
Se lo regalaron mis abuelos, cuando ella era una moza
de pueblo. Era de segunda mano. Fabricado en Barcelona. Aprendió solfeo y a
tocarlo con el organista de Villalón de Campos, de donde era natural. Eso es lo
que me contó.
Lo que yo recuerdo de ese piano es de
haberlo visto permanentemente en el comedor bueno, aquella habitación donde se
recibía a las visitas, donde nos juntábamos para las grandes celebraciones, y
donde mi papá guardaba los papeles importantes.
Allí entraba yo a escuchar a mi mamá
teclear alguna canción. Incluso, atento a sus indicaciones, a veces le pasaba
las hojas de las partituras. ¡Tantas veces me equivoqué que no sé cómo seguía
dejándome hacerlo! Pero me dejaba. También, a escondidas, levantaba la tapa y pulsaba una a una aquellas teclas blancas y negras, intentando repetir una canción, o inventármela yo solito.
En los últimos tiempos, cuando sólo
venía a verlos y comer con ellos, en el ascensor alguna vecina me ponía
al día de las piezas con que mi mamá había musicalizado a toda la
comunidad de propietarios. "Pues hoy ha estado muy alegre y sólo ha
tocado pasodobles. El otro día fue una cosa muy rara, que no terminé
de oír porque me fui a la compra". Y así. Mi mamá ayudaba a limpiar el polvo y hacer el resto de labores de la casa, o le recordaba a alguien que había que ir al mercado o a misa a la parroquia. Según.
De vez en cuando llegaba un señor y
hurgaba dentro de su panza, manipulando una manivela al tiempo que pulsaba
teclas. Era el afinador. Tantas veces tenía que venir, (a 50 pelas la sesión
que llegaron a convertirse con el tiempo en 500), que, cuando crecí un poco,
robé una manivela de la casa de mi tío Álvaro, el del pueblo, y me la llevé a
casa, para afinar el piano de mi mamá. Seguro que mi tía Carmen, que era de
Zaragoza y me llamaba “milanjitos”, me lo perdonó en cuanto se dio cuenta.
El caso es que me convertí en afinador
oficial del piano de casa. Y todos los domingos, por la tarde, aplicaba mi
oreja y le daba a la manivela tensando las cuerdas del piano. Creo recordar que
eran más de cien. Y unas eran finas finas, y otras tan gordas como mi dedo
meñique. Luego me sentaba a su lado y la hacía tocar cosas que me gustaban. O me hacía tararear alguna musiquilla mientras ella tocaba acompañándome.
Ya no recuerdo cuándo fue la última
vez que afiné el piano. Mi mamá dejó de tocarlo y yo dejé de afinar.
P.D. Me corrijo. Sí recuerdo cuando
usé la manivela. Unos meses después de morirse mi mamá, me llamaron
Inés-Ricardo-Roberto. Tenían interés por el piano. Querían comprarlo. Yo les
dije que no estaba en venta. Pero si Rober lo quería, era suyo. Una condición:
yo sabía cómo estaba de desvencijado, conocía su poca calidad y lo viejo que
era. No estaba dispuesto a que el piano saliera de casa y luego fuera desechado
por inútil y tirado a la basura. Debían verlo y escucharlo por si le convenía
al excelso violinista.
Fueron, tocó, opinaron, y el piano
sigue en casa. Aquel día lo afiné, antes de que ellos llegaran. Era un día de
noviembre de 2005.
Me gusta cuando hablas de tu madre
ResponderEliminarYo la recuerdo de tus épocas vividas en C/Toledo 144,
fue a Madrid para no se qué asunto y estaba en tu casa uno de los muchos días que yo pasaba por allí, aprendí de ella una frase que ahora utilizó con frecuencia " de modo y manera que esas tenemos". La recuerdo original, auténtica, tejiendo un jersey verde de punto de garbanzo para ti.
No la oí tocar el piano pero me la imagino, con su jovialidad y alegría. Me alegro que conserves el piano.
Besos
Fíjate que no recuerdo aquella visita que hizo mi madre a la calle Toledo, qué bien que tú sí.
ResponderEliminarEl jersey todavía está en el armario, con el resto, un montonarro. Sólo que ahora no me los pongo con frecuencia. Con la calefacción central que instalamos, me sobra calor.
Besos y achuchones.
Una de las viñetas que publicó "El hermano Cortés" en su blog decía que "Resurección es contemplar la biografía de las cosas: el pan que antes fue grano...el agua que antes fue nube"...el piano de segunda mano y las manos que pasaron por él...
ResponderEliminarPreciosa entrada.
Y precioso también tu comentario. Gracias Carmen.
ResponderEliminarRecuerdo un pequeño librito en el que Boff habla del sacramento de la colilla de cigarro, aludiendo a su padre fallecido. Leonardo vino a Europa, a estudiar teología en Munich. El 11 de agosto de 1965 recibe una carta de una hermana que le anuncia el fallecimiento de su padre. Así lo escribe:
“Al día siguiente, en el sobre que me anunciaba la muerte, percibí una señal de vida del que nos había dado la vida en todos los sentidos, y que me había pasado desapercibido: una colilla amarillenta de un cigarrillo de picadura. Era el último que había fumado momento antes de que un infarto de miocardio lo hubiera liberado definitivamente de esta cansada existencia. La intuición profundamente femenina y sacramental de una hermana, la movió a colocar esta colilla de cigarrillo en un sobre. De ahora en adelante la colilla ya no es una colilla de cigarrillo. Es un sacramento. Está vivo y habla de la vida. Acompaña a la vida. Su color típico, su fuerte olor y lo quemado de su punta lo mantiene aún encendido en nuestra vida. Por eso es de valor inestimable. Pertenece al corazón de la vida y a la vida del corazón. Recuerda y hace presente la figura del padre, que ahora ya se convirtió, con el pasar de los años, en un arquetipo familiar y en un marco de referencia de los valores fundamentales de todos los hermanos. «De su boca oímos, de su vida aprendimos que quien no vive para servir no sirve para vivir». Es la advertencia que colocamos para todos nosotros en la lápida de su tumba”.
Es uno de mis libros de cabecera. Lo leí en Magisterio, a los veintipocos años y su contenido me ha ayudado siempre a ver los objetos y lo cotidiano con otros ojos...
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