“Si no me dice que lo
va a poner allá delante, no lo traigo”. “Se lo agradezco de verdad, pero si es
con esa condición no se lo podemos aceptar”.
Así fue el asunto
central de nuestra conversación casi al mediodía.
Estaba yo recogiendo
(o sea, tapando) las juntas del pladur en el atrio de nuestra pequeña iglesia
(ojito, el pladur se agrieta, que no os engañen), casi a punto de dejarlo,
agobiado por el sol de este verano prolongado, cuando llega y se pone a hablar.
Es ya mayor, vecino
persistente de estos barrios, porque aunque ha cambiado de vivienda, lo ha
hecho de uno a otro, y de otro a éste. Total, que no ha salido de aquí. Oriundo
de un pueblo de Segovia, es trabajador de la madera. Primero en plan artesanal,
ahora ya evolucionado en un gran almacenista de primera línea en la ciudad.
Jubilado, se entretiene en lo que le gusta y ha sido siempre su más firme
vocación: la ebanistería.
Entre otras cosas,
según me fue enseñando, construye y restaura organillos, aperos de labranza,
molinos de harina, relojes de pared, en fin, cualquier cosa siempre que la
madera sea la materia prima.
Entusiasmado por lo
que tenía que contarme, llegó el otro día y me pilló también en faena. Tras los
saludos, y eso que hacía mucho tiempo que no me los quería conceder, se explica
aduciendo circunstancias de los años treinta, y de malos quereres y de muertes
matadas, que aún le duelen, pero que ya es momento de dejar a un lado, que ya
va siendo hora…
Viene a decirme que
ha visto en la catedral de León, en visita o por la tele, un enorme reloj en
lugar bien visible, y que quiere ofrecer uno suyo a este pequeño lugar. Le hice
ver que ya hay uno y que es suficiente para indicar la hora. Que otro más, no
es que no quepa, es que ¿qué añade? “Pues, hombre”, dijo él, “lo puede poner
adelante, donde se vea bien”. “No venimos a la iglesia a mirar la hora”, dije
yo, “aunque interese a ratos; incluso sería mejor no estar pendiente de ella, y
como que el tiempo no pasara”. Pero insistió en que no se trataba de un reloj
cualquiera, que por lo menos el suyo vale trescientos o cuatrocientos euros.
Acordándome del reloj de pared que les regalé a unos novios que superaba con
creces el doble de esa cantidad, quise hacerle ver que en relojes de categoría
tampoco era para tanto, pero se lo dije tan delicadamente que creo que ni se
enteró.
Reloj a pilas actual. ¿Quedaría bien otro de péndola al lado contrario? |
Total que hoy llegó,
e insistió en que dejara lo que estaba haciendo y me fuera a su casa para que
viera cuántos y qué relojes eran de los que estábamos hablando. Me quité la
gorra, dejé la pistola de tapajuntas, me sacudí la funda en que estaba
embutido, me alisé los pelos y para allá le acompañé.
En efecto, ahora en
las horas libres que le deja el cuidado de su mujer ya muy débil y necesitada,
hace cajas de madera para maquinarias de reloj que compra, yo creo, en
cantidades industriales. Allí vi por lo menos veinte.
“Y tienen péndola”,
dijo. “Y usan dos pilas, una para ella y otra para la música”. “Claro”, añadí.
“Éstos no necesitan darles cuerda”. “Ya”. “Bueno, entonces ¿lo va a poner
adelante?” Una vez más le agradecí el regalo, pero con esa condición afirmé con
fuerza que no se lo aceptábamos.
La conversación fue
discurriendo en estos o parecidos términos, durante media hora larga.
Me despedí y le dejé.
Seguro que vuelve a insistir. Estoy seguro que quiere a toda costa que su reloj
esté en la iglesia. Si no es donde él quiere, que sea donde digo yo.
Y yo digo que el
mejor lugar para otro reloj en la iglesia esa la subida de la escalera, justo encima de la señal roja del extintor.
Veremos en qué termina la cosa.
Uff, no te arriendo la ganancia. Beso.
ResponderEliminar¡Ni yo! Ofrecí ese otro lugar por no decir un rotundo. Espero que salga de él.TBO
ResponderEliminarMe recuerda la anécdota de un escritor. Habían expuesto su obra en un lugar no muy principal de la librería. Y cada día el encargado del local, observaba que había trasladado los libros hasta donde mejor se veían. No entendía el fenómeno hasta que descubrió que el propio escritor, cada día, a media mañana, se afanaba en el cambio libro a libro, disimuladamente. ¿Se querrá hacer propaganda el pobre relojero?
ResponderEliminarAigffff, Juan, qué preguntas haces. No se trata de publicitar para hacer negocio. La cosa es mucho más sibilina, o tan simple como hacer un aro con un canuto. La de cosas que se ven cuando se hacen regalitos en la iglesia… Lo de que “tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha” no lo entiende -o no lo acepta- demasiada gente.
ResponderEliminarMiguel Ángel, si me permites, el reloj colgado en la sacristía y ...
ResponderEliminar¿Y? Estoy seguro, José Luis, de que si El Greco se entera de que en la catedral de Palencia tienen un cuadro suyo detrás de la puerta de la sacristía, se levanta se la tumba y viene a por él. Ningún criador de toros desea que sus toros estén en el desecho.
ResponderEliminarUn abrazo
¡Qué exaagerado soy!
ResponderEliminarEl martirio de San Sebastián ahora es reconocido, porque se le "descubrió" con motivo de Las Edades del Hombre.
Hasta entonces, muuuuuchos palentinos ni siquiera sabían que existía. Esto ocurrió en 1999. Yo lo vi donde he dicho en 1976, con motivo de una boda que presidí en la iglesia catedral más bonita del mundo, la bella desconocida. Claro, me tuve que revestir, y para ello entré en la susodicha sacristía. Allí estaba, sin pena ni gloria.