Treinta años y un día

No tuvo nada que ver con “bajarse al moro”. Tampoco con “bajarse una peli”, aunque fuera antes del estreno. Y mucho menos con “la bajada del Sella”, que ahí participa mucho personal.
“Mi bajada” fue en solitario, con la cabeza ni fría ni caliente y en absoluto como en las películas. Y de noche. De noche, noche. Ni farolas había en aquellas calles. Claro que tampoco asfalto. Y el silencio era impresionante. Daba dolor en los oídos.
Aquella noche no recé “cuatro esquinitas…” No me acordé. Sí me lavé los dientes, por hacer cosas y no pensar. Creo que también fumé algún cigarro. Y sí, llegó alguien a hacerme compañía, siquiera por un rato.
A Jose y a Jerónimo los sentí llegar al trabajo; pasarse toda una jornada en un taller electromecánico le hace a uno hablar a voces, incluso antes de que arranquen los motores. Y, al fin y al cabo, seis metros de calle más que distanciar, aproximan. Eran las seis y media y estaba por amanecer. Cuando llegó Abdón, el supuestamente jefe, ya habíamos parlado lo nuestro, y era bien entrada la mañana. Como casi siempre, estos tres supieron de mí los primeros.
Afortunadamente me traje mi mesa camilla, con sus faldas y su brasero. Eso fue suficiente.
Ahora tengo mucho más, dónde va a parar.

3 comentarios:

  1. Parece la parábola de un proceso inciático. Toda iniciación, desde luego, parte de la oscuridad y el silencio. Y siempre, siempre desde la soledad, que no tiene eco cuando surge de la libertad.

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  2. Y que sea por muchos años.

    Las mesas camillas dan para mucho y... después de la noche , el amanecer aclarándolo todo.

    Besos

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  3. Hace un tiempo que me está ocurriendo que cuando echo la vista hacia atrás, casi siempre veo situaciones que me parecen puras parábolas… de lo que sea. ¡Mala cosa, me digo, estás metido en la última edad! ¡O buena, me contesto!

    Por supuesto, Juan, todo lo que dices es verdad. Hubo un viaje, y un principio, y luego otro, y más tarde otro, y… esto parece el cuento de nunca acabar de empezar. Digo yo que llegará el momento de empezar a pensar como acabar el viaje, o los viajes. Ya no llevo la cuenta.


    Laura, por supuesto, la mesa camilla. La real, de cuatro patas, y la otra, que me acompaña y acampa en cualquier parte. Claro que más que mesa es camilla, tipo de campaña. Más o menos como la imagen que encabeza esta entrada. Los amaneceres, asomado desde ella, son hermosísimos. Los atardeceres suelo verlos aún desde fuera. Besos.

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