Bendiceme, padre






 
La empleada de correos

“Llega a nuestra casilla o apartado de correos el aviso de un paquete de España para nuestra comunidad jesuítica. Tengo que hacer varios trámites previos antes de poder recoger el paquete: me exigen que presente el sello seco de mi comunidad,  que vuelva al día siguiente con el sello, luego tengo que hacer cola para comprar estampillas o sellos de correos, anotar el número de mi carnet de identidad, firmar…Al final me entregan el paquete y la empleada que sabe que es un paquete para una comunidad religiosa, me dice: “Padrecito, su bendición”. Entre sorprendido, admirado y con una cierta  timidez, yo le doy la bendición. Bendecir es invocar la protección divina sobre alguien, sobre su salud y su trabajo,  sobre su relación con Dios y con los suyos, es desearle un rayo de luz en medio de las nubes de cada día.

Al salir de Correos me preguntaba qué dirían  Feuerbach  y los maestros de la sospecha (Marx, Freud y  Nietzsche) de mi bendición a la empleada, que diría el teólogo luterano Barth  con su fuerte crítica a la religión y sobre todo qué opinaría  Bonhoeffer que en sus escritos desde la prisión  exhortaba  a vivir en el mundo secular “como si Dios no existiese” (etsi Deus non daretur); qué dirían algunos teólogos actuales que cuestionan la oración de petición, los que critican la religión y  tienden a reducir el cristianismo a la inmanencia de una ética secular, qué dirían los que defienden una espiritualidad sin religión, ni creencias, ni dioses; que pensarían los que han optado por el agnosticismo o por la indiferencia religiosa…

Yo también me preguntaba: bendecir públicamente a  una empleada de Correos  ¿es  un resto de la Cristiandad barroca y decadente que todavía se resiste a morir? ¿es un fruto típico de  los países subdesarrollados? ¿estaré yo haciendo el juego al conservadurismo involucionista? ¿habré pecado de clericalismo patriarcal? ¿estaré fomentando la fe de carbonero o incluso la superstición? ¿es, política y eclesialmente correcto, hacer lo que he hecho? ¿me hubiera debido negar a darle mi bendición?

Y sin embargo, más allá de estos cuestionamientos y ambigüedades, uno se pregunta si la hemorroísa que tocó el borde del manto de Jesús no lo hizo con una fe profunda que el Señor alabó. Uno se pregunta si la fe y devoción de los pobres, de los que no tienen otros recursos, no merece respeto. ¿No  les ha revelado el Padre a ellos los misterios del Reino? La secularización rampante ¿es un hecho que de forma determinista llega a todos y a todas partes por igual? ¿es lo mismo lo que acontece en la plaza Tarhir de El Cairo donde los hombres arrodillados rezan, que lo que se vive en las plazas europeas o norteamericanas, llenas de comercios y de letreros luminosos? Según la fe cristiana, el ser humano está movido por dentro por el Espíritu de Jesús, lo sepa o no, Espíritu que muchas veces con gemidos inenarrables nos mueve a clamar ¡Abbá, Padre!. No sabemos cómo esta oración o la bendición puede ser eficaz, es un misterio, pero creemos que no es un grito que caiga en el vacío, como no cayó en el vacío la oración de Jesús en Getsemaní. Por esto J.B. Metz en su último libro, Mística de ojos abiertos, Freiburg 2011,  se pregunta si no sucede a veces que incluso el no creyente  reza etsi Deus daretur, como si Dios existiera…

No podemos ser simplistas, el mundo es complejo, no podemos gritar optimísticamente como Ortega y Gasset  la noticia alegre de  “Dios  a la vista”, hay ambigüedades en la religión que deben ser purificadas y evangelizadas, los pueblos han de progresar, los bautizados necesitan mayor formación, pero el Espíritu del Señor llena el universo, aunque no sepamos de dónde viene o a dónde va. Volvería a dar la bendición a la empleada de correos, aunque no sea políticamente correcto, porque ¿y si Dios existiera?…Quizás hubiera podido añadir a la bendición las palabras de Jesús a la hemorroísa: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz” (Mc 5,34)”.

Víctor Codina sj, Cochabamba, Bolivia, septiembre de 2011 



En mi caso la historia podría titularse “Los recién casados estrenan casa” y es sustancialmente parecida.
Durante muchos años repartí por las casas una hojita que editaba artesanalmente. Cada mes ofrecía unas reflexiones, más bien ocurrencias, que, junto con avisos varios y noticias, consideraba de interés para mi gente de la parroquia. También era una forma de recorrer con cierta frecuencia estos barrios tan separados entre sí, y algunas viviendas diseminadas por el campo entre cultivos de patata, remolacha, maíz y otras hierbecillas.
Con la excusa de entregar la hoja, el intercambio de saludos y el comentario sobre asuntos familiares y de actualidad era de seguido. Resultaba un elemento más de este paisaje, y si por circunstancias diversas un mes no estaban en casa o yo me salté por despiste o necesidad, la monición era segura: “El mes pasado se olvidó de nosotros”. “¡Qué va, mujer, es que algo os pasó y no nos vimos!” O, “tuve que dejarlo para atender otro asunto y me equivoqué al reanudar el reparto. Os pasé de largo”. O “estábamos al médico, que a éste le da alto el azúcar”. O, “vinieron los chicos y les acompañamos hasta la estación”.
Con el tiempo estos campos se fueron llenando de casas, y una finca entera se urbanizó manteniendo el mismo nombre ya centenario: Urbanización Santa Ana. Fueron llegando por entregas, empezando por las casas de las calles más lejanas. Ese día le tocaba a la última calle, la de más acá. Iba yo con la bici de la mano, el casco en la testa y los pitos en los bajos de los pantalones, repartiendo. Esa vez la hoja incluía un mapa de la zona, para orientar a los que llegaban nuevos. La calle estaba atestada de coches con las puertas de par en par y gente trasegando enseres. El recién aparecido no despertaba ningún interés, habida cuenta lo que el personal tenía entre manos.
Al llegar a una de las puertas, él me cogió la hoja y se metió. Yo seguí con mi rutina. Al poco sale de nuevo y a voces me llama. Me vuelvo y, justo a la puerta, ella me pregunta si soy el cura. Le respondo que sí. Entonces me agarra del brazo y me mete en casa hasta el fondo, donde tienen el salón comedor. Una vez dentro, y sin mediar más palabra, me pide, me solicita, me reclama que bendiga su casa.
Tras una pequeña pausa en que intento forzar un silencio, entro en diálogo con la pareja. Acaban de llegar, es su primera casa tras haberse casado. Todo es nuevo para ellos, tal vez incluso están asustados. Se sienten agobiados por la responsabilidad. Desean empezar con buen pie. ¡Qué mejor que una bendición de un clérigo!
Intento explicarles que no hay brujas ni malos espíritus. Que la vida es santa, y que lo que ellos llevan ya en sí es suficiente bendición. Que no necesitan más. Como insisten, les invito a rezar dando gracias por la suerte que tienen y como cogiendo aire para hacer en adelante lo que quieran de la mejor manera. Juntos oramos el Padre nuestro, y me marché.
Afortunadamente con eso se sintieron a gusto y no requirieron ni agua bendita ni palabras raras que expulsaran el mal fario de cada rincón de aquella vivienda. Desgraciadamente no recuerdo sus caras, e ignoro si nos hemos vuelto a ver. Tampoco me han llegado noticias de si aquello sirvió para algo, y si se lo contaron a otros convecinos o no. Desde luego de aquella urbanización nadie más recabó mis servicios para repetir la faena. ¡Y mira que he ido invitado al estreno de casas de amiguetes!
Bendecir, me han pedido que bendijera coches, medallas, estampas, rosarios, además de casas, instalaciones comerciales… y por supuesto animales y personas. Pero quien más me ha impresionado fue una abuela ecuatoriana que en navidad trajo un niño Jesús en su cuna y lo puso al pie de la mesa del altar. Al final, antes de recogerlo, humilde y decidida me pide: “Dame la bendición”. La di un beso y la pegué un abrazo, y nos felicitamos mutuamente la navidad. Desde entonces, cada vez que me ve se abalanza, y con sus cortos brazos, no sé cómo lo consigue, me esconde entero contra su pequeño cuerpo y termino sofocado y pidiendo aire.
Hay que reconocerlo: Las cosas bien hechas, bien parecen


Con permiso. Quiero decir que no lo tengo, pero me da igual. En uno de los diversos lugares donde estas cosas se comentan, y cada quien da su real y libre opinión, he descubierto esta aportación sobre el texto inicial. También pongo el nombre de la persona que lo hace. Es todo un atrevimiento, y pido perdón, pero insisto:

Anna Maria Torrens
28-Septiembre-2011 - 20:37 pm
Son curiosos los comentarios. En general, no todos, muestran desconocimiento del autor, Víctor Codina y de las costumbres de muchos países latinoamericanos. A mí el artículo me ha hecho reflexionar. Me identificaría con los críticos que él menciona. Y sin embargo sé quien es él, su absoluto compromiso con la liberación (en teología, en sociología, en educación…) vivido intensamente en los largos años que reside en Bolívia. Y conozco las costumbres de muchos países de latinoamérica: “bendición”! … “¡Dios la bendiga”… es saludo y despedida entre familiares y amigos. Y considero muy honestas las preguntas que Víctor Codina se hace y más honesto todavía el hecho de compartirlas.


Tampoco tengo autorización para este otro, pero como me parece sustancioso y llegó más tarde al mismo sitio, por el mismo procedimiento lo añado, no sé si para mejorar o empeorar el conjunto; juzgue cada quien.

pepe sala
29-Septiembre-2011 - 11:37 am
Yo no creo que el asunto se pueda liquidar como si se tratase de costumbres de ciertos paises o como si se tratase de un simple saludo o despedida. El tema es mucho mas profundo y el propio autor del artículo entra en debate consigo mismo sin llegar a conclusiones definitivas. El quid de la cuestión está, según entiendo yo ( subceptible de erroes, obviamente) en las preguntas que el sacerdote se hace y yo no creo que se haya respondido a sí mismo.

Veamos:

“”Yo también me preguntaba: bendecir públicamente a  una empleada de Correos  ¿es  un resto de la Cristiandad barroca y decadente que todavía se resiste a morir? ¿es un fruto típico de  los países subdesarrollados? ¿estaré yo haciendo el juego al conservadurismo involucionista? ¿habré pecado de clericalismo patriarcal? ¿estaré fomentando la fe de carbonero o incluso la superstición? ¿es, política y eclesialmente correcto, hacer lo que he hecho? ¿ me hubiera debido negar a darle mi bendición?”"

Enumeremos las preguntas: ( yo daré mi propia opinión a cada una de ellas)

1ª: SI; es un resto de aquella religiosidad que tanto marcó nuestra época reciente. En España, hace bien poco, no hubiera tanido que guardar cola para ser atendido, nadie hubiera osado pedirle el DNI y la empleada hubiera besado la mano del sacerdote al entregarle el paquete. Afortunadamente en España ya se superó esa religiosidad empalagosa y los curas tienen que presentar el carnet de identidad lo mismo que culaquier hijo de vecino, si quieren votar en las urnas. ( soy testigo de que el cura de mi pueblo intentaba votar siempre sin presentar el carnet. No se le arregló, mientras yo estuve en las mesas.)

2ª: SI, es típico de paises subdesarrollados y dudo mucho que se desarrollen adecuadamente si siguen con semejantes servilismos ante el clero. ( o cualquier otra religión.)

3ª: SI, sin lugar a dudas.

4ª: Yo no soy quien de juzgar los ” pecados” de nadie; pero SI opino que ha habido patriarcalismos y clericalismo en la anécdota.

5ª: SI.

6ª: Religiosamente no lo se, ni me interesa; pero políticamente es totalmente inadecuado. Y como política laboral ( deberes y derechos de los trabajadores y trabajadoras), esta totalmente fuera de lugar.

7ª: Es obvio que se debió negar a realizar un RITO RELIGIOSO ( que es ni más ni menos lo que se hizo) en una oficina pública donde, además de personas creyentes del estilo de la trabajadora, seguramente hay también personas no creyentes que pueden ser heridos en su propia sensibilidad. Lo razonable hubiera sido convocar a la empleada al lugar adecuado para los ritos religiosos y hacerlo en horario que no corra a cuanta de la Administración pública, ( que a fin de cuentas es quien paga el sueldo de la empleada y no creo que dentro de su cometido esté el de recibir ritos religiosos en horario laboral)
Naturalmente que en dar la bendición se tarda bien poco, pero lo que cuenta es el trasfondo de un hecho que, si se considera normal y lógico por ser católico, no se entendería muy bien que se critiquen, se prohiban y se repriman hechos similares de otras religiones.

Al menos éso creo y éso escribo. Buenos días, pues…

11 comentarios:

  1. Al corazón siempre hay que hacerle caso, hable desde donde hable.

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  2. ¿Existen motivos para el corazón, y a la razón que la den morcilla?
    ¿Lo razonable tiene que ceder al sentimiento?
    ¿Merece la pena siquiera intentar lo imposible?
    ¿Cuál es la medida de lo cierto?
    ¿Será la duda el estado permanente del ser humano?
    ¿Qué mantiene al equilibrista allá arriba en el alambre?
    ¿Por qué se lanza al vacío el saltador de abismos?
    ¿Existe respuesta para éstas y otras parecidas preguntas?
    ¿Hay que estar locos, o sólo parecerlo… de vez en cuando?

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  3. Dice Damasio que la mente es todo el cuerpo y que con todo el cuerpo se elaboran, se corrigen, se pulen, se revisan,... los pensamientos. La piel es el órgano más extenso de todo el cuerpo. Sin ella no habría pensamientos y, sobre todo, no habría interacción, o se reduciría mucho, con el medio. A través de la piel se recibe el medio y a través de ella regresamos al medio. El cerebro no es sino una parte especializada en la elaboración de los pensamientos, como el corazón lo es en la distribución de la sangre y, por lo tanto, del alimento a todo el cuerpo. Un emoción, un sentimiento son formas de pensamiento y no es mejor pensamiento aquel que se elabora durante una semana que el que resulta de un nanosegundo. Cuando el zen y, en general, los budistas (yo, también) dicen que se tomen más en cuenta al corazón que a la cabeza, no se quiere decir que rehuyamos procesos elaborados, que nos quedemos en los impulsos, aunque los impulsos también sean pensamientos, sino que la mente sólo es un sala de máquinas, muy importante, por supuesto, pero una sala de máquinas y que, en consecuencia, no nos dejemos dominar por la sala de máquinas, sino que gobierne todo el cuerpo, todo nosotros. Qué es lo razonable, qué es de locos o de cuerdos, no tiene que ver con nada de esto, sino con reglas externas que trazan la raya para marcar qué es bueno, qué es correcto. Para mí la duda es el estado permanente. No en vano estoy en la caverna y no recibo sino sombras de la realidad, o de la verdad, confusas. La medida de lo cierto no está en mi ni fuera de mi, porque no sabemos qué es lo cierto, por eso titubeo, camino sobre el alambre al borde del abismo, y me mantiene la certidumbre de que al final está la puerta que me permite salir de la caverna y regresar al paraíso. No estamos aquí para ir a ninguna parte, sino para regresar al origen con la experiencia y la prueba de la sabiduría.
    Pero eres un puñetero provocador, porque todo esto lo sabes tú y mejor que cualquiera de nosotros. Vale, me has sacado un rollo.

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  4. Palabra de la buena, Juan, que yo me quedé tan “acojonado” cuando me pidieron bendecir la casa que estrenaban aquellos recién casados como el bueno de
    Víctor Codina con la empleada de correos, porque en lo racional me inclino más por el pensar del comentario que firma Pepe Salas que por la credulidad y el buenismo.
    Pero salí de aquella casa tras la bendición, porque eso fue y no otra cosa; y, no desde entonces, sino desde mucho antes, no dejo de preguntarme constantemente ¿qué soy yo?; ¿represento algo?; ¿me lo creo?; ¿soy creíble?
    Los sabios saben mucho, y también lo enseñan. Pero sólo me consuela, y no es poco, saber que las cosas no son como “aparecen”, sino como las vamos haciendo. Y en ello tienen mucha culpa personas que he conocido, que han dudado, que han sido contradictorias, que han rectificado, y que contra viento y marea han tirado pa’delante.

    Te agradezco tus palabras, y gracias por ese “rollo” tan sabrosón. Más que un queso de Villalón, mucho más que un brazo de gitano.

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  5. ¿Otra vez preguntándote quién eres? Eres el que eres, si te piden bendecir la casa pues la bendices y ¡¡ya está!!; para ti será lo que sea, para ellos es importante, pues eso... se hace y listo. Cuando os ponéis tan dubitativos y preguntones de cosas transcendentes (o no), me entra el aturulle (con permiso del DRAE). Y que conste que Juan Navarro dice cosas estupendas y muy sabias ¿eh?. Es que yo cada día simplifico más los asuntos de la vida y, a lo peor es por pura pereza, que no digo yo que no, pero me inclino a pensar que complicar las cosas sencillas con preguntas que no van a ninguna parte (las mías, digo) pues como que no mola nada de nada. Pero te/os sigo leyendo.
    Besos

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  6. Como las palabras de Julia son sabias, voy a copiar aquí un texto zen, en relación con las preguntas. Ahí va:

    Un profesor de filosofía fue a ver a un Maestro zen, Nan-in, y le preguntó por Dios, por el nirvana, por la meditación y muchas otras cosas. El Maestro escuchó en silencio —preguntas y más preguntas— y después dijo: —Pareces cansado. Has tenido que subir a esta montaña tan alta y vienes desde un lugar muy lejano. Déjame que te sirva una taza de té. Y el Maestro zen hizo el té.

    El profesor esperó; las preguntas hervían en su interior. Y cuando el Maestro estaba haciendo el té, el samovar cantaba y el aroma del té comenzó a extenderse, el Maestro dijo al profesor: —Espera, no tengas tanta prisa. ¿Quién sabe? Quizá tus preguntas se respondan mientras tomas el té... o incluso antes.

    El profesor se sentía perdido. Empezó a pensar. «Todo este viaje ha sido una pérdida de tiempo. Este hombre parece estar loco. ¿Cómo se van a responder mis preguntas sobre Dios bebiendo un té? ¿Qué tiene una cosa que ver con la otra? Más vale que me escape de aquí cuanto antes. Pero como también se sentía cansado, pensó que sería bueno tomar una taza de té antes de retomar el camino.

    El Maestro trajo la tetera, empezó a servir el té y continuó vertiéndolo. La taza estaba llena y el té empezó a rebosar sobre el platillo, pero él seguía echando. Entonces se llenó también el platillo. Una gota más y el té empezaría a derramarse por el suelo; y el profesor gritó: —¡Alto! ¿Qué haces? ¿Estás loco o qué? ¿No puedes ver que la taza ya está llena? ¿No ves que el platillo está lleno?

    Y el Maestro zen dijo: —Ésta es la situación exacta en la que te encuentras: tu mente está tan llena de preguntas que, aunque las responda, no tienes lugar para las respuestas. Pero pareces un hombre inteligente. Te has dado cuenta de que, ahora, una gota más no habría ido a la taza ni al platillo, habría empezado a derramarse por el suelo. Y eso mismo te digo, desde que entraste aquí tus preguntas rebosan por todas partes. Este lugar es pequeño, ¡pero lo has llenado con tus preguntas! Vuelve, vacía la taza y después regresa. Primero has de crear un poco de espacio dentro de ti.

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  7. Pues como acabo de llegar a casa y estoy molida me permito yo también copiar aqui el comentario que hice en la página en la que se publicó este artículo, dado que es lo que pienso sobre el tema...con la cabeza y con el corazón:
    "Es imprescindible desterrar el subjuntivo de la liturgia “te bendiga, esté” y sustituirlo por el indicativo. Y aún más importante, es imprescindible empezar a ser conscientes de que esa “constatación” (que no deseo) de que Dios está nos la podemos recordar un@s a otr@s sin necesidad de títulos o determinados cargos o vocaciones eclesiásticas. Se puede respetar a quien aún está en una etapa “mágica-infantil” de su fe y ayudarle al mismo tiempo a ser consciente de que Dios no necesita de la intervención de nadie para hacerse especialmente presente. Otra cosa es que nos venga bien que de vez en cuando alguien (cualquiera) nos recuerde que El es en nosotr@s".

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  8. Claro, Julia, es elemental lo que dices. Y no, no creas que complico las cosas, qué va; es justo al revés, no deseo que me compliquen. Como aquel que dicen que fue a Lourdes diciendo virgencita, que me quede como estoy. Lo que me aturulla, o al menos lo intenta, es encontrarme con gente que dice “pasar”, tener superado esa etapa mítica o mitológica, propia de seres inferiores o infantiles, y que va y te sorprende exigiéndote que porque en ese momento no sé qué tú de repente vuelvas a ser el brujo de la tribu.
    Con la gente con la que normalmente trato, eso no me pasa.

    Y ya hacía tiempo que no te escuchaba; sabes que te necesito. Besos y achuchones.


    Juan, dímelo más claro: que no me caben las respuestas porque estoy lleno de mí.
    No estoy de acuerdo con Nan-in, por eso no iría a preguntarle a él. Yo sólo me lo pregunto a mí mismo, y espero encontrar la respuesta también dentro de mí. No discuto la Maestría, pero alguien que está en una montaña tan alta puede que tenga la mirada de un águila, pero carece de la obstinación de la galliga de corral para picotear entre el estiércol.
    También pregunto a quien suele tener las mismas dudas. Juntos nos vamos defendiendo.

    Gracias, te agradezco tus palabras.


    Carmen, gracias por la visita. Tomaré nota de lo que dices.

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  9. A punto de cerrar el chiringuito. Estoy de acuerdo con Julia. ¿No elegí ser madre?... pues a las duras y a las maduras, no pude seleccionar el producto a mi gusto, exactamente. ¿No elegiste ser cura, con todo lo que ello implicaba, incluido los distintos tipos de rebaños con los que habrías de bregar? Pues idem, eadem, idem. Cuestión de consecuencia. El resto de los razonamientos...... cada cual se quede con el que mejor le calce, como los zapatos. Beso.

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  10. Elementary, my dear emejota, elementary.

    ¡Buen viaje!

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  11. Gracias por la historia Juan, es muy ilustrativa del asunto.

    Míguel, pues qué quieres amigo mío, la gente es como es, o mejor, somos como somos. Emejota lo ha captado. Pues eso.

    Besos

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