¡Se acabaron las chapuzas!

No me lo han dicho así de claramente, pero dejarlo caer sí, y con cariño.
Tengo, entre otros trabajillos, la función de conservar estos viejos edificios en uso más o menos aceptable. Limpio, fijo y doy esplendor a paredes, pavimentos, puertas y ventanas, sin olvidar mesas y sillas, que también hay unas cuantas por aquí. Tras pringar de colamina paredes, techos y todo lo demás, durante años y más años, he cogido tal fobia a lo de pintor de brocha gorda, que me lo pienso mucho antes de empezar cada verano a “pensar por dónde empiezo”.
El escobón y la fregona no me amedrentan, y los muevo con donaire, donosura y hermosura. Pero el trapo del polvo… como que no me va.
Ni que decir tiene que la cosa no reluce, y que el señor del algodón me daría más de una colleja enseñándomelo pringoso tras pasarlo por encima de cualquier superficie horizontal, vertical o sinclinal. Todo es de mi competencia, salas, salones, escaleras y cuarto de calderas; zaguán, portal y patio, todo en el mismo pack. Una sola cosa no me pertenece, aunque también ahí colaboro en lo que puedo y como dios me dio a entender: el hogar y los retretes, que se lo han quedado las usuarias, las muy mandonas.
Hace ya tiempo que vienen diciendo que habría que darle una mano de pintura. Y lo dicen precisamente cuando entro o salgo, paso cerca o a distancia. Pero nadie se arranca a decir “lo hacemos mañana”. Y así ha ido pasando.
Este verano se han tomado vacaciones antes que otros años, en junio, simplemente diciendo adiós, hasta septiembre. Pero en su silencio callado he notado que esperan que a su vuelta el hogar al menos deje de estar hecho unos zorros.
De modo y manera que he llamado a un profesional y le he encomendado la noble tarea de ennoblecer embelleciendo este humilde salón que nos sirve de hogar de simpáticas jubiladas.
Y ha llegado y se ha puesto manos a la obra. Así está la cosa de momento, cuando termine vuelvo y lo cuento.

Pero una cosa advierto, a la vista de lo que estoy mostrando: si el resultado es lo que parece, le encargo a este profesional el resto del edificio, y me quito de encima el buzo de pintor para los restos.

(Pero la brocha no la tiro, por si es menester hacer alguna chapucilla, cosa de poco…)

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