La guerra continúa, pero ¿a quién le importa?

Desde el pasado 17 de marzo estamos en guerra con Libia. Poco faltó para que se tiraran cohetes y se descorcharan botellas como en año nuevo. Al domingo siguiente, día 20, cuando dije a mi gente en la homilía si éramos conscientes de que habíamos declarado la guerra a otro país, y que por lo tanto podíamos ser, y de hecho éramos, un objetivo militar, nadie resolló; no lo suelen hacer, es la verdad; pero creo que tampoco tenían nada que argumentar, a la vista de que al cuarto día de bombardeos aún no había llegado lo que se cantó una victoria fulgurante.
Entonces me declaré abierta y decididamente en contra. Y puse en la esquina superior izquierda de este blog mi pancarta de protesta. Ahí sigue, y ahí seguirá hasta que esta absurda tontería termine. La guerra no es solución para nada. La guerra sólo mata. La guerra también destruye y deja todo empobrecido. La guerra sólo beneficia a quien trafica y negocia con armas, vida y riqueza ajenas. La guerra es el más tenebroso caballo de los cuatro. La guerra es un asco.
127 días suman muchas toneladas de metralla. ¿Cuántas víctimas?

Poema leído en el Congreso de los Diputados por José Antonio Labordeta con motivo de la comparecencia de Aznar sobre la posición del Gobierno ante el ataque a Irak.

Pleno, 5 de febrero de 2003

Mataos,
Pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna.
Invadid con vuestro traqueteo los talleres, los navíos, las universidades,
las oficinas espectrales donde tanta gente languidece.
Triturad toda rosa, hollad al noble pensativo.
Preparad las bombas de fósforo y las nupcias del agua con la muerte…
Inundad los periódicos, las radios, los cines, las tribunas,
pero dejad tranquilo al obrero que fumando un pitillo
ríe con los amigos en aquel bar de la esquina.
Asesinaos si así lo deseáis,
Exterminaos vosotros: los teorizantes de ambas cercas
Que jamás asiréis un fusil de bravura.
Asesinaos pero vosotros los inquisitoriales azuzadores de la matanza…

Pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna,
Al campesino que nos suda la harina y el aceite,
Al joven estudiante con su llave de oro,
Al obrero en su ocio ganado fumándose un pitillo
Y al hombre gris que coge los tranvías
Con su gabán roído a las seis de la tarde.
Esperan otra cosa.
Los parieron sus madres para vivir con todos
Y entre todos aspiran a vivir / tan solo esto.
Y de ellos ha de crecer
Si surge una raza de hombre y mujeres con puñales de amor inverosímil hacia
otras aventuras más hermosas.

MIGUEL LABORDETA

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