Una amable bloguera me recuerda una entrada que realicé hoy hace justamente un año, a propósito de una foto sobre unos pajarillos muertos. Vuelvo para leerla y compruebo que, salvo que no me entienda a mí mismo, allí me expresé entonces tal como lo hice anoche cuando escribí mi última entrega. Únicamente hay una diferencia, entonces cabalgaba el caballo negro; hace un rato, el bayo.
Es curioso que al cuarto caballo del último libro de la Biblia se le atribuya un color que oscila de tonalidad, igual es “pálido”, que “cenizo”, “verde claro” o “verde amarillento”. Y es igualmente significativo que Alonso Schökel, ilustre y sabio comentador, afirme que este último, la muerte, es propiamente “la epidemia”, que engloba las otras plagas, a saber: la victoria, la sangre y la guerra.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis no es una escena que me atraiga particularmente del texto sagrado, salvo cuando escuchaba aquella música en tiempos poco claros; era Aguaviva y sus terroríficos “El niño ha muerto”, “La ciudad es de goma”, “Niña de Hirosima”. “Me queda la palabra” era el final de aquel long play, que dejaba un resquicio abierto a la esperanza…
A mí me queda sólo la palabra.
Vengan todas las plagas que hayan de venir, -y aquí están, también en Oslo-, al personal parece no incomodarle demasiado, y de camino al descanso merecido en la playa o en la sauna, mira desinteresado a quienes parecen aletear, esos del 15 M, y pasa sin decir ni pío.
Los que de verdad ya no pueden hacerlo son los casi 90 asesinados en el país noruego, y los miles, por decir algo, de libios convertidos en daños colaterales, necesarios para que todo esto se mantenga.
Entretanto, los que tiene esa obligación sudan la camiseta con el ibex, el euro, la deuda, la quiebra amenazante… O se levantan de la mesa, y se largan dejándolo tal cual, tal vez esperando que cuando las cosas se pongan de su parte ellos puedan llevarse la mejor.
Estas cosas me suceden un día que luce el sol claro, pero todo lo demás permanece en la penumbra.
Cuando se habla de apocalipsis, de plagas, de enfermedades, de guerras,... parece que se habla de unas extrañas maldiciones que alguien maligno echara sobre nosotros para expiar tampoco se sabe que culpa inventada. Pero no. No hay ser maligno, no hay maldición, no hay purga, hay sólo la acción humana. Nosotros organizamos las guerras, siempre injustas, nosotros somos responsables del hambre y la enfermedad, nosotros generamos la xenofobia y el odio, nosotros convocamos la venganza y el sufrimiento, nosotros alejamos la paz. Nosotros somos responsables de Hirosima y de Fukushima, una bomba de exterminio y un accidente que no lo es. Si mañana se acabara el mundo, se acabaría sólo para nosotros, muchas otras especies seguirían vivas y nadie sino nosotros sería responsable de ese final. Hay muchas profecías que anuncian un final, pero no tiene nada de proféticas, basta mirar el panorama y observar nuestros actos, es tan fácil como hacer un pronóstico del tiempo.
ResponderEliminarMiguel Angel, debo estar muy espesa porque no entiendo nada, nadita, nada. De todos modos en la próxima entrada que programé hace unos días quizás resuene parecida a lo que Juan menciona. Beso.
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