He recibido un correo


A temprana hora, suena el móvil con aviso de mensaje y leo en la pantalla:

“SE HA ORDENADO EL PAGO DE SU DEVOLUCIÓN DEL IMPUESTO SOBRE LA RENTA DE LAS PERSONAS FISICAS DEL EJERCICIO 2010”. Remitente AEAT. Hora: 08:34:11. 22/06/2011
Entusiasmado con la noticia me prometo festejarme el día comprando una botella de vino para comer.
He de decir que no me gusta el vino. Que desde pequeño como con un sorbito, entonces del que se hacía en casa, y ahora del que venden en los comercios. Lo bebo por beber algo, si es menos mejor que más.
Así que de paso por una tienda, a la vuelta de unas gestiones en el centro, adquiero dos botellas de una marca de vinos de la Ribera, de Burgos, en concreto. Para probar, una de tinto joven, del 2010, y otra un poco más añeja, del 2008.

Empecé el joven, y me gustó. Comí alubias con costilla de cerdo y el vino recién comprado. Y disfruté.
Por la tarde tenemos la reunión final de curso de la lectura comentada del libro de Pagola “Jesús, aproximación histórica”. No leímos. Sólo comimos, porque coincidiendo con el comienzo de las vacaciones dos buenos elementos, Roberto y Víctor, quieren celebrar sus cumpleaños. Y estuvimos dándole.
Hice un comentario sobre el vino que acababa de probar en la comida, y Víctor que es experto me pide que lo traiga. Lo hago. Él se sirve, huele, embucha un sorbo, mueve los carrillos, de uno y otro lado, se aquieta, vuelve a mover los carrillos y al final traga. Yo creo que tragó sin ganas. Su juicio fue: es buen vino para el euro y pico que te ha valido.
Acertó. El vino no vale nada, y la conclusión que yo saco es que ni siquiera lo que pagué por él.
Pero a mí me gustó. Lo que es no entender.
He decido que si AEAT hace el abono en cuenta, ya tengo para estas vacaciones,  y que si me las tomo cuando coma me acompañaré con agua de manantial de la sierra, a ser posible de Pirineos.

1 comentario:

  1. Pasa con los golpes de suerte. Y con los que no son de suerte, pero que tienen algo de inesperado. Te alegran y quieres compartir tu alegría con los demás, como si la alegría personal no fuera alegría hasta que no es compartida. A veces, incluso, lo arrastra a uno tanto la euforia de la celebración que le cuesta más que supuso el premio. No importa, la alegría compartida ya no puede borrarla nadie, salvo que convirtamos la euforia en frustración. Que también pasa. En fin.

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