Mientras escribo esto se está preparando en muchos lugares la hoguera que celebra el paso de un instante, que no sé muy bien qué significa, pero que un gentío enorme disfruta.
Bien digo lo de paso, porque es cambio, salida y entrada, nexo, muda o conversión.
Algunas personas y colectividades se las dan de que celebran la noche más larga del año, y no es verdad. En ciertos sitios se ufanan de sentirse, durante unos instantes, en sintonía y comunión con las fuerzas más primigenias de la abuela naturaleza. Y tampoco es cierto. Esto lo digo por lo que se ve que queda después de los saltos y las borracheras. Y hay también lugares y personas que simplemente queman su vida haciendo como que lo que arde es el mundo entero. Cosa que igualmente ni es exacto ni es verificable. Aunque a primera vista dé toda la apariencia de verosimilitud.
A mi plin.
Uno de los momentos más entusiasmantes que vivo a lo largo del año es la nochebuena. Por ser Navidad, por juntarme con la gente que quiero y me quiere, por las buenas palabras que comunican tan buenos deseos y por sentarme a la mesa comiendo y cantando villancicos. Siempre me ha gustado porque sí y también por los buenos sentimientos que afloran o nacen, que no siempre hay que pensar que son ficticios, artificiales. Pero también porque es el comienzo de los días que empiezan a crecer, y que desde hace ya la tira voy disfrutando uno tras otro, casi cronometrando los instantes que un sol se adelanta sobre el anterior en una progresión misteriosa y mágica que no cambio por ningún otro momento de la jornada.
Por lo mismo, y al contrario, esta noche, la más corta al decir de esos mentirosos que se olvidan del auténtico solsticio de verano que ocurre en el paso del 20 al 21 de junio, me produce cierta tristeza; a partir de ahora el sol se irá antes, la jornada durará lo mismo pero la oscuridad será más persistente y duradera y cuando me levante de la cama tendré que esperar cada vez un poco más al hermano luminoso que alimenta, ilumina y embellece nuestra madre tierra.
Tal vez debiera unirme a quienes esta noche encienden una hoguera para con su fuego alimentar al sol y darle ánimos que le acompañen en el duro invierno, justo ahora que iniciamos el verano. Al menos me sentiría útil, y no triste como me percibo.
Me ocurre ahora de mayor como cuando de pequeño el primer día de vacaciones de verano ya me sentía estafado por la vida, porque lo que tanto había ansiado durante el curso ya empezaba a escurrírseme de las manos. Apenas iniciadas, ya menguaban. ¡Qué poco me duraban!
Una confidencia: Algunas noches, al irme a la cama, me descubro a mí mismo abrazando a Moli y diciéndola por lo bajinis: “Si te mueres, te mato”.
¿Seré como el perro del hortelano?
Es verdad lo de la noche no tan larga. Lo leí hace un par de días y tiene sentido. La tierra sigue la trayectoria de una elipse. Cuando se acerca al solsticio de verano (igual al de invierno, pero al revés para nosotros los del norte) la curvatura es más homogénea durante una semana más o menos. Es decir, la inclinación de la tierra varía muy poco durante una semana, de modo que la duración de la luz apenas se diferencia unos segundos durante esos días. El solsticio, por otra parte, no es un día, sino el conjunto de días en los que se produce el cambio de estación. Solsticio (de sol sistere o sol quieto) porque durante esos pocos días es como si el sol no alterase su posición en el cielo debido a esa escasa variación.
ResponderEliminar