Y este cura no es mi padre

Me dicen que hoy en el Hogar hay fiesta, que se juntan mayores y pequeños y que vienen de no sé dónde a compartir juegos autóctonos. Que vaya y fotografíe. Y fui.
Luego me puse a reparar unas plantas que se habían comido toda la tierra y estaban los tiestos con sólo raíces. Y me encerré en la sacristía, para no molestar. En esto oigo que me llaman desde la puerta de la iglesia. Es Isabel, que viene con unas flores de pelargonio y un manojo de perejil. Y toda apurada me dice que al abrir la puerta de mi casa se ha escapado Gumi.
Voy corriendo y me lo encuentro toreando a la chiquillería, que en ese momento estaba en el patio haciendo uno de los juegos. Todos corriendo tras él, y el muy gamusino corriendo más que todos nosotros. ¡Menuda corrida!
Total que solté a los otros dos, y como en la plaza de toros, los berracos se lo trajeron para los toriles. No nos dieron ni una oreja, pero sí sonaron los clarines. Un aviso.
Esto no sé a qué viene, pero tengo una cosa en la cabeza que me rurrunea desde esta mañana, al leer la crónica bonita, bonita, que un bloguero amigo ha hecho de la marcha 15M de Madrid del pasado domingo. Y digo yo que a lo mejor tiene alguna relación, o la forzamos, para que la tenga.
Compruebo que las consignas, los gritos y las frases, más o menos redondas, que se corean en estas manifestaciones hacen referencia, con más que cierto tono despectivo, hacia la clase política, la clase económica, la clase sindical, y hasta me han contado que la clase clerical. Supongo que también habrá para la clase ideológica, la clase educativa, la clase legislativa y la clase jurídica; sin descontar la clase administrativa, la militar y la empresarial. O sea, que van a estar incluidas posiblemente todas las clases que existen en esta sociedad.
Y yo me digo que dónde se incluyen a sí mismos los que tales cosas cantan, declaman y proclaman. Esta sociedad es lo que hemos hecho entre todos, todas también. Y hemos llegado a lo que somos con el esfuerzo común, para bien o para mal.
Cuando las cosas pintaban, tan contentos. El obrero a su trabajo, el estudiante a su clase, el ama de casa a sus labores, el jubilado a sus paseos, el diputado a su escaño y el banquero a su despacho. Ah, sí también, el clérigo a sus misas. Y la política la hacíamos todos, unos hablando, otros callando, todos (bueno, a veces sólo y apenas la mitad) votando y aceptando, y también quien ni sabiendo ni contestando.
Por supuesto había quien protestaba, pero era marginal, alguien chalado que nadie sabe lo que pretendía. Todos tenían más que de sobra, para comprar y para disfrutar. De modo que si alguien se quejaba sería porque no valía para esto, porque haber, había para todos. Y sé muy bien lo que me digo, porque he visto sueldos alucinantes. Eran las vacas gordas.
Ahora que las susodichas vacas han enflaquecido se busca al culpable. Y el problema está en darle nombre. En esto no vale tirar contra todo, se mueva o no. Hay que discernir. Y aunque hay momentos en que me parece que se hace o al menos se intenta, hay muchos más en que no lo veo. Y ya lo siento.
Stèphane Hessel grita su indignación, e invita a salir del acomodo para cambiar las cosas. Pero no le he leído eso de “no nos representan” referido a un sistema democrático y a unos cargos políticos salidos de las urnas. Tal vez lo pensara, no digo lo contrario. Pero de su pensamiento yo saco más bien la urgencia de salir del borreguismo, del silencio culposo y del no complicarse por implicarse.
Si las soluciones a todos nuestros problemas van a venir de la mano de alguien, no puede ser haciendo tabla rasa, cargándose todo lo que hemos ido haciendo y es lo que tenemos. Será metiéndose en harina y mirando dónde están los que no han dejado de hacerlo; quizás tengan las uñas sucias, pero es de sólo harina, no de otra cosa. Nadie ha podido jamás dudar de su honradez, no hay por qué venir ahora a insultarlos.
Tal vez, sólo tal vez, ese cura no sea mi padre. Pero esas aguas que ahora parecen tan pestilentes, las hemos bebido, las bebemos y casi seguro que seguiremos bebiéndolas.
Y termino como empecé. Hecho un lío. El mismo que nos hizo esta tarde Isabel abriendo mi puerta y el Gumi corriéndonos por el patio. Habrá que recurrir a los sobreros, para que pongan sentido, orden y un poco de claridad.

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