Quien canta, sus males espanta

 
¿Usted sabe música, verdad? Yo también. Y soltó la retahíla completa y de corrido: redonda, blanca, negra, corchea, semicorchea, fusa y semifusa.
Desde hace un mes asisto a una residencia de personas mayores, yendo los domingos a celebrar con ellos la eucaristía. Me lo habían propuesto cuando se creó, hace ya unos cuantos años, pero no acepté. Ahora que el religioso que lo llevaba ya no puede desplazarse por razones de salud y también de edad, me he visto comprometido; también esas personas tienen derecho y yo puedo sin grave quebranto y contratiempo. Hemos encontrado un horario que nos viene bien a todos, y de momento ahí estamos.
La frase que encabeza este escrito me lo saltó un señor al terminar. Y no tenía otra pretensión, digo yo, que soltar una gracieta y hacerse de notar.
Yo soy de los que cantan hasta en la ducha. Ahora no lo hago, porque uso la pública de la piscina donde nado, que es municipal. Claro que la chavalería pega gritos al entrar y al salir, al tirarse y al subirse, al patalear y al bracear; pero un señor como yo no parece que sea muy normal que bajo el chorro del agua berree como a mí me gusta. Por eso lo dejo para cuando me pongo el mandil de la limpieza o voy solo con mis perros por el campo; también cuando pedaleo por las calles. Ahora en plan fino, sólo en lo litúrgico.
Todos los domingos y festivos canto con los vejetes en misa. Tal vez ellos y ellas no lo hagan más que en ese momento, porque no tengan oportunidad, porque les de vergüenza, o porque no tengan ninguna gana de hacerlo. Cantar no siempre sale; a veces hay que forzarlo a salir, casi echarlo pa’fuera.
Ya sabía lo que me iba a encontrar. Antes sólo ver por fuera el edificio ya me abajaba el humor. Entrar dentro, directamente me lo desaparecía.
“Cuando te parezca nos llevas a tu madre y a mí a una residencia, y terminas”. Así me espetó un día mi padre que no estaba de buen humor precisamente. No recuerdo qué le respondí, algo le diría. Todo siguió igual, hasta que él se cansó de vivir o se le acabaron las fuerza y… simplemente se durmió en su sillón de toda la vida.
No, no me gustan nada las residencias. No se lo merecen. No quieren estar. No son felices. Tal vez no tengan otro sitio, quizás sea el menos malo, puede ser que allí se les atienda más y mejor; incluso, y te lo dicen a veces, dicen que gozan de más libertad que si estuvieran con nietos y parentela. ¡Qué se yo!
Os voy a decir lo que pienso hacer para la Pascua. Directamente voy a ir con la guitarra y, bailar no, pero cantar, vayan si cantamos a coro aquello de ¡Resucitó…!

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