Ha amanecido un día frío. El sol está solo en un cielo limpio, pero el fuerte aire del norte trae aún restos del invierno que se niega a despedirse.
En un rincón del sendero, casi oculta entre las hierbas, resaltando su rojez sobre el verde dominante tras tanta agua sobrevenida, aparece a mis ojos la amapola solitaria.
Primera de una multitud que dentro de poco plagará estos campos abandonados, que esperan ser algún día zona de esparcimiento y cultura del ocio en lo rural no obstante que urbano.
¡Cosas!
Sola, pero aún así acompañada por las amarillas y estas pequeñeces azulinas, que ni levantan la voz ni apenas destacan en su más pura humildad.
Va despertando la primavera abril en el medio. Se toma su tiempo, no tiene prisas, aún no es el momento; heladas tardías han de llegar y más vale prevenir que adelantarse.
Ingenuidad en la más entera sencillez, no calcula que ese sol que ahora sólo alumbra, dentro de nada quemará. Corta vida la de la amapola, fugaz y tenue como la sedosidad de sus pétalos, que a malas penas consiguen mantenerse erguidos contra el viento frío que les doma.
Dejéla sola, tal como la encontré. Tal vez mañana ya no esté. Tal vez mañana todo esté plagado de ellas, y, campos de Castilla, pendones al viento anuncien que el duro invierno pasado, ya es historia.
Esta mañana alguien me ha obsequiado con un ejemplar casi tan bonito como el que muestras, y a la vez que he agradecido el detalle he pensado en lo fácil que hubiera sido respetarla.
ResponderEliminarTambién he pensado que no siempre fue así. De pequeño, todos los chavales del barrio, abríamos los todavía nonatos capullos tras la pregunta: "¿monja o fraile?", e incluso hacíamos apuestas. Qué cosas.
Veo que ya eres experto en el tema de las corcheas. Que afán de apreder. Me alegra.
Saludos.
Lucen muy bien las flores y las notas musicales....
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