Cuando nadar es un placer


Creo que la primera piscina cubierta de mi ciudad fue la que construyeron en los campos deportivos del instituto Zorrilla. Ya me pilló mayor, y no me llamó la atención. De todas formas yo era nadador de ríos, canales y puertos. También de charcas y acequias. De modo que no pisé, quiero decir nadé, bajo ningún techo la mayor parte de mi vida. Hasta que pasó lo de aquella caída tonta por un resbalón en una umbría de la Fuente del Sol, una tarde que llevé a mis lebreles a darse un garbeo por el monte.

Ahora que ya no queda más solución que nadar en agua cálida y tranquila. En horas y momentos de los que el cuerpo es más exigente, que no lo son todos, que así es uno. O sea, que me organizo si es que puedo. Nado preferentemente a última hora de la mañana, a media tarde o por la noche. Y casi siempre me es posible atender a estas exigencias sin mayor problema.

Pero hete aquí que hay días que las cosas se trafulcan, y no hay manera de hilvanar ese encaje de bolillos que es la propia vida a gusto, y hay que hacer lo que buenamente se puede. Y no me quejo, que día sí y otro también, raro es que falte a mi cita.

Pero esta semana se cruzaron las circunstancias, y he tenido que meterme a remojo tres días seguidos a media mañana. Nada más entrar en el recinto me hice a la idea: era el momento de la tercera edad. Bueno, en realidad más bien cuarta o quinta. Estaba la piscina llenita de abuelos y abuelas.

Y es que en la actualidad a todos los médicos y médicas, y en general al personal sanitario, terapeuta y etc, les da por recetar y recomendar, para mantenerse sueltos, piscina. Y parece que es esa la hora, entre diez y doce de la mañana, más apropiada para las personas de ese tramo de edad comprendido entre la mía y el infinito.

No tengo mayor problema en driblar, doblar y sortear, y también por pasiva, ser driblado, doblado y sorteado, en una calle acuática, cuando la comparto con otras personas que también nadan. Darse manotazos, o patadas, o algún tipo de contacto bajo el agua, parece normal, cuando compartimos la misma calle tres, cuatro o más nadadores. Nunca pasa nada, y seguimos tan campantes.

Pero cuando se trata de personas que además de lentorras, ocupan justo el mismo centro o derivan de derecha a izquierda o a revés, que se paran porque sí y de repente, que se atraviesan sin mirar o que se meten justo cuando tú estás girando en unos de los extremos, la cosa se me complica un poco, porque no soy siempre capaz de no rozarme con alguien, y parece ser que aún tengo bastante fuerza.

A lo que voy; estoy dando de espalda y bien pegado a la corchera, rozándola con mi hombro para no molestar, y noto que a la ida y a la vuelta, una mano o un pie, al ir y al volver, se me mete por la zona hepática, una, dos, tres, en fin, muchas veces. No le doy más importancia y sigo arrimado a mi izquierda, mirando con el rabillo del ojo los colores blanco y rojo de los corchos. A la número no sé cuántas, el que nadaba al otro lado, levanta los brazos, mejor dicho un brazo porque el otro lo utilizaba para agarrarse; me paro, le miro, le pido perdón, sigue diciendo no sé qué de que no miro por donde voy, y termino diciéndole si es que él no tendría también algo de culpa en que nos rocemos cada vez que nos cruzamos. No hubo más réplicas ni más explicaciones.

Hoy, sin embargo, he podido volver a mi rutina, y he nadado todo el rato yo solito. Pero sin ocupar la calle entera, que yo siempre nado pegado, y dejo la otra mitad libre, como invitando, que no soy acaparador.

Ha sido un auténtico placer. 

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La foto superior corresponde a la piscina Parquesol, de Valladolid
La foto central es de la piscina Huerta del Rey, de Valladolid
La foto inferior es de la piscina Yingdong, ubicada en el norte de Beijing, nada semejante a la del Matadero, también llamada de Benito Sanz de la Rica, de Valladolid, donde habitualmente nado. ¡Pero también tiene ocho calles!

4 comentarios:

  1. Jajajajaj...como dice Eme, lo que hay que hacer y dejar de hacer para mojarse un ratito!

    Suerte que todos los dias no son iguales.

    Saludos.

    Me ha gustado leer La Palabra de Dios, aunque cada cual interprete a su forma y manera, creo que hay que dar gracias por lo que tenemos y como estamos cada día, para solidarizarnos con quien no tienen, ni está.

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  2. emejota, claro, es que estas piscinas municipales resultan de lo más familiar, en el más amplio de los sentidos. Faltan toallitas, las duchas funcionan de manera desigual y hay que ir corriendo a la que mejor chorrea, ya te conoce el de la taquilla pero aún así te exige el carné, los usuarios se cuentan su vida y milagros apalancados en el extremo de una calle y tienes que darte la vuelta antes de llegar al final, cada quien ya tiene su lugar donde apoyar la toalla y te puedes cabrear si alguien osa invadírtelo, etc.
    Pero de tan familiar, hoy por la tarde estaba yo solito nadando en medio de una piscina olímpica, con ocho calles para mí……………… ¡Y el socorrista contemplándome!

    TBO


    felicitat, claro, por supuesto que esa Palabra puede ser escuchada por cada cual, y si está al loro sabrá lo que le está diciendo. Sea lo que sea, es bueno. Esa es mi propia experiencia.

    También tienes razón en que dar gracias por lo que tenemos a veces puede hasta dar vergüenza; disponer de un millón de litros de agua higiénicamente tratada para nadar, y todo lo que quieras para tirar en las duchas y lavabos, me hace pensar en los países de la sequía y el hambre endémicas. Y me pregunto por qué esto es así. No te pienses que nado de manera insensible e insolidaria. Pero tampoco encuentro la manera de evitar lo que no está en mi mano.

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  3. Permíteme que me ría, con una sonora carcajada, porque te imagino en la piscina con todos esos afanes y no puedo remediarlo: me da la risa floja, jajajajaja.

    Lo siento pero eres como un chiste a ratos.

    Besos desde mi destino actual.

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