Muy bien, muy bien…
En una aldea de pescadores, una muchacha
soltera tuvo un hijo y, tras ser vapuleada,
al fin reveló quién era el padre de la
criatura: el maestro Zen, que se hallaba
meditando todo el día en el templo
situado a las afueras de la aldea.
Los padres de la muchacha y un numeroso
grupo de vecinos se dirigieron al templo,
interrumpieron bruscamente la meditación
del Maestro, censuraron su hipocresía y
le dijeron que, puesto que él era el
padre de la criatura, tenía que hacer
frente a su mantenimiento y educación.
El Maestro respondió únicamente:
«Muy bien, muy bien…»
Cuando se marcharon, recogió del suelo
al niño y llegó a un acuerdo económico con
una mujer de la aldea para que se ocupara
de la criatura, la vistiera y la alimentara.
La reputación del Maestro quedó por los
suelos. Ya no se le acercaba nadie a
recibir ilustración.
Al cabo de un año de producirse esta
situación, la muchacha que había tenido
el niño ya no pudo aguantar más y acabó
confesando que había mentido. El padre de
la criatura era un joven que vivía en
la casa de al lado.
Los padres de la muchacha y todos los
habitantes de la aldea quedaron
avergonzados. Entonces acudieron al
Maestro, a pedirle perdón y a solicitar
que les devolviera el niño. Así lo hizo
el Maestro. Y todo lo que dijo fue:
«Muy bien, muy bien…»
soltera tuvo un hijo y, tras ser vapuleada,
al fin reveló quién era el padre de la
criatura: el maestro Zen, que se hallaba
meditando todo el día en el templo
situado a las afueras de la aldea.
Los padres de la muchacha y un numeroso
grupo de vecinos se dirigieron al templo,
interrumpieron bruscamente la meditación
del Maestro, censuraron su hipocresía y
le dijeron que, puesto que él era el
padre de la criatura, tenía que hacer
frente a su mantenimiento y educación.
El Maestro respondió únicamente:
«Muy bien, muy bien…»
Cuando se marcharon, recogió del suelo
al niño y llegó a un acuerdo económico con
una mujer de la aldea para que se ocupara
de la criatura, la vistiera y la alimentara.
La reputación del Maestro quedó por los
suelos. Ya no se le acercaba nadie a
recibir ilustración.
Al cabo de un año de producirse esta
situación, la muchacha que había tenido
el niño ya no pudo aguantar más y acabó
confesando que había mentido. El padre de
la criatura era un joven que vivía en
la casa de al lado.
Los padres de la muchacha y todos los
habitantes de la aldea quedaron
avergonzados. Entonces acudieron al
Maestro, a pedirle perdón y a solicitar
que les devolviera el niño. Así lo hizo
el Maestro. Y todo lo que dijo fue:
«Muy bien, muy bien…»
[El canto del pájaro. Anthony de Mello, s.j. Editorial Sal Terrae. Santander 1982, pág. 125]
Transcrito el texto, digitalizado el dibujo, obviado el correspondiente permiso para publicarlo, pincho por simple curiosidad en el firefox y compruebo, como no podía ser de otro modo, que este cuento está colgado en tropecientos mil lugares de internet. Y no sólo el cuento, el libro entero puede descargarse en formato doc o pdf. Del País Vasco a Estambul, y de Madrid no al cielo sino a Bogotá, una muchedumbre de internautas había escogido mucho antes que yo esta pequeña historieta sobre la bondad, la bobez, la difamación, la paz interior, la mansedumbre, el arrepentimiento, la mala reputación, el miedo al qué dirán…
Y digo yo: tanta gente no puede estar equivocada. Esto tiene miga. Seguro que sí.
Y digo yo: tanta gente no puede estar equivocada. Esto tiene miga. Seguro que sí.
Amigo Miguel Ángel, ya ves, yo no conocía el cuento, y eso que los cuentos orientales son de mis preferidos, y los zen los mejores entre ellos. Son una preciosidad siempre, parecen que vienen directamente del espíritu humano, de lo más sencillo, de lo más natural y limpio. Hay una maravilloso de un discípulo que estuvo largos años haciendo sacrificios y luchando contra sí mismo para conseguir la perfección. El maestro lo veía hacer todo eso y no decía nada, hasta que un día el discípulo le preguntó, ya un poco desesperado de no conseguir dominar sus pasiones: "Maestro, ¿qué puedo hacer para dominar el hambre, la sed y el sueño?" Y el Maestro, que estaba rastrillando el jardín, le dijo: "Come, bebe y duerme", Dicen que el discípulo de pronto lo comprendió todo. ¿Será verdad?
ResponderEliminarAunque esté en mil sitios, a mí me ha gustado leerlo en este lugar. Gracias.
Muy bien, muy bien.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es un viejo cuento, sí, y me temo que Anthony de Mello es un mero copista. Yo lo conocí a través de Osho y él ya lo cuenta como si fuera una historia popular. Siempre lo entendí como un canto a la personalidad, a las propias convicciones y un no tener en cuenta (no diré desprecio) el qué dirán.
ResponderEliminarPara los Seres adelantados, todo cuanto sucede está bien, porque no parcelan las situaciones como lo hacemos los seres comunes, que cerramos el campo de nuestra visión y tan solo vemos lo inmediato,
ResponderEliminar; Ellos tienen un gran angular y ven mas allá, ven la totalidad y todo esta muy bien.
Besos
Yo tampoco conocía y, aunque lo conociera, no hubiera dejado de leerlo en este espacio de deleite y compromiso. Los cuentos sencillos son grandes a la vez. Rezuman sensibilidad, sentido de la amistad, buenas intenciones, firmeza en las confecciones, generosidad. Un verdadero placer. Gracias
ResponderEliminarMíguel, hoy en el paseo he estado pensando en el cuento y en la conversacion que hemos tenido. Tienes mucha razón¡ madre mía !, cuantas lecturas tiene y cuantas mas tendrá, y yo estoy pasando por alto.
ResponderEliminarSi, si, no es oro todo lo que reluce. Gracias por hacerme reflexionar y abrir el objetivo.
Besos.