Vivir... con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez...





que veinte años no es nada,
que febril la mirada,
errante en las sombras,
te busca y te nombra…



«Los viernes, Nacho cambiaba los libros por el petate y se iba con los humildes»
Alicia Martín Baró muestra una fotografía de su hermano


  • Ignacio Martín-Baró
  • Biografía: Nació en Valladolid el 7 de noviembre de 1942 y residía en Centroamérica desde 1962.
  • Formación: Era el vicerrector de la Universidad Centroamericana (UCA) en el momento de su asesinato y director del departamento de Psicología. Sus estudios y obras estaban encaminados a responder a la dura represión política que se registraba en la zona, el menosprecio a los derechos humanos y la creciente exclusión sociosocial y económica en América Latina. Entre 1988 y 1989 trabajó además como párroco de la comunidad de Jayaque, pueblo campesino incrustado entre las fincas cafeteras. Dicen que su voz fue la única escuchada por los testigos. Gritó a sus asesinos: «Esto es una injusticia, ustedes son carroña».
  • Ignacio Ellacuría
  • Biografía: Nació en Portugalete en el 9/11/30. Hijo de un médico oftalmólogo, era el cuarto de cinco hermanos. Curso, estudios de Humanidades y Filosofía en Quito (Ecuador) y Teología en Innsbruck (Austria). En 1967 fue destinado a El Salvador. Rector de la Universidad de los jesuitas desde 1979 hasta el momento de su muerte. Quienes lo conocieron destacan su capacidad de entrega a los más débiles.
  • Amando López Quintana
  • Biografía: Nacido en Cubo de Bureba (Burgos) el 6/2/36, residía en Centroamérica desde 1953, destinado durante muchos años en Nicaragua.
  • En El Salvador: Desde 1984, profesor de Teología en el centro de reflexión teológica y religión de la UCA. Entre los jesuitas se recuerda su imagen de hombre bondadoso, callado pero con una sonrisa contagiosa... y fumador de pipa. 
  • Segundo Montes Mozo
  • Biografía: Nacido en Valladolid el 15 de mayo de 1933, vivía en Centroamérica desde 1949. Era el superior de la residencia y director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana, institución que investigaba y denunciaba las violaciones de los derechos humanos cometidos en el país.
  • Formación: Ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús en Orduña, el 15 de agosto de 1950. Continuó su formación en Santa Tecla (El Salvador), Quito (Ecuador) e Innsbruck (Austria). Regresó a El Salvador en 1966 y fue rector del colegio Externado San José entre 1973 y 1976. Desde 1970 colaboraba con la Universidad Centroamericana, donde fue trasladado definitivamente en 1976 como profesor de Sociología. 
  • Juan Ramón Moreno
  • Biografía: Navarro (nació en Villatuerta el 29/8/33), era el secretario provincial de los jesuitas de Centroamérica. Trabajaba en la zona desde 1951 y era profesor de Teología en la UCA. Además, en 1985 se le encomendó la organización de la biblioteca del Centro de Reflexión Teológica, que hoy lleva su nombre, ya que se encargó de recopilar y catalogar todos los libros que la componen. 
  • Joaquín López y López
  • Biografía: Nacido el 16/8/18, era el único de los jesuitas asesinados que había nacido en El Salvador. Era director del movimiento de educación popular Fe y Alegría (ocho mil alumnos), que fundó además en el año 1969. Hombre callado, en los meses previos a su asesinato, los médicos le diagnosticaron un cáncer de próstata que, sin embargo, no le apartó de sus quehaceres diarios.
  • Elba Julia Ramos (5/3/47-16/11/89)
  • Celina Maricet Ramos (27/2/73-16/11/89)
  • Biografía: Salvadoreñas, mujeres, trabajadoras. No son unas desconocidas. Habrían sido unas mártires anónimas, como la inmensa mayoría de las víctimas de El Salvador, si no hubieran estado aquella noche en el lugar en donde estaban.


El Norte de Castilla


«La herida sigue abierta y aún sangra en la memoria colectiva no sólo de Valladolid, sino también de El Salvador y Centroamérica, donde los nombres de dos jesuitas vallisoletanos, Segundo Montes e Ignacio Martín Baró, son recordados con orgullo y ensalzados con actos póstumos, homenajes y condecoraciones, redoblados durante estos días porque el calendario se ha empeñado en clavar agujas en el recuerdo. Este lunes se cumplen 20 años del brutal asesinato de seis jesuitas -entre ellos, los dos vallisoletanos- en El Salvador.

Allí era la madrugada de un jueves, del jueves 16 de noviembre de 1989, con el país centroamericano golpeado por una Guerra Civil que hundía sus raíces en 1980 y cuyos ecos llegarían hasta 1992, con 75.000 personas muertas en ambos bandos. Aquella noche, aquel jueves, un grupo de uniformados -en el marco de una ofensiva emprendida por la entonces guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, hoy partido del Gobierno- entraba a las 2.30 horas en la residencia de los jesuitas de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), en San Salvador. 

Con metralletas

Los militares -que veían a los jesuitas como corrosivos teólogos de la liberación y cómplices del comunismo- empuñaron las metralletas y, a sangre fría (un lema recurrente allí y entonces era: 'Haga patria, mate un cura'), asesinaron a los seis sacerdotes (que dormían en sus camas) y a dos mujeres, Julia Elba, la cocinera de la casa religiosa, y Celina, su hija de 15 años, que habían solicitado a los jesuitas quedarse con ellos en la residencia de la Universidad, ya que la violencia y los combates se habían intensificado esos días en la capital. Después de la salva de disparos, y no contentos con asesinarlos, los militares lanzaron una bomba incendiaria en el inmueble. «Algunos de los asesinados, que fueron arrastrados hasta el exterior, tenían destrozadas las cabezas», contaba el periódico. Porque al día siguiente, Valladolid se desayunaba con la trágica noticia y una fotografía estremecedora en la primera página de EL NORTE.

Allí se veía a una de las víctimas tendida en el suelo, boca abajo, con un enorme charco de sangre a su alrededor, el líquido vital metiéndose en las juntas de las baldosas. Al fondo, la cama desecha de la que fue arrancada la víctima y a su alrededor armarios llenos de papeles. «Seis jesuitas y dos mujeres, asesinados por elementos uniformados en San Salvador», titulaba el periódico ese día. Hoy, 20 años después, la memoria sigue viva y lo demuestra el ramo de flores que abraza el monolito erigido en 1991, en recuerdo a los dos vallisoletanos asesinados, en la calle Francisco Javier Martín Abril. El Ayuntamiento también les dedicó una calle en Arturo León; en Parquesol está el colegio Ignacio Martín Baró y en la calle Núñez de Arce tiene su sede la Fundación Segundo y Santiago Montes. 

Hoy, 20 años después, la herida sigue abierta porque la Justicia aún no se ha decidido a cerrarla. Un jurado compuesto por cinco personas elegidas por sorteo acordó el 29 de septiembre de 1991 absolver a siete de los nueve militares acusados del asesinato porque el Ejército salvadoreño «no aportó pruebas suficientes». Dos años después, la Comisión de la Verdad, hizo público un informe -entregado a la ONU- en el que concluía que René Ponce, el ministro de Defensa, dio la orden de matar al rector de la Universidad Centroamericana, Ignacio Ellacuría, «sin dejar testigos». No sirvió de nada, la Asamblea Legislativa de El Salvador aprobó una amnistía general y los dos únicos condenados quedaron en libertad. Todos de rositas. Hoy son empresarios, jubilados, altos cargos del Ejército. Y libres. Este enero, la Audiencia Nacional ha admitido a trámite una querella de la Asociación Pro Derechos Humanos de España contra 14 militares de El Salvador para que se reabra el caso.»


Veinte años sin Montes y Martín Baró
Monolito que recuerda a los mártires de El Salvador en una céntrica calle vallisoletana.








El horror de El Salvador

José Jiménez Lozano

Sólo a duras penas, con la poderosa ayuda de los Estados Unidos, todo un ejército regular como el de El Salvador sólo será capaz de expulsar a la guerrilla que ha tomado la capital. Una vez más ha mostrado su incapacidad absoluta, y, por si fuera poco, a través de los famosos «incontrolados», «escuadrones de la muerte» y «grupos paramilitares», u otro tipo de asesinos, si no directamente, que quizás nunca se diga aunque se sabrá, han asesinado a un grupo de jesuitas -entre ellos varios españoles- de la Universidad de San Salvador culpables naturalmente de no aceptar el 'status quo' de pobreza y miseria, explotación y marginación decretado para la mayoría de la población salvadoreña. Así son las cosas, y asuntos como los de la «teología de la liberación», alusión a extremismos y otras zarandajas sólo son indecentes arreglos de exculpación de un crimen más. ¿Qué va a hacer, ahora, un Gobierno de extrema derecha humillado, un Ejército cuya victoria es la de sus protectores pero no la suya? Es de temer que lo peor. Y decir lo peor en un país donde tanta barbarie ha sido ensayada es decir mucho. ¿Se hará con la bendición o el silencio de los demás países? La cuestión centroamericana hace ya mucho tiempo que, por encima de toda denominación política, todo pretexto político, toda acción política, toda ideología política, es una cuestión de mínima ética de supervivencia del hombre como hombre, o de vigencia -mayor vigencia aún que en el pasado- de predominio del más fuerte al margen de todo Derecho y toda civilidad. Y la reflexión vale para los Gobiernos y las guerrillas, las formaciones militares que difícilmente pueden llamarse ejércitos y la población civil, de cualquier condición y estado. Centroamérica puede convertirse en un gigantesco incendio, ensayado ya desde hace años.

[Ese artículo fue publicado en El Norte de Castilla el 19 de noviembre de 1989]





También han hablado de esto:




    6 comentarios:

    1. En Managua, donde estaba yo en ese momento se paró toda la actividad; en la facultad de medicina de la UCA apareció un letrero que deciá "CRISTO VIVE", mi amiga Violeta Jimenez recitó un poema de Neruda, en el anfiteatro:

      Delgada tierra como un látigo,
      calentada como un tormento, tu paso en Honduras, tu sangre en Santo Domingo, de noche
      tus ojos desde Nicaragua
      me tocan, me llaman, me exigen,
      y por la tierra americana
      toco las puertas para hablar,
      toco las lenguas amarradas,
      levanto las cortinas, hundo
      la mano en la sangre:
      Oh, dolores
      de tierra mía, oh estertores
      del gran silencio establecido,
      oh pueblos de larga agonía,
      oh, cintura de sollozos.

      En la comunidad de Solentiname, una semana de oración, y un Credo muy especial:
      Creemos en Dios Padre, Creador del mundo y de los hombres
      creemos en Jesucristo, Hijo de Dios, nuestro hermano y Salvador
      ceemos en la Iglesia, cuerpo visible de Cristo al que pertenecemos
      creemos en la justicia, base de la convivencia humana
      creemos en el Amor, primero y principal mandamiento de Jesús
      creemos en nuestra vocación para servir a nuestros hermanos
      creemos en los pobres, que serán quienes construirán una patria más justa.
      Sentimos dolor por nuestros hermanos, asesinados en El Salvador luchando contra la injusticia y la opresión de los pobres, a mano de las milicias paramilitares; nos mantenemos firmes en nuestra fe, esperanza y amor. Su sangre derramada, fertilizará esta tierra,y brotará de ella la justicia y la paz.

      ResponderEliminar
    2. La memoria ha de ser laxa, para perdonar, pero, implacable, para que la justicia alcance su función. Sólo la justicia repara y restablece, rastaura la dignidad.
      Un abrazo.

      ResponderEliminar
    3. Yo digo que perdonar siempre, aunque cueste mucho en algunas ocasiones, pero olvidar nunca. No, por muchas razones, la primera de las cuales es algo tan humano como honrar a las personas dignas y valientes que son ejemplo para todos.
      Sí, Miguel Ángel, hoy he oído en la radio, mientras perseguía a una niña que perseguía a un cachorro que mañana era el aniversario de estas muertes sin sentido, y he oido las palabras de Ellacuría, creo que era él, diciendo que estaban amenazados, pero que no creían que llegaran a cumplir las amenazas, una voz de hace veinte años que al poco fue acallada para siempre. Me he preguntado en voz alta por qué y Fernando me ha mirado con incredulidad. "¿No lo sabes?". Pues claro que lo sé, pero siempre me parece precaria la respuesta, insuficiente. No hay por qué, en realidad. Nunca lo hay para la violencia en el fondo. Las imágenes de aquella matanza fueron impresionantes y un verdadero mazazo a las conciencias. Sólo deseo que nunca sean olvidados, que haya justicia, que haya paz, que haya igualdad, todo aquelloo por lo que estaban luchando, cuando los abatieron.

      ResponderEliminar
    4. Buen trabajo, Miguel Ángel recordando a gente buena y cuya muerte injusta y cruel nunca debemos olvidar. Gracias por mantener la llama encendida.

      ResponderEliminar
    5. No esperaba menos de ti, Laura, has puesto el broche de oro a este artículo mío en el que no me atreví a hacer ninguna aportación personal, me daba pudor.
      Te hago, sin embargo una confidencia: ni un sólo día han dejado de estar presentes en mi vida. Una foto con los ocho cuelga en la pared frente a mi mirada; me la trajo Alicia, “Recuerdo de la misa de 30 días”; cada rostro está iluminado con una bienaventuranza. Y debajo del cristal que cubre mi mesa camilla donde trabajo y hasta como hay otra hojita, recuerdo del homenaje que les hicimos aquí el día 19/11/89, con la foto de Nacho y un dibujo que Forges tuvo el detalle de dedicárselo en donde aparecen los Blasillos llorando mientras escriben en la pared: “IGNACIO MARTÍN BARÓ, Jesuita español, asesinado a los 47 años en El Salvador por dedicar su vida a los pobres y a los humildes. El sacrificio de tu vida es un ejemplo para los de tu generación…”
      Desde ahora estará también ese poema de tu amiga.
      No te pienses que soy fetichista, nada de eso. Es que se convirtieron en un referente para mi vida, y ya desde mucho antes de que les arrebataran la vida. Ellacu fue profesor mío y Nacho amigo, paisano y hermano de Alicia.


      Juan seguramente tienes razón en lo de laxa e implacable. Y en eso están. A mí me es suficiente la memoria de su presencia siempre viva. Llevan sus vestiduras lavadas y blanqueadas y ya no están sometidos a la gran tribulación, de la que salieron victoriosos. Y han dejado en nuestras manos su testigo.


      Clares, supongo que habrás disfrutado del campo, de la abuelez y hasta del cachorrillo. Y sí, Fernando tiene razón, lo sabes perfectamente, el por qué, y ellos lo sabían, vaya si lo sabían, y tenían miedo, pero lo vencieron, o les ayudaron a vencerlo, que eso no lo tengo ni medio claro. Y sí, seguro que ellos y ellas también se unen a tu deseo de que de una vez empiece a haber de todo eso que dices, por lo que ellos y ellas fueron abatidos. Y que tal vez algún día llegue a existir ese lugar donde sin cadenas podamos cantar a la paz y a la libertad. Tomémonos nuestro tiempo, porque no parece probable que llegue pronto ese momento, bien lo sabes tú y bien lo sabemos todos.
      No es, sin embargo, momento para los lloros. Tú ya estás haciendo bien tu trabajo. Yo, lo intento. Es la única salida que nos queda.


      Ana gracias por estar ahí. Recordar personas queridas es todo un gustazo.

      ResponderEliminar
    6. "Vivos están aquellos que murieron"

      extraído del artículo que hoy publica "Público"

      http://www.publico.es/internacional/269956/dia/satanas/mato/jesuitas/ignacio/ellacuria

      Besos Míguel

      ResponderEliminar