Esta tarde, velando a medias la siesta, adormecido por el suave murmullo del televisor, fui testigo de la carrera de 1.500 femeninos.
Cuando Natalia Rodríguez aceleró para atravesar el hueco interior que le dejaba la atleta que corría por delante de ella, enseguida me di cuenta de que ésta se hacía a la izquierda, cerrando el paso a la de atrás.
El roce posterior provocó en una la caída y en la otra una salida fortuita del tartan.
El griterío del estadio me dio la sentencia. No se lo iban a reconocer, no la iban a dar por ganadora, no importa que demostrara que la sobraban fuerzas para llegar la primera con muchos metros por delante.
Lo de menos es la medalla de plata. Lo que me encorajina es que siempre nos den a los mismos la patada.
Ni soy patriotero, ni nada parecido. Pero lo de esta tarde en aquel estadio berlinés, fue de vergüenza.
Simplemente, protesto.