Un brindis por Dominica

Y salía la pobre, delgada, media altura, más de 60, sacando las gafas del estuche que ella ya sabía que tenía que llevar. Subía los tres peldaños, se colocaba las lentes y poniéndose de frente, empezaba la lectura.

No le resultaba fácil, que va. Sentía como un ahogo ahí dentro, y las rodillas le temblaban, y la voz al principio casi no salía. Pero empezaba, y se entonaba y se calentaba, y terminaba la lectura con el consabido: palabra de dios.

Y él, la veía salir de los bancos de adelante, con temor, con humildad, sabiendo que "dirían" de ella, -ahí está la bien instruida, la sabiondilla del pueblo, la que se cree más-, con decisión, hasta con obediencia, porque ésa era la obsesión terca de este melenas más tozudo que una mula (que quién lo habrá parido, que quién será su madre) que nos ha llegado, que nosotros leamos lo que a nosotros nos corresponde. Y él sabía de sus temblores porque él también los sentía, que cada vez que sin armas ni coraza se plantaba ahí delante, para decir no su palabra sino la encargada y confiada, siempre siempre sufría un sofoco, y un temor, y un temblor, que también en las rodillas sentía que, vamos, que ni le sostenían.

Ella siempre hizo ese servicio mientras el peludo de pantalón color lila, y en verano hasta con zuecos, estuvo allí. Después, ya no se sabe, no se puede decir nada…

Hoy la (te) recuerdo con nostalgia, con agradecimiento, con alegría y un poco hasta con rabia.

Con nostalgia, porque han pasado muchos años y muchas cosas.

Con agradecimiento, porque nunca recriminó nada a nadie y realizó su servicio con caridad.

Con alegría, porque ya está con el Abba, madre y padre a un tiempo, y allí ya no tendrá que leer, ni le temblarán las piernas, ni tendrá que hacer ningún servicio que ya los tiene todos cumplidos. Se fue con 97, que ya está bien…

Con rabia, porque hace de esto más de 33 años, y ahora vienen los obispos reunidos en santo sínodo más la cabeza pensante a decir que sí, que las mujeres lean la biblia en la iglesia. Vamos, ni que hubiéramos nacido ayer. Entonces ¿el Vaticano II pa qué sirvió?

Dominica, va por ti, y por todas:

¡Un brindis en tu honor esta tarde en la mesa del Señor!

Este está pendiente

He tenido una inspiración… sobre Manzacosas.
Julita, mi Julita, lectora incondicional y silenciosa, amiga desde ¡siempre! me avisó de que manzacosas ya no estaba, aunque sí su blog. Abro esta entrada, porque me juramento a leer todos sus posts (comentarios incluidos), y hacer después un resumen que sea no epitafio, no, tampoco homenaje que no me corresponde, sino… cómo decirlo, un monumento (dentro de mis posibilidades que llegan, ya sabéis, hasta donde llegan) a un señor burgalés que un cierto día me visitó para decirme:

"Hola. Llego a este blog a través del de FERNANDO MANERO. Veo que eres sacerdote, y veo que te expresas con sinceridad, lo que me agrada. Un saludo. Manzacosas"

No me digáis que no es un precioso regalo de "alguien" que entra y te echa este piropo. Además que él, el manzacosas, ya está con el Abba, Padre o Madre, o lo que sea. ¡Que más da! ¡Que sea lo que quiera! Lo que de verdad me (nos) importa es que SEA. Y ES. Vaya que si ES, ¡voto a bríos!

Post festum… FESTUM

El grupo de 9 años es buenón. No, Pilar, al grupo ese lo han hecho bueno Rosa Mary y Roselen. Ese grupo en 7 años era tan malo como lo es ahora el de 7 años. Lo que pasa en que Roselen y Rosa Mary se complementan muy bien y lo han trabajado juntas.

Roselen y Rosa Mary son las catequistas del grupo que este año termina la catequesis de iniciación, y para mayo o así hacen la primera comunión. Roselen es la entendida, es que es profesora de E.G.B., es la que domina la técnica, la que sabe. En años anteriores siempre llegaba tarde, que tenía reunión de claustro todos los lunes. Este año se lo han puesto mejor, y llega a tiempo. Rosa Mary es otra cosa; en nuestras reuniones es la que siempre siempre da la nota… negativa. Con los chavales y chavalas se transforma: todo es cariño, sensibilidad, buenas manera, ¡un encanto! Y lleva, eso sí que sí lo sé: toda la vida en esta catequesis. Durante dos años ha bregado sola con treinta y tantos galopines más de media hora cada día. Y las dos que son bien distintas, forman un tandem que ya lo quisiera ver yo equivalente en la copa Federación de tenis.

Hoy ha sido el primer día de catequesis. Una fiesta total.

La primera en llegar fue Isabel. La pegué un achuchón de órdago. Venía no nerviosa, venía emocionada. Iba a ser catequista. La dije que si ella estaba emocionada yo estaba babeando de abuelez. Yo la di catequesis, ella encima de mis piernas, tan pequeña que era, en un grupo muy pequeño: sólo eran tres. Ella, Javi y Antonio, su primo. Eran… bueno no hablemos de años.

Ahora Isabel viene con su hijo a catequesis. La catequista es ella, por supuesto. Y es nueva, igual que Belén, otra que lo mismo, también empezó aquí. Y con Charo que es nueva en todo, en el barrio, casi en la maternidad y por supuesto en catequesis.

Llegaban con tiempo suficiente para encontrarse todo preparado en la clase, ¿cómo dices?, que voy a la clase; oye niño, si quieres ir a clase te has equivocado que esto no es el colegio. Esto es la catequesis, así que sube para arriba que te esperan. Y así uno, y otra, y todos los demás, niños y niñas.

Y todos en corro, y va el cura, y empieza a gritar, para no salir de la costumbre, y dice que aquí hay que cantar, pero muy muy fácil. Que escuchen La, la, la,… a ver ¿os parece difícil? Pues repetimos: La, la, la,… ¡Qué va!, dicen diciendo, mejor cantando, la, la, la,…

Y así, entre unas cosas y otras, en un cuarto de hora cantamos el himno de la catequesis, sin haberlo ensayado. Ni la escolanía de Montserrat lo hace mejor.

Y me despido, y salgo corriendo para otro grupo. El de Esther, Ana y Mary Ángeles. Mamás, bueno Mary Ángeles casi abuela, casi porque sus tres hijos aún no se han sabido explicar, pero ya lo harán si les damos tiempo, que mimbres ya tienen.

Y hala, aquí es yo tengo un amigo que me ama, que lo cantamos sin repartir cancioneros, porque todos se lo saben y los nuevos enseguida aprenden. Otros treinta chavales y chavalas que ya se les nota que es el segundo año y van creciendo en casi todo, bueno en unas cosas más que en otras… Este es el grupo de 8 años. Por cierto, bien lucidos, que se notan que comen y duermen como leones.

Y al terminar a ver qué tal les ha ido a las de 7 años. Sudorosas, con el rostro arrebolado, soplando, asustadas, implorando que para otro día no las dejemos solas. Que movidos, que no pueden con ellos, que qué harán sus padres, que vaya niños y niñas… Tranquilas, que es el primer día, que ya veréis cómo poco a poco las cosas se van tranquilizando, que ellos venían muy nerviosos por ser el primer día, que vosotras también por lo mismo o casi, que todo esto es normal, que no os preocupéis. Y así.

Y se van todos, y Pilar y yo a recoger las cosas. Lo normal. Cepillo, cogedor, mover mesas, quitar sillas, poner sillas, mover mesas, que mañana en la misma sala otros niños y niñas tienen su actividades.

Yo soy yo. Pilar, ¿quién es? Vaya pregunta. Bueno no es la pregunta, es la respuesta la que no es fácil de dar. Pilar lo es todo. Por eso me resulta fácil imaginarme que Dios también tiene rostro de madre. No, no es madre Pilar. Pero Pilar está en todas partes, Pilar se entera de todo, por Pilar preguntan todos, a Pilar acuden…, eso, todos. Pilar es con una chorrada de expresión el "alma mater" de esta institución parroquial. Pilar es mi amiga.

Bueno, basta, no te pases. Se empeñó en no sé qué, y me tocó vocear, cómo voceo, y discutir y hacerla ver que ella no puede hacer eso, que ella tiene que estar, coordinar, substituir, orientar, mirar, observar, en fin, eso, estar para que todo vaya como la seda.
Ya ha tranquilizado a la jovencitas madres catequistas con que el próximo día, se da una vuelta por su grupo y mira. Y eso, eso ya está resuelto.

Primer día de catequesis. Una gozada.

Y a todo esto los papás y las mamás, las mamás y los papás, que este año no he visto mucho abuelo/a, esperando que bajaran, que la catequesis está en el piso de arriba. Y en el patio estaban ellos, aunque llovía y ya era oscurecido.

Un día de fiesta

Pongamos un ejemplo:

Supongamos que en una parroquia al uso, es decir debidamente constituida a la que acude la gente del lugar, celebran el inicio del curso catequético. Asisten familias con sus niñ@s, además de la gente que normalmente asiste en un día de domingo, ya saben ustedes, el día que es de “precepto”.

Y el orden de la misa es el siguiente:

1. Comienza el acto con la presentación de l@s niñ@s inscrit@s como nuev@s, 7 años, en la catequesis y de l@s catequist@s que van a acompañarl@s. Se hace notar la escasa existencia de catequistas de sexo varón, con la consiguiente merma en el testimonio de la fe para niños y niñas y en el peligro de que la fe sea referida en su “pequeñas mentes” exclusivamente al sexo femenino.
2. En el acto penitencial se canta el “Qumbayá” (más o menos Señor ten piedad, antiguo Kyrie)
3. El Gloria es substituido por el Gloria, gloria, aleluya (música de procedencia americana)
4. La oración colecta la dirige un@ niñ@ adult@.
5. De las lecturas sólo se proclaman la 2ª y el Evangelio del día, o sea, una lectura de San Pablo que habla de la transmisión boca a boca de la fe y el momento en que Jesús une en uno los dos únicos mandamientos, toda la Ley y los Profetas, núcleo de la fe cristiana.
6. En lugar del salmo responsorial se canta “Viva la gente”, con la estrofa que empieza por “Dentro de cada uno hay un bien y un mal…”
7. La homilía (el monólogo, uno más, que realiza el "celebrante" mientras tod@s permanecen sentad@s, quiet@s, respetuos@s, silencios@s, ¿atent@s?), es una especie de animación a la gente a que se conviertan tod@s en lo que son desde el Bautismo, catequist@s, evangelizador@s, testig@s…; a convencer a quienes piensan que catequizar es enseñar a recitar oraciones del tipo "cuatro esquinitas tiene mi cama…", o "Jesusito de mi vida…", o aprender textos de memoria o saber cómo responder en misa…, de que catequizar también puede ser coger de la mano al@ otr@ y caminar junt@s tras Jesús, cuya palabra es el agua mansa que cae en la tierra y la empapa, y por eso necesita tiempo (¿tres años viniendo? ¡qué barbaridad), porque si lo hace como un turbión arrasa pero no esponja la tierra sino al contrario la apisona y endurece…; en fin, que ser cristian@ es algo que se va a prendiendo y siendo poco a poco, junto a otr@s, y con Jesús…
8. El ofertorio más o menos sigue el “ordo” (se llama así al texto en rojo que aparece en el libro gordo que está sobre el altar en el que está el texto en negro que sólo recita el "celebrante" mientras el resto, sean much@s o poc@s, callan y ¿asienten?)
9. El santo es cantado con el “Alabaré”
10. El canon sigue el “ordo” (como un poco más arriba se explica).
11. La comunión es presentada, más o menos así:
Este es Jesús, es nuestro amigo que hoy nos pide que ante él expresemos que merece la pena ser amig@ suy@, asumir su vida y tratar de vivir como él. L@s que se sientan enamorad@s por esta persona que hoy nos ha convocado y reunido, que le digan SÍ, y si se comprometen con lo que acaba de decirnos Él, que se acerquen a comulgar. Y que nadie mire al@ de al lado, que cada un@ sea libre y responsable de sí mism@.
12. Y mientas se comulga “bajo las dos especies” (salvo honrosas excepciones toda la gente comulga cogiendo con la mano) se canta “Tus manos son palomas de la paz”. Se acercan a comulgar más o menos l@s de siempre, vamos casi tod@s, que hubo quien ni por ésas…
13. Termina el acto con una oración a la Trinidad divina sobre l@s catequist@s que se responsabilizan del servicio de la catequesis parroquial y que públicamente aceptan el encargo y la tarea.
Finalmente se dan los avisos pertinentes.

Supongamos que la gente sale esponjada, contenta, feliz de empezar un año más en la parroquia.
Alguien dice todas tenían que ser así, el próximo domingo también ¿verdad?
Supongamos que todo el mundo está de acuerdo, y nadie discrepa. Supongamos…

Es sólo una suposición. Porque si no lo fuera alguien iba a tener serios problemas y mucha gente no sabría qué es lo que pasa, y vendría lo que no tendría que venir, y que ojalá quiera Dios que nunca venga.

Afortunadamente sólo he dicho supongamos. Porque la vida sigue, con contradicciones, pero con vida, y con mucho amor.

Bueno y me olvidaba decir que en lugar de recitar el Símbolo de la fe de los Apóstoles o de Nicea se podría haber cantado el Credo de la misa nicaragüense, con eso de puñetero y desalmado, y lo de las barquitas navegando. (Pero, tranquis, que eso suena feo y está muy requetemal).

Cosas de pueblo

Llegó con su melena, tampoco tan larga, y sus barbas, tampoco tan descuidadas. Pero llegó, no con miedo, no, más bien con prevención y, sobre todo, con timidez, mucha timidez. Iba mandado, y no sabía bien a dónde iba.

Saludos, buenas palabras, mejores deseos… Apretones de mano, palmadas en la espalda, algún beso en el reverso de la mano derecha, tal vez un Dios le bendiga… Un poco azorado, de tú, oye, de tú, que es mejor, mucho más fácil…

Pasó algún día. Había que comer. Ni bar de comidas, ni tienda, ni comercio diario, que llegaba a días, carnicero, fresquero, frutero…, sólo el pan. Así que repitió la costumbre del anterior: encontrar casa donde pudiera compartir mesa, o al menos la comida, pagada por supuesto.

Recorrido matutino, nada. Recorrido vespertino, también nada.

Al tercer día, una anciana hermana de un obrero del campo jubilado se prestó a darle de comer durante algún tiempo, hasta que hubiera más suerte. ¡Qué comidas! Ella de pie, al lado, esperando que él acabara la sopa, para servirle el pescado. Luego el postre. ¿Le ha gustado? Estaba todo muy rico, muchas gracias, pero yo preferiría que no estuviera así, que se sentara conmigo… Ella nerviosa no sabía qué decir. Eso no podría ser, eso no estaría bien. No hubo más. Y así pasaron otros días.

Un día, tal vez el décimo, o el vigésimo quinto, entró en su casa, ella bajita, ni morena ni rubia ni castaña, sonriente y avergonzada, a su lado dos hijas como dos castillos de jóvenes, de llenas, de guapas, de altas, y también la pequeña, Elena, de unos 6 ó 7 años. Que si podría acogerme…, que sí, que lo hemos hablado en casa y que sí que venga usted con nosotros que donde comen cuatro comen cinco. Eran siete, el matrimonio, tres hijas y dos hijos. El hombre de la casa está con el ganado en el campo, que es pastor, llegará muy tarde, pero ya está hablado. Él se emocionó como hacía tiempo que no se emocionaba, y mira que el puñetero era reacio a las emociones, tanto que las ocultaba hasta hacerse daño. Por fin ya no comería solo, charlaría, reiría, trataría de ser uno más entre todos ell@s.

Y fue feliz en aquella casa.

Os recuerdo, os quiero: Nicolás, Fidela, Miguel Ángel, Mercedes, Manoli, Darío y Elena.

Fueron su familia, su nueva familia… durante aquellos dos años, y bastantes más.

Por lo demás, los chavales, digo chavales y chavalas. Baloncesto en el patio del ayuntamiento. Paseos por el valle en bici, a pie o en coche. Llegaron a viajar en el pobre cacharro más de 15, ¿cómo? milagro de la multiplicación del espacio (Tranquis, que íbamos por caminos y similares). Ping-pong en la cuadra de la enorme casa rectoral convertida en sala de bailes y otros menesteres. Tardes viendo la tele en el teleclub. Y música. Porque tenía guitarra. La única del pueblo, al menos no se sabía que hubiera otra. Y por supuesto los monaguillos, los mismos que participaban en todo lo demás.

Un día llegó nuevo un señor, y señora por supuesto, que compró casa de larga historia y bella planta, vamos casa solariega. Y este señor que venía a vivir no, venía de vez en cuando. Y luego llegó otro señor, ya no sé si con señora, que resultó hermano del anterior. Andaba mucho por el campo, tomaba el sol, se mojaba con la lluvia y era como distinto.

Y un día se le acerca este señor y como no queriendo la cosa empieza a hablar y a preguntar, qué, cosas del pueblo. Y en éstas va y le dice: en este pueblo pasa algo raro. Los chavales, las chavalas, cantan cuando van por ahí ¡a desalambrar, a desalambrar, que la tierra es mía, tuya y de aquel!, y soldadito de Bolivia, soldadito boliviano, y en mi pueblo sin pretensión tengo mala reputación, y voy a cantar el corrido de un hombre que fue a la guerra, y carne de yugo ha nacido, y vamos por ancho camino, nacerá un nuevo destino, ven, y muy bien, voy a preguntar por ti, por ti, por aquel, y te recuerdo amanda, la calle mojada, y me lo decía mi abuelito, me lo decía mi papá, y si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré como un anillo al agua, y andaluces de jaén, aceituneros altivos, y tú y yo muchacha estamos hechos de nubes, y nuestras horas son minutos cuando esperamos saber, y tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja, y cuando ya nada se espera personalmente exaltante, y ciego que apuntas y atinas, y pues es amarga la verdad, y hace mucho el dinero, y levántate y mira la montaña…, que digo yo que esas cosas no las aprenden en la escuela del pueblo, que dónde las habrán oído. Y le mira, con media sonrisa que no lo es, tampoco media mueca, y continua preguntando cosas del pueblo.

Y siguió la historia aquella en aquel pueblo.

Ha pasado el tiempo y él se pregunta qué será de aquellos chavales y chavalas, qué cantarán si es que aún cantan, qué vivirán si aún viven. Y también se pregunta por aquel señor preguntón, que ni sonreía ni ná.

Pero de aquella familia, Nicolás, Fidela, Miguel Ángel, Mercedes, Manoli, Darío y Elena no se pregunta nada, porque la lleva en el corazón. ¡Nos veremos! ¡Palabra!

Un lugar para el diálogo…, cuando se quiere dialogar

He tenido problemas en Atrio. Ya está casi resuelto, en honor a la verdad. Habrá sido un pequeño problema de máquinas, que si en Valencia, que si en Argentina, porque desde ambos sitios se trabaja en lo que podríamos llamar moderación o dirección central.

Se trata de hablar desde la fe o desde la no fe, desde la convicción convencida o desde algún tipo de postura adoptada al caso, eso se irá viendo a lo largo del diálogo. No todo es claro desde el principio. Donde estés creyendo que hay liebre, tal vez te estén poniendo gato.

El caso es que lo importante son los temas que se exponen para el comentario, la discusión y el diálogo. Y como eso merece la pena, además de que es información buena, pues vamos a seguir siguiendo cualquiera de los "hilos" que se ofrecen. Y nada, tener paciencia, para pescar algo bueno.

Yo creo que con buena voluntad todo es posible.

Y otra cosa, que no quiero que se pierda esto. Lo puso mi convecino de Valladolid en su blog. Aquí tienes el enlace "Al fin la deuda saldada "
Sirve para muchas cosas: recordar, añorar, reivindicar, deplorar, gritar…, y también para orar. Yo ya lo he usado de varias maneras.
[Me darás tu permiso, verdad Fernando? Gracias de antemano]

Un buen patio de vecinos

No ha sido una mañana fácil en Atrio. Llevo cerca de un mes dentro, aportando. Leyendo desde abril o mayo aproximadamente.
Lo tengo aquí apuntado, y en otros lugares, porque se trata de un foro sobre temas que me ocupan y preocupan. Autores y artículos serios, con tema, ofrecidos para el diálogo dentro de una libertad y hay aportaciones muy serias y profundas, desde lugares lejanos o cercanos que sospecho que existen, pero para mí desconocidos.
El problema es siempre el de siempre. Se habla, se comenta, como si fuera una tertulia de café. Siempre hay gente así, en lo divino y en lo humano, en lo profano y en sagrado. Hablar, hablar, de lo que sea, contra quien sea, desde donde sea…

Esta mañana me han moderado, es decir, no puedo entrar en las entradas en las que quiero; recortan la aportación si procede o no procede, siempre hay quien decide por ti; esa moderación me suena a censura, citerior o ulterior, que más da, censura demócrata, para que no haya problemas en el diálogo y no se corten los hilos y la gente no se subleve, en fin, casi casi como siempre.

Rectifico: Acabo de ver levantada la moderación. No hay rectificación sino Afirmación de que ha habido un cambio de actitud y de criterio. La resalto porque es de justicia.

Me reafirmo en que Atrio es un buen foro, que trata temas interesantes de manera interesante, moderado por una persona que a veces se equivoca, y que sabe rectificar y disculparse.

Gracias, Señor Moderador, y buenas tardes tenga usted, por supuesto, buenas tardes.

Pruebas de imprenta

Esta es una prueba que hago de algo que me han sugerido: Se trata de colgar en un foro un documento (texto, foto, vídeo, etc.) como pdf de manera que se descargue sin tener que abrirse ninguna página. Aquí me resulta. Bueno lo del vídeo no lo he probado, que no lo tengo a mano.

descargame!

Escrito en html resulta de la siguiente manera



Al pasarlo a texto normal en la casilla Redactar, dice simplemente: descargame!

Cayó pieza

He pescado en el mar internetiano este blog de un vallisoletano allende el mar. Y como ya es costumbre en mí lo copio para visitarlo en algún momento.
Desde el ombligo del mundo, ¡dónde estará!

Y paa reflexionar al comienzo de este día nublado y triste,
¿La Eucaristía, una estafa?

Pero seguro que llegarán mejores piezas en esta pesca matutina.

Ángeles sí, que no demonios

Toda la semana estuvo la montaña soltando babas, como si fuera la espuma, el verrón que sale del puchero cuando hierve el buen cocido en la lumbre.
Estábamos acampados en Zuriza. Habíamos hecho varias cosas, incluida la mesa (Mesa de los Tres Reyes, esto para lo no iniciados. Hiru Erregen Mahaia para los vascos. Table des Trois Rois, su nombre en bearnes. Oye tú, el resto lo miras en Internet).

Pero amaneció claro, clarísimo. De un sol, vamos como para ir a los toros. Y la línea de la vecina Francia limpia a más no poder.
¡Este es el día! Vamos a por él. Él era el D´Anie. Un pico solo, aislado, hermoso, desafiante, fácil, muy fácil. Sólo tiene una puñeta: está rodeado de desierto de roca y hielo.

Muy de mañana, primero en coche, hasta la Piedra de San Martín. Luego, zapatilla, digo mejor, bota. Sin problemas. A la hora de la hora, arriba. Nos sentamos, disfrutamos, miramos, descansamos. ¿A comer? A comer. Los profesionales de la montaña no hacen tal, llegan, se paran, sólo un rato, y se bajan. Yo (nosotros) soy (somos) novato (novatos). De los de fardel, sentarse, abrir, comer, fumar y, luego, mucho luego después, volver bajando.
En mi ignorancia sentí extrañeza de que ese día no hubiera nadie arriba de los que yo vi subiendo. Ostras, qué pasará, ¿se irán porque tienen fiesta?
Y empezamos a bajar, despacio, con calma, disfrutando, pie pie, pie pie, como siempre, vamos.
Pero a media bajada llegó la muy puñetera: la niebla. Ni avisó, cayó. Vamos, como una piedra. No hay problema, hay señales, que los franceses son muy precavidos y tal. Pero ¡ya! No se veía ni torta más allá de las narices.
Oye, ¿por dónde? Qui lo , por acá. Pero . Nos paramos, dudamos, titubeamos… Y entonces la perrilla, vamos la Moli movió con gracia su rabo, ladró como ella solo sabe, trotó a mi alrededor y se puso por delante. Con ella de guía sorteamos las dolinas (huecos de gigante abiertos en la montaña donde la nieve anida y hasta se hace hielo) y encontramos el sendero. Un cruce. Piedra de San Martín al frente, Pierre du Saint Martain, a derecha, y Piedra, ya sabes de quién, a la izquierda. Otra vez, ostras.
Cogimos una, ya ni me acuerdo cuál. Otro cruce, e igual. O sea, lo mismo. La Moli tiraba adelante, pues a seguirla. Al final, una choza. Risas, parloteo en arameo, hay gente, llama. Y llamé. Y abrieron, y te juro que no hubo manera de entendernos. Ni francés, ni vasco (que algo me suena) ni por supuesto castellano. Por gestos, a saltos, haciendo muecas…, total que se enteraron por fin de que no sabíamos dónde estábamos. Una moza sanota, con la cara arrebolada por el anís que se estaban mamando dentro, cogió una furgoneta, nos metió como si fuésemos cabras, y nos dejó, después de recorrer una pista que dejó mis huesos golpeados, en una plaza asfaltada. Nos mandó bajar, todo esto a gruñidos ininteligibles, cerró la puerta, dio media vuelta y marchó.
Nos quedamos en la nada, asfaltada, pero nada. Pues a andar. Y anduvimos, y descubrimos unas sombras muy altas, que no eran rocas, no, que eran edificios.
¡Zas! Ésta nos ha dejado en la estación, de La Piedra de San Martín, por supuesto. Una familia de turistas no nos entiende, otro que va suelto tampoco, y yo venga decir carretera, route, coche, voiture, puerto, port, nada, ni pamplona.
¿Son ustedes de Valencia? dice una voz alto y claro en perfecto castellano. No, de Valladolid. Ah claro, que también Valladolid empieza por uve. No se preocupe, que ya he visto su R-6 solo allá arriba. Y nos coge a todos, Moli incluida, y nos lleva en su todo terreno hasta lo alto del puerto, (de La Piedra de San Martín qué te habías creído), justo junto al coche (R-6, por supuesto).
El tal pavo era un francés que tenía alquilado en lo alto del puerto (ya no lo repito que puede sonar a pitorreo, y seguro que te sabes de qué puerto hablo) una choza a los ganaderos. Pasa allí temporadas, aislado, solitario no, sí meditando (supongo que de lo divino y lo humano). Aquella mañana, o tarde, o lo que ya qué sé yo qué era, vio nuestro coche solitario en medio de la niebla y sospechó lo que pasaba. Así que se puso en movimiento y nos encontró. Porque bajó a la estación de esquí, -de La Piedra de San Martín, qué te creías- no a comprar no, no a tomarse una copa que tampoco, bajó sólo sólo para buscarnos.

Luego van y dicen, oye los ángeles, eso es magia, eso es fantasía, eso es un comecocos, vamos ni que estuviéramos en la era de las alucinaciones. Que no, que no hay ángeles.

Pues bueno. Tal vez no los haya, pero a mí al menos aquel día (y otros muchos que os contaré) me salieron al camino tres ángeles: La Moli, la muchacha gabacha y el también gabacho del todo terreno.

Hoy, esta mañana, la Moli se ha largado antes del paseo pinariego tras un gato (el jodido duerme en el patio, y estaba la pobre inquieta, que ya me di cuenta). Abrí la puerta y salió como loca. Dimos el paseo sólo con Pancho, que es un bendito. Volvimos a casa y nada. Me fui al centro de papeleos, voy al Tanatorio a achuchar a Chuchi que se le ha muerto su madre. Salgo del Tanatorio, hosti, empieza a llover. Pobre Moli, como una sopa. Ni baño ni leches, me voy para casa. Llego calado, que del tanatorio a mi casa hay que atravesar toda la ciudad, y lloviendo poco pero lloviendo, lo dicho, mojado hasta el calzoncillo. Y llego y ahí está la tunanta.
Abro la puerta, entra, la doy una galleta, la seco con su toalla, se tumba en el sofá y yo la tapo.

¿Qué iba a hacer? Es la Moli, uno de mis ángeles más preciados.

Historias pasadas que no mueven molinos..... de viento

¡A ti te voy a echar del pueblo!
El que hablaba desde el medio de la calle era Pedro, el alcalde. Le decía al melenas que venía rodeado de chavales y chavalas al campo de juego del ayuntamiento, o sea del pueblo.
Mira, Pedro, yo soy el cura de este pueblo porque me lo ha mandado el obispo. Tú no puedes hacer nada, así que no te pongas de esa manera. Ya lo sabes.

¿A qué venía esta invectiva, en tono acre y voz alta?

A una historia que poco o nada tiene que ver con aquellos enternecedores cuentos de la posguerra italiana de Guareschi, en los que un alcalde bravucón, comunista y descreído (?) y un ensotanado cura fascista (?) no menos bravucón, mantenían en constante tensión simpática a la población humana y divina de un pequeño pueblo de la Italia de entonces.

La cosa, el asunto, el tema empezó mucho antes. Apenas a pocos meses de aparecer por allí un tipejo sin pinta de cura, pero que era el cura. Lo de menos ahora es cómo era, qué decía, cómo se comportaba, que eso no cuenta, al menos ahora.
Lo importante es que en aquella temporada, tuvo la fortuna o “infortuna”, cada quien piense como quiera, de morir el caudillo, o sea Franco. Todos ya sabemos quién fue, no hacen falta más explicaciones. Y quien no lo sepa, que busque en Internet, que está al lado.

El caso es que ya de noche, llaman a la puerta de la rectoral (o sea donde vivía el cura del pueblo). Son el Alcalde y el Teniente de Alcalde (notad que las iniciales las resalto, que eran personas importantes). Vamos, Pedro y Juan. Muy serios dicen: Oye, mira, que ha muerto el caudillo y que dice el gobernador civil que te encarguemos un funeral para el domingo. Yo, respiro, no lo sabía. Y entraron y nos sentamos alrededor de la camilla. Y empezamos a hablar los tres. El cura intentar razonar que no puede hacer una misa funeral por alguien que ni ha sido del pueblo, ni siquiera tuvo el detalle de hacer algún alto en él si alguna vez pasó cerca. Vamos que sí, que fue el jefe del estado, pero que estaba tan lejos, que mejor dejarlo pasar. Un día, cualquiera, en misa, lo recordamos y ya está. Que lo otro puede hacer daño a algunos, que esto es un pueblo pequeño y que del otro bando también hay.
La conversación fue alargándose; de las formas suaves pasamos a las más ásperas; subimos la voz y hasta chillamos. Pero como la rectoral estaba al borde del pueblo, y en aquella calle no había más que corrales, no se enteró nadie. Bueno sí, se enterarían las ovejas, pero como ellas sólo balan, nunca se supo su opinión
Llegó un momento de la discusión en que ni pa´lante ni pa´tras. Y va el cura, y se quiere echar un farol, y va y dice: Bueno, lo que diga el obispo. A esto son los 11 y media de la noche, que entonces todavía no se decía 23:00 horas. Teléfono. Lo coge personalmente el obispo, qué pasa, mire que quieren un funeral y tal, que ¿qué hago? Y va mi obispo y me dice: Tú haz lo que tengas que hacer. Yo tengo un funeral en la catedral.

Total, que celebramos el funeral, por supuesto con las autoridades locales esta vez en el primer banco de la iglesia.

Pasaron los días o los meses. A lo mejor fue en primavera, ya no me acuerdo. El caso es que un domingo llaman a la puerta del cura. Está en el cuarto de baño, en el piso de arriba, que así estaba hecha la casa. Dormir abajo, lo demás, arriba. Porque entonces comía en casa de mi patrona, una santa de las de verdad, aunque claro, no era hija del pueblo.
Abro el balcón solemne de la rectoral, me asomo y veo abajo a la pareja de la guardia civil. Que tiene usted que bajar, que tenemos una razón para usted.
Os podéis imaginar. La guardia civil en casa del cura, que habrá pasado dice el personal curioso, si se lo llevan qué pasa con la misa comentó alguien con alguien. Bajé, charlamos, se fueron y yo volví a mis quehaceres. O sea, lavarme, desayunar y correr a decir las misas correspondientes.
Los guardias habían ido a decirme: el Sr. Juez Comarcal, le espera a usted el martes que viene en el Juzgado.
Y nada, eso, que fui, me recibió, me preguntó, le respondí, nos despedimos, y hasta ahora. Eso fue todo. O sea: Es usted el cura de ese pueblo, sí. Se ha negado a un funeral, no. Tiene usted algo más que decir, no.

Llegaron las fiestas del pueblo, recuerdo bien, San Pedro. El día en que se contratan los pastores para todo el año (supongo que se conservará aún esa tradicional costumbre, aunque a lo mejor con lo del cambio climático y la conversión al euro ya no se estila). Fiesta grande. Los chavales se encargan de ellas, eso, el baile, los cohetes, los juegos (bueno, eso no, que se los dejaron que los organizara el cura), el bar, las peñas, en fin todo ese montaje que supone las fiestas del pueblo.
El alcalde mangoneó y arrendó el bar a un amigo. Los jóvenes se cabrearon y no sé qué le hicieron. Teléfono de nuevo. Llegaron los guardias, detuvieron a 5 ó 6 y los encerraron en el ayuntamiento. Se enteró la gente. Alguien dijo que les estaban pegando. Los padres, las madres, los hermanos y hermanas, los pequeños y los grandes salieron en dirección, cómo no, del ayuntamiento. Al final, todo el pueblo revuelto y voceando que les dejaran salir, que ya estaba bien de agredir.
No sé quién volvió a coger el teléfono (y ya van tres), pero al mediodía de aquel día, San Pedro, llegaron a un pequeño pueblecito de los torozos castellanos 10 ó 12 yips (sé decirlo y hasta describirlo, pero no escribirlo) (corrección sugerida: se dicen "jeeps") llenos, o sea entre 30 y 40 guardias civiles de los de metralleta, casco y porra y guantes de boxeo (nada de a pie, mosquetones y porra). El pueblo copado, reculó cada cual a su cobijo. El curilla, atrevido y osado, se coló en el ayuntamiento y suplicó al alcalde que les mandara marcharse, que sólo él podía hacerlo. No, que se van a enterar de quien soy yo.
El cura comió de prestado, que ese día como era fiesta estaba invitado. Pero en aquella mesa se lloró más que comió, que aquella gente era buena y sencilla, y las viandas de postín quedaron casi intocadas. Qué desperdicio.
Luego hubo lo que tenía que haber. Un juicio, con acusaciones y tal, o no, que no lo hubo, bueno no me acuerdo. Lo que si pasó es que en los días siguientes vinieron amigos de la ciudad entendidos en cosas de derechos y defensas, hablaron con unos y con otros, vieron que no había lesiones, que tampoco malas caras, que al fin y al cabo todos eran parientes, que por qué no dejarlo al fin en nada. Y en nada se quedó. Pero al cura le dejaron con el culo al aire. Porque la noche de marras, todos fueron a la rectoral a pedir información sobre abogados defensores. Y el cura, tonto él, tiró de teléfono (ya es la cuarta, qué obsesión), también él, y metió bien metida la pata.

Pasó el tiempo, no sé si mucho o poco, pero llegó el momento de decir (que no, que no fue por teléfono, que con él hablaba de tú a tú): señor obispo, cámbieme de parroquia, que aquí me asfixio.
Y me cambió.
Ojo, quede claro. No me echaron. No fueron las beatas. Tampoco el alcalde. Ni siquiera el juez o el gobernador. Me fui porque el obispo me mandó a otro sitio. Y yo sé obedecer, que soy, bueno no sé lo que soy.

P.D.

Que ¿por qué cuento esto a estas alturas? Porque ya está contado en los papeles, salimos en el periódico de entonces, y porque ya hace tanto que no se acuerda nadie. Pero también porque he recordado ahora, y es bueno recordar si al hacerlo, descansas.

Moraleja: No te calles lo que tengas que decir, ni aunque te maten. Que como ves, no te van a matar, tonto, que es de broma.

Una de tropiezos y zancadillas. Por si vale.

¡Hay que ver cómo son los perros!

De Moli ya he hablado, la perra libertaria y cabezota, que se va cuando le da la gana, pero vuelve, eso sí, que sabe dónde está su casa. Le mando, le digo, me mira, se gira y me ofrece sus ilustres posaderas como diciendo, por un oído me entra y por el otro me sale. Pero es fiel, y cariñosa, cuando quiere por supuesto. Es mi Moli.

Pancho es otra cosa. No es mío, que sólo lo comparto. Si estoy quieto él se tumba, muy pegado, a los pies, a las patas de la silla, o de la cama, o de lo que sea en que yo esté subido. Silencioso, sin moverse. Si me giro lo pillo, o lo achucho, él se queja, yo tropiezo y no me caigo porque estoy echo un chaval. Si me muevo o me levanto, se mete entre mis piernas, supongo para decirme sin mí tú no te vas. Y es que le gusta correr y saltar, aunque sea del ramal; que también lo hace suelto, por el campo y el pinar. Y entre mis piernas, me tropiezo que es un gusto, y le grito, y salto por encima, y al final, por suerte no me caigo. Y así una, y otra, y otras más, y muchísimas veces.
Pero eso sí que no, que Pancho no tropieza, al menos en lo que yo sé, dos veces en la misma piedra. Que yo sí, vaya si tropiezo, no dos, sino dos mil, o más, que vaya usted a saber cuantos tropezones ha habido en mi pequeña historia.

Ya desde pequeño, yo metía la gamba donde fuera que cupiera mi extremidad.
Recuerdo, por ejemplo, una vez que quise saber qué tenía dentro la plancha eléctrica de casa. La despanzurré, la volví a montar, y sobraron piezas. Mi madre, por supuesto, aquel día no planchó. Tampoco hacía falta. Pero ella era muy lista. Me vio nervioso, me llamó, o no me llamó que ya no me acuerdo, tal vez fue desde la cocina o tejiendo, que lo hacía como los ángeles de bien y de rápido y de prieto, o ¿fue tocando el piano? Es igual, lo que importa es lo que dijo: “El que tropieza y no cae, avanza dos pasos”. Yo, chaval, oí sin entender, pero me tranquilicé. No había sido mucha la avería y volvía a salir salvo del pantano. El pantano era mi padre, de menos palabras y más contundente.
El caso es que yo he sido siempre muy tropezón. Otra vez llené de morceñas la sartén sobre la lumbre de paja, que me metí a “cocinilla” con el fuelle familiar.
Corriendo no, que ya he dicho que estoy hecho un mulo, y corro como una liebre, nado como un delfín…

Los tropiezos los he dado en la vida, con la gente, con los jefes, en situaciones concretas y en otras inconcretas. Siempre he dado la nota, siempre he hablado a deshora, siempre mi voz alta ha desentonado, y siempre ha habido ocasión para meterme en charcos, o en jardines, o en laberintos muy refinados. Como cuando llegué al pueblo destinado, en pantalón acampanado color lila o rosa, que ya ni me acuerdo (pero eso sí, que no lo compré, que era prestado). Era 1975.

De algunos no he sacado sino la cabeza fría y el culo más frío aún; de otros la cabeza se fue calentando, pero los pies no había manera que reaccionaran con el calor, o sea, fríos. El culo caliente lo he tenido muchas veces, y la cabeza sonando los redobles de tambor o campanazos otras más. Y así, barajando variaciones, todo un rosario de situaciones.
Los he tenido señalados, vamos de esos que no se olvidan, que me han dejado hondas marcas, no en el cuerpo, sí en el alma.

A estas alturas del recuerdo, tropezones y zancadillas es lo mismo. Que lo primero lo hago yo y lo segundo me lo hacen, pero quien sufre las consecuencias al fin y al cabo es un servidor.

Anoche me tropezaron. Sí, ya sé que es incorrecta la expresión, pero fue real y cierta. Si hubiera sido yo solo, diría tropecé. Si hubiera sida ajena la voluntad y la acción, tendría que emplear: me pusieron la zancadilla. Pero no, que al parecer la intención fue de dos, vete tú a saber porqué, vaya también con el paraqué; así que yo tropecé, la otra parte me zancadilleó, en resumen: me tropezó.

No sé decir más, tal vez no haga falta. Bueno sí, recordar, sólo recordar, sin imponer, sin proponer siquiera; bueno, a lo mejor como susurrando: Saulo de Tarso, San Pablo para más claro, el campeón de la fe, tan honrado, tan vituperado, cuenta cómo empezó para él todo a ser nuevo cuando alguien se puso junto a él, que no dice si por detrás o delante, por un lado o por otro, ni siquiera si fue desde arriba; el caso es que él se cayó del caballo, o le descabalgaron, o el caballo se cayó y le arrastró, o pesaba tanto que el caballo se arringó, o, en fin, ya le rondaba por la cabeza desde hacía tiempo que lo que hacía no estaba bien. También, también pudo ser que la compañía que llevaba estaba tan harta de sus manías que todos juntos lo tumbaron. También pudo ser así, ¿verdad?

Y anoche a mí, patoso entre los patosos, me “zurraron de lo lindo” cuando me di en la espinilla o me dieron, que todavía no lo tengo claro.
Si tienes paciencia y un rato disponible copia y pega donde debas, y lee que la letra puede aumentar a tu gusto y necesidad: http://www.atrio.org/?p=696
Para, para, ni copies ni pegues:

¡Que ya sé hacerlo y lo pongo como debe ser:
pincha
aquí, que sale directamente!

(No tengo permiso expreso para ofrecer esta cita, pero supongo que como está en la pública red, no habrá ningún inconveniente. De todas formas y en cualquier caso, yo acepto mi responsabilidad y asumiré todos los gastos, si tengo suficiente).

P.D.

Perdonad lo de arriba, es que una gentil dama me ha enseñado a poner el link (se dice así ¿no?) debidamente. Lo he cambiado, he mirado, me he girado, fuime, y aquí no ha pasado nada.

Mi bici, y yo. Una aproximación a la realidad misma

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…

Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel…

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra… Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:

— Tiene acero…

Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

¡Qué pretensión más pretenciosa! Pero me llegó de repente, al reñirme Fernando ayer en este blog, también con cariño, por ir en bici por la gran ciudad. La suya (la riña) era un consejo de prudencia, de cuidado, de ya no estás para esos trotes…

Y algo me sonó debajo del pelo de la testa, vamos en la sesera: “Mi bici, y yo”.

Pero al leer a Juan Ramón (perdón al gran poeta) me di cuenta del cruel desvarío.

De ninguna manera. Eso ni tocarlo, que es sagrado.

Así que vuelvo a volar por el corral, que es lo mío, a picar sobre el terreno, a escarbar y “cocoroquear” (seguro que no está en el diccionario, no miro por si acaso) y a recorrer mi ciudad y a visitar a mi gente en bici, que es muy cómodo, muy práctico, muy silencioso (tanto que ni molesta), muy rápido por lo de los semáforos que te saltas las direcciones prohibidas que soslayas y los atajos que siempre, siempre, encuentras.

Oye, y qué barato sale, tanto que ya la tengo amortizada, mi bici segunda en toda mi vida, que la otra ya caducó la pobre, que no me la robaron, oye, que una vecina buena la guardó por si acaso en su pobre choza (esto es metáfora, que su casa, aunque molinera, era muy digna, no te vayas a pensar otra cosa).

Y seguiré con mi bici, que tiene con el burro de platero, digo de Juan Ramón, mejor aún Don Juan Ramón Jiménez, el ilustre poeta, en común lo que acero y plata de luna, que estos días me ha salido la vena poética que nunca tuve; y seguiré porque las piernas me valen de maravilla, aunque ya apunta alguna vena queriendo ser, y será, variz carroñera y puñetera; y la rodilla izquierda la machaqué un día de montaña sanabresa por intentar llegar hasta la misma rota presa. Que el Trevinca es una deuda que aún está en la cartera. Pero ¡caerá algún día! Que al grito de Santiago y cierra españa, llegará su fin, al fin y al cabo.

En fin, bici mía, sigue ahí, que si no, te cambio por otra, que son baratas, y ligeras, y tienen transportín y hasta alforjas para llevar cosas y para recorrer el coso.

Y yo no digo nada, pero mi ciudad necesita de más bicis, de muchas bicis, que ya los guardias no vienen con la historia: ¡No tienes chapa! ¡Queda confiscada hasta que pagues la correspondiente tasa (o arbitrio municipal o como leches se llame)!

Ciudadan@, pucelan@, coge una bici, del común o de tu casa, y ve con ella que además de sano, es una gozada.

Eloy, ¿me oyes?

Aquella mañana vino a hablarnos un misionero. Estaba o había estado en algún país de sudamérica. Y habló de muchas cosas, de bautizos no, de lo demás, de todo. Y habló de pobres y pobreza, y de que había que no quedarse al margen. ¿Entendimos a aquel buen hombre o no entendimos nada?

Estoy hablando de hace muchos años. En segundo de filosofía, seminario mayor de mi ciudad, años 65 ó 66.
Se fue el misionero. Nos quedamos sólo los del curso, muy numeroso por cierto, casi 40; ya era raro ese número entonces, ¡mira cómo estamos (o están, que no lo tengo ni claro) ahora!
Y empezamos recordando ideas y aprendizajes. Fuimos añadiendo cosas y también subiendo el tono. Al final alguien gritó: ¡No estamos haciendo nada! ¡Cómo no!, gritó otro que esperaba algún día cambiar el mundo y sus cimientos con su prédica.
Pobres de allí sí que eran pobres. Pobres los de aquí, voceaba otro. Nadie entendía nada, pero hablar vaya si hablamos. Incluso llegamos a pensar que cada quien sacara las castañas de los propios, o sea, cada uno en su casa y Dios en la de todos.
No se votó, porque no había nada que votar. (Tenían que habernos botado a todos, superiores a la cabeza). Pero no ocurrió nada, porque de verdad, no éramos malos, aunque no diéramos ninguna talla.

Se fueron a Perú, creo que a Arequipa, Tomás, el otro Tomás, José María y Eloy. El resto nos quedamos, es un decir, nos fuimos desperdigando. Incluso algunos llegaron hasta Roma, no por saber, sino por tener un título más fácil que les diera cobijo seguro en su futuro.
Otros nos quedamos un poco menos lejos.
De la pobreza y los pobres, cero. Se olvidó. Nosotros a lo nuestro.

Ha pasado el tiempo. Cada quien está en donde está, quí lo . Unos poquitos aquí, sin romper un plato. Los de Perú, volvieron todos menos un Tomás, y por supuesto Eloy que se fue o lo llevaron. Los de Roma, donde estén sus títulos estarán. Los de algo menos lejos, seguimos aquí haciendo casi nada.

Pero no acaba aquí. Eloy, ¡ay Eloy el de la casa del Abba!, pasó por mi lado un día que venía hacia (o de, que no recuerdo bien) Alemania o Bélgica o Suiza, qué se yo, nos rozamos, nos miramos, nos reconocimos, hablamos, seguimos hablando ya en corrillo aparte de los demás, nos dimos señas y reseñas (y mira que entonces estaban mal vistas las capillitas y los grupitos), y desde entonces y hasta su muerte (tránsito hacia la casa del Padre) no dejó él de cartearme y yo de mandarle cosas.
Él llegó a ser no sé qué de importante en los arrabales, casi desierto, con voz en las ondas, que allí se estila mucho, con cocinas y comedores comunes, con gritos, con ruegos, con susurros tocando a rebato por arrancar de la pobreza a miles de peruanos. Y de rebote y por contagio y también y sobre todo por abrazo a la cintura, de toda sudamérica. Ah, también fue cura, hasta el final.




Y yo sigo aquí. Y sigo y no sé porqué sigo, y hago y no sé porqué hago.
Me paro y veo que no es cierto, que hablo en singular y resulta que debería hacerlo en plural.
Hacemos, aunque “yo” no sé ni porqué ni para qué, que los demás sí lo ven (así parece al menos), y tiran de mí, y me empujan, y me riñen, y me acarician, y me exigen y me sacan los colores, y en fin, también me besan.

Eloy, amigo, hermano, no sé porqué hoy te recuerdo, y te añoro y te digo muy bajito: hace ya unos días que no sé qué me pasa, que lloro por nada. ¿Será que me estoy haciendo viejo? Pero si ya he dicho hace poco que estoy hecho un mulo, que corro, nado, salto… Pues eso, Eloy que un abrazo muy muy fuerte, y tira al Abba cariñosamente de las barbas, que yo también las tengo y alguna vez algún niñ@ también a mí me tira.

Eloy, fíjate qué raro, que yo nunca escribí más que para examen y apuntes y cartearte, pues ahora fíjate bien lo que te digo: al escribir me salen ripios y rimas y en fin eso que de jovencitos tan bien algunos hacíais. Qué cosas ¿verdad?

Para más información esto: Vida y milagros de Eloy Arribas Lázaro

¡Oiganlo todos, yo protesto!

Esto viene con lo de antes, pero aparte.

Resulta que para pagar voy a mi Caja, CajaEspañadeinversiones, y pregunto cómo hago, qué hay que hacer. Y me dicen, tranquilo, nosotros te lo preparamos. A ver, hay varias maneras, mañana pasas por aquí y te lo damos. Bueno, hay unos gastos, pero ya veremos.

Y llego y cojo y firmo y me voy con un cheque, pago y callo. El notario asiente y la parte contratante de la primera parte (vendedor) coge y guarda.
Llego a casa y veo el recibo que me han dado, y ¡leche!, 60 eurazos del carajo me han cascado de gastos y otras leches. Y eso que soy cliente.

Pues protesto, y mañana me oyen, ¡no hay derecho!

¡Joder, qué mañana!

Pues nada, que he ido ante notario.
No ha sido la primera vez, que ya me he situado ante autoridad tan acreditada otras veces, no tantas, pero sí algunas. A ver: por ejemplo he sido testigo en testamentos, 4 ó 5; he hecho el mío propio, que ya me cumple; en algún poder por no sé qué, también he figurado; en la muerte de mis padres, en la escritura testamentaria. Y hoy.
He ido a firmar la escritura de propiedad de una plaza de garaje que he adquirido. Soy propietario, por adquisición de bien inmueble urbano.

Y me cuento la historia, para contársela a alguien, por si el paso del tiempo me borra la memoria y no recuerdo.

Mis papás compraron una casa, allá por los primeros sesenta, claro, con carbonera. El coche, un 600, tenía la calle, que era amplia.
Pasó el tiempo y la calle se fue estrechando, y el 600 pasó a ser un simca 1000. Pero en la calle dormía.
Me fui de casa, a un par de pueblos de mi Castilla, mi papá me pasó el simca 1000, que me hacía más falta a mí que a él. Y cuando yo volvía de los pueblos, era difícil encontrar dónde dejarlo. Pero siempre lo encontraba.

Pasó más tiempo (¿día 4º?) y al simca 1000 sucedió un R-6. Me lo pagó papá, que el otro ya no daba más de sí y yo no tenía ni pa pipas.
Papá, dónde aparco, haría falta a esta casa un lugar para el coche.
¡No hacéis más que gastar dinero! ¿De dónde pensáis que lo saco? El campo no da más de sí. Busca donde ponerlo o vienes en el coche de línea.

Pasó más tiempo (día penúltimo). Mis papás estaban en su final. El ayuntamiento sacó en Zorrilla aparcamiento para residentes. Teníamos derecho a solicitar plaza. Yo me enteré, pero a mi padre no podía proponérselo y yo ni era vecino ni residente ni tuve cabeza ni humor para pensar en ello. Y se pasó la oportunidad.

Murieron mis padres, me quedé con su casa, voy a regar las plantas y dar cuerda al reloj, a coger o dejar alguna cosa, vamos cosa de entrar y salir. Pero el jodido coche no lo uso porque dónde dejar este trasto del carajo. Así que voy en bici, como siempre, y aparco ahora en la calle, no como antes que siempre siempre estaba en el descansillo de los buzones de las cartas y el ascensor.

Un día metieron una nota anunciando la venta de una plaza de garaje en el edificio presidente, vamos, a 10 metros de mi casa. Fui, vi, pregunté y compré.

Y esta mañana firmamos los papeles. En la plaza donde ahora y siempre sigue “el electrico”. Sí hombre sí, aquel guardia urbano que dirígía el poco trafico de aquel cruce en los 50/60 como si estuviera dirigido por una mano oculta, como a golpes, muy tieso, muy simpático.

Por la parte contratante de la primera parte (o sea vendedor) alguien, Alberto. Pasa un rato y aparece en los papeles Alberto XXXXXXXX (este es el apellido). Y levanto la cabeza y él se da cuenta y me dice ¡qué le pasa!. Y yo le digo, nada…, oye, ¿tú eres hijo de XXXXXXXX? Sí. Y tu padre ¿era arquitecto?. Sí. Pues mira, la primera casa donde viví la hizo tu padre, justo enfrente de los grises, en la plaza Tenerías. Yo fui un niño de la calle (con perdón) porque no salía de ella, allí jugué a todo, a piratas, indios y vaqueros, burro churro no se qué, me pegué, nos pegamos, incluso, pero a pocos, pegué; aprendí a andar en patines y salí indemne, porque había coches, pero eran 4.4 que no corrían tanto; fui feliz en aquel sitio. Y encima estaba al lado el río (Pisuerga, por supuesto) y me mojé, exploramos las cloacas, rompimos ramas y más.
Y además tu padre era amigo de José Velicia. Pues sí, que venía muchas veces a comer a nuestra casa, dice Alberto.
Y comentamos y ensalzamos la humana e impresionante persona de Pepe Velicia.
Pues Velicia, que iba por la Cañada, me llamó para que yo hiciera lo que él, que sus obligaciones no le dejaban ir tanto como él quisiera. De esto hace 30 años, y ahora estoy yo, y Velicia ya no es ni recuerdo.
Pero hemos conseguido que en esta zona de la ciudad haya algo que le cite. El Alcalde consintió que una calle lleve su nombre. En el Peral, no en la Cañada. Pero vale.

Y terminamos la conversación, y terminamos los papeleos, y el notario estuvo muy amable, incluso me indicó que tenía que poner mi profesión, pero ¿qué ponía? Y yo le dije que lo normal: cura. Y el corrigió con maestría: Sacerdote. Y me dijo, si fuera ud. funcionario de prisiones no lo pondría, o policía o más cosas, por si acaso.

Y salimos y nos despedimos. Y cogí la bici y me dije: voy a ver si estas llaves que me ha dado Alberto XXXXXXXX al cambio del dinero, sirven y funcionan; funcionaron, por supuesto. Pero a lo que voy. Iba yo en bici por Zorrilla y empezaron a llegarme los recuerdos: mi padre que no quería plaza de garaje, mi madre que me daba la razón, yo que ahora soy propietario “adquiriente”, Velicia que se fue y era un gran tipo, y la Cañada en sus comienzos y yo de pequeño jugando en Tenerías con la tropa… Y vaya, vaya, vaya… Empecé a llorar en medio de la circulación, y no he dejado de hacerlo hasta que llegué al Corte Inglés, a comprar congrio cerrado, que aquí lo tienen muy bueno.

Y esta es la historia de esta mañana. Que a las puertas de mi tercera edad he firmado ante notario, que tengo una plaza de garaje que no quiso mi papá y sí mi mamá, que fui “niño de la calle” y que Velicia ahora soy yo, sólo que distinto y peor. Ah, y que he llorado como un gilipollas entre coches y a media mañana. Anda que si me para un guardia y me ve la cara, ¡qué apuro!

Lo pongo porque me da la gana

Cambalache, de Gardel

Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé,
en el quinientos seis y en el dos mil también;
que siempre ha habido chorros,
maquiávelos y estafáos,
contentos y amargaos, valores y dublé.
Pero que el siglo veinte es un despliegue
de maldá insolente ya no hay quien lo niegue,
vivimos revolcaos en un merengue
y en el mismo lodo todos manoseaos.

Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador.
¡Todo es igual, nada es mejor,
lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos ni escalafón,
los inmorales nos han igualao...
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
da lo mismo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón.

¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!
¡Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón!
Mezclaos con Stavisky van don Bosco y la Mignon,
don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín.
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remache
ves llorar la Biblia contra un bandoneon.

Siglo veinte, cambalache, problemático y febril,
el que no llora no mama y el que no roba es un gil.
¡Dale nomás, dale que va,
que allá en el horno te vamo a encontrar!
¡No pienses más, tirate a un lao,
que a nadie importa si naciste honrao!
Si es lo mismo el que labura
noche y día como un buey
que el que vive de las minas,
que el que mata o el que cura
o está fuera de la ley.

Ya sé que no es nuevo, que está al alcance de cualquier en la red, que tiene un cierto tono burlón…, pero tiene miga, y lo quiero tener aquí. Así que porque puedo y quiero, lo tengo en mi casa para cuando me dé la gana recordar.

Por cierto, si quieres escucharlo del mismo Carlos, copia y pega donde debas: http://www.youtube.com/watch?v=b1KukR-M_qU
(Es que aún no sé cómo ponerlo para pinchar directamente, pero sigo aprendiendo y llegará el momento en que lo consiga)


Como ya he aprendido, hoy, 25 de noviembre, día contra la violencia de género, o sea machista, lo pongo. Escuchad Cambalache:

Ventura

Anoche estuvimos de fiesta. La Pilarica ponía nombre a una plaza del barrio: Plaza del P. Buenventura Alonso S.J. O sea, la plaza de Ventura. No hace falta más. Pero como el tiempo pasa y la historia envejece, los jóvenes ya no saben, desconocen. Y una placa más abajo describe por si acaso.

Hubo fiesta, y cantos, y palabras, y recuerdos, y sopas de ajo.
Bailes, abrazos, ojos tiernos traicioneros que rezuman emoción y añoranza y pena…
Una proyección en powerpoint o en openoffice, no recuerdo, puso imágenes, chavales, montañas, iglesias, árboles fósiles, calles pardas de tierra, campos castellanos…
Fue poco para lo mucho que es (fue) Ventura, el callado, el discreto, el hombre de una pieza, el creyente lleno de fuerza y de coraje, siempre en la penumbra que alumbraba como fuego.
Ventura, amigo, hermano, siempre adelante sin romper, sin cascar, sin forzar, siempre dócil al viento que sopla como y donde quiere, pero siempre constante y tozudo y machacante.
Te cantó Sabo esta pieza con música propia que no recuerdo pero sí la letra, que la apunto ahora mismo:

De la tierra,
lluvia, escarcha, trigo y tallo.
De la tierra
y de trozos milenarios,
y de sol, y del sol hermano.

De la sierra,
Salas, Silos y otros campos.
De la sierra,
y de Hacinas en el llano,
y de amor, y de amor granado.

El compañero que va sembrando
trozos de tierra en libertad.
Cada matojo de pelo cano
es un cimiento de su verdad.
Es mojón y es raíz,
es puente, carro, cañada y flor.

De la tierra,
nunca quiso ser esclavo.
De la tierra,
su mirada ha ido tallando,
con amor, con amor de hermano.

De la sierra,
desde Hacinas palpitando.
De la sierra,
vida a vida roturando
con valor y una flor brotando.

De la tierra,
de la tierra,
de la tierra.

Más fuerte que mi pudor, más grande que mi intimidad

Internet es un medio público. Internet es neutro. Internet ni manda ni prohíbe. Es un lugar donde todo es recibido. Es también un medio sobre el que convergen millones de ojos. Curiosidad. ¿Sólo curiosidad? También hay sed de información, afán de aprender, necesidad de encontrar respuestas; y sus recíprocas: informar, enseñar, responder…
De todo ello y de mucho más he usado y disfrutado desde que, hace apenas unos meses, navego por este mar inmenso de posibilidades.
Esta noche quiero volver a tentar a la suerte, volver a tirar otra botella al agua para que llegue al puerto que sea o simplemente se llene de líquido y se hunda hasta el fondo.

Anoche terminé de leer un libro que me ha ayudado sobremanera. Su autora, Dolores Aleixandre; título, Las puertas de la tarde; subtítulo: Envejecer con esplendor. Editado por Sal Terrae. No. No es publicidad. Tampoco tengo permiso para usarlo en público, pero no creo que lo que ahora escriba vaya a causar infracción de la ley de propiedad intelectual, como reza en una de las primeras páginas. En todo caso, asumiré mi responsabilidad. Necesito decir algo y lo voy a hacer.

Me lo han regalado. Al cumplir 60 años una amiga entrañable juzgó que yo entraba en la etapa que solemos etiquetar como Tercera Edad. Me vendría bien, me dijo, que empezara a pensar en ello. Y me lo dio.
Empecé a leerlo por el único motivo de que su autora me deleita y me maravilla con su manera de interpretar la Sagrada Escritura, por su dominio para relacionar lo que nunca yo relacionaría, por la profundidad a la que llega en el estudio de personajes y situaciones; en suma, porque me hacía gustosos textos a simple vista áridos para mí.
Y empecé poco a poco, como con desgana (yo ¿tercera edad? Pero ¡si corro como una liebre y nado como un delfín!); cinco páginas una noche, otras cinco o seis la siguiente… En fin, todo el verano para llegar a la página 174.
Anoche fue distinto. Empecé el capítulo 17, Ensayo general. Dolores fue introduciéndome en eso que ahora está tan desfasado y hasta ocultado: cómo prepararse para morir. Y ahí me cogió del todo y de repente. Y lo acabé. Y pasé al siguiente, el 18, Las manos del trapecista, y me derrumbé (lloré con calma y suavemente, me llené de paz y me perdoné). Terminé el capítulo, apagué la luz y me dormí plácidamente. La noche vino a mí con toda su luminosidad.

El libro me había ayudado a entender la muerte de mamá. Ojalá me ayude a preparar la mía.

Hace tres años y medio, exactamente el 7 de mayo de 2005, mi madre se moría. Había perdido la vista al deteriorarse la mácula. Estaba prácticamente sorda. El cáncer había destruido su lengua. Creo que sólo nos reconocía a papá y a sus hijos por el olor y por el tacto. Habíamos decidido ella y nosotros que nada de cortar, ni rajar ni especular con su cuerpo; lo que había es lo que había, y a esperar en casa, por supuesto.
Aquella tarde, sobre las 4 más o menos, con una voz que no era voz me dijo ¡ayúdame, me muero! Apenas la oí, pero entendí. Agarré más fuerte su mano, pegué mi boca a su oreja menos mala y dije: ¡Mamá, confía en Dios, déjate llevar! Lo repetí muchas veces. Papá asistía en silencio, me dejaba hacer. Mi hermano estaba en otra parte de la casa. En ningún momento se me ocurrió ofrecerla una plegaria, un salmo, leer algún pasaje bíblico, recitar jaculatorias de las que ella sabía… Simplemente ¡Mamá, confía en Dios, déjate llevar! Como si fuera un mantra. Eso fue lo que hice.
Era sábado. Llegaba la hora de la misa en la parroquia y como ella ya no hablaba ni se movía, sólo respiraba, avisé a mi hermano de que tenía que irme. Después de la misa, cuando volvía en bici para casa, mi hermano me llamó para decirme: no corras demasiado, acaba de morir. Ha dicho algo, pregunté. Desde que te fuiste no se ha movido, respondió; solamente una expiración profunda y ya.

Murió papá a los pocos días, exactamente el 10 de junio. Se durmió.

Sus muertes han sido como sus vidas: discretas, aleccionadoras, fortificantes, mejor revitalizantes. Sus presencias las siento muy vivas aún.

Sin embargo, yo tenía una pena metida en alguna parte del alma. Sentía que la súplica de mi madre pidiéndome ayuda estaba ahí, como insatisfecha, como cuando de pequeño me reñía: ¡qué te he dicho (ella quería decir enseñado)! ¡sabes más de lo que expresas! ¡sé capaz de sacar más de ti!
No era un rum-rum permanente; sólo de vez en cuando; tampoco había motivo para notarlo, simplemente lo sentía.
Anoche, leyendo a Dolores Aleixandre en el párrafo que empieza diciendo: «Saber caer, soltar…» caí en la cuenta, sentí la aprobación de mamá y yo me convencí de mi acierto. Lo había hecho bien. No tenía que sentir ni culpa ni pena. Hice lo que ella quería y todo lo que yo sabía y podía hacer. Y al sentir la mirada cariñosa de mamá, corrieron mis lágrimas hasta la sábana y me concedí el perdón.

Y porque quiero que esto ayude a quien lo necesite lo voy a transcribir a continuación. Es sólo una parte del capítulo 18, págs. 185 a 187. Dolores cita en este texto a R. M Rilke, Cartas a un joven poeta, Siglo XX, Buenos Aires, 1959, 54 y a Henry Nouwen, Escritos esenciales, Sal Terrae, Santander 1999, 146-147.

»Cuando algo se me cae desde la ventana,
aunque sea lo más menudo,
¡cómo se precipita la ley de gravedad,
fuerte cual el viento del mar,
sobre cada brizna; sobre cada baya,
y las conduce al corazón del mundo!
Cada cosa está vigilada por un hada pronta a volar:
Así cada piedra, y cada flor,
y cada niño por la noche.

»Solamente a nosotros, henchidos de soberbia,
nos urge abandonar estas correspondencias
para ir al vano espacio de alguna libertad,
en lugar de entregarnos a las fuerzas prudentes
y de elevarnos como un árbol.
En vez de acomodarnos, dóciles y tranquilos,
a las rutas amplísimas,
nos enlazamos de muchas maneras,
y el que se aparta de los círculos
queda indeciblemente solo.
Debe aprender entonces de las cosas,
a empezar nuevamente como un niño.
Pues ellas, que pendían del corazón de Dios,
de él nunca se alejarán.
El que osó superar
en el vuelo a los pájaros,
otra vez una cosa debe saber: ¡caer!
Pacientemente descansar
en la gravedad».

»Saber caer, soltar… Difícil aprendizaje para nosotros, que nacemos con un fuerte instinto prensor y a lo largo de nuestra vida solemos ejercitarlo en sus mil modalidades de agarrar, apoderarnos, retener, sujetar, asir, prender, hacer presa, aferrar, controlar… Nada nos es tan ajeno como ese «pacientemente descansar en la gravedad» y «pender del corazón de Dios». Como en aquella historia del alpinista que, en medio de la noche, se deslizó por un helero agarrado a su cuerda, quedando suspendido en el vacío. Cuando le pidió a Dios que acudiera en su auxilio, escuchó su voz que le decía: «¡Suelta la cuerda!» No se atrevió a hacerlo hasta que, al amanecer, ya casi congelado, se dio cuenta de que sólo la distancia de medio metro le separaba del suelo. Pero preferimos «morir congelados» antes de hacer ese gesto sencillo de abrir las manos y soltar.
»Quizá fue eso lo que más debió de deslumbrar a Pablo de Jesús: aquello de que, «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente ser igual a Dios…». El término que emplea podría traducirse como «aferrar una presa o un botín», algo que nuestras manos posesivas conocen bien, mientras que Él parecía ignorar en qué consiste ese gesto, porque en Él todo era apertura, abandono, descentramiento, capacidad de entrega y de acogida. Y es ése el gran aprendizaje que tenemos que ir haciendo a lo largo de nuestra vida, algo que el Salmo 46 llama «rendirse»: «Rendíos y reconoced que yo soy Dios» (46, 11); y el verbo empleado significa también abandonar, soltar, ceder, cejar, permitir, consentir…
Lo refleja bien esta anécdota que cuenta Henry Nouwen: «Los Flying Rodleigh son unos trapecistas que actúan en el circo alemán Simoneit-Barum. Cuando el circo llegó a Friburgo hace dos años, mis amigos Franz y Reny nos invitaron a mi padre y a mí a ver el espectáculo. Nunca olvidaré cuán extasiado quedé cuando vi por primera vez a los Rodleigh moverse en el aire, volando y agarrándose como elegantes bailarines. Al día siguiente, regresé al circo para verlos de nuevo y me presenté a ellos como uno de sus grandes admiradores. Me invitaron a asistir a sus sesiones de práctica, me dieron billetes de entrada gratis, me invitaron a cenar y me sugirieron que viajara con ellos durante una semana en un futuro próximo. Lo hice, y nos convertimos en buenos amigos. Un día, estaba yo sentado con Rodleigh, el jefe del grupo, en su caravana, hablando sobre los saltos de los trapecistas. Y me dijo : “Como saltador, tengo que confiar por completo en mi portor. El público podría pensar que yo soy la gran estrella del trapecio, pero la verdadera estrella es Joe, mi portor. Tiene que estar allí para mí con una precisión instantánea, y agarrarme en el aire cuando voy a su encuentro después de saltar”. “¿Cuál es la clave?”, le pregunté. “El secreto –me dijo Rodleigh- es que el saltador no hace nada, y el portor lo hace todo. Cuando salto al encuentro de Joe, no tengo más que extender mis brazos y mis manos y esperar que él me agarre y me lleve con seguridad al trampolín”. “¿Qué tú no haces nada?”, pregunté sorprendido. “Nada –repitió Rodleigh-. Lo peor que puede hacer el saltador es tratar de agarrar al portor. Yo no debo agarrar a Joe. Es él quien tiene que agarrarme a mí. Si yo aprieto las muñecas de Joe, podría partírselas, o él podría partirme las mías, y eso tendría consecuencias fatales para los dos. El saltador tiene que volar, y el portor agarrar; y el saltador debe confiar, con los brazos extendidos, en que su portor esté allí en el momento preciso”.
»Cuando Joe dijo esto con tanta convicción, en mi mente brillaron las palabras de Jesús: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”. Morir es confiar en el portor. Cuidar de los moribundos es decir: “No temáis. Recordad que sois los hijos amados de Dios. Dios se hará presente cuando deis el salto. No tratéis de agarrarlo; él os agarrará a vosotros. Lo único que debéis hacer es extender vuestros brazos y vuestras manos y confiar, confiar, confiar».

La dichosa maquinita

- Mire, Miguel Ángel, su tipo de sangre es especial. Sí, sí, no se extrañe. No es cero negativo, es abpositivo, pero es especial por lo siguiente: tiene un hematocrito bajo, es decir, pocos hematíes lo que la convierte en bastante fluida, un nivel de plaquetas aceptable y usted tiene disponibilidad de tiempo que le permite estar aquí cuando se lo pidamos. ¿Quiere colaborar?
- Dije que sí, por supuesto.
Y luego vino la explicación a todo esto. Parece ser que de la sangre de uno se saca sangre para transfusiones, plasma para no sé qué y plaquetas para tampoco sé qué. Y yo me podía convertir en “dador universal” de plasma y de plaquetas. Además la vena de mi brazo derecho es bastante aceptable. Se llama aféresis.

Esto fue hace unos tres años.

Antes de ayer me llamaron y esta mañana ha sido, una vez más, el proceso.

Rellenas un cuestionario al que tienes que responder NO a todo menos a lo de ser mujer que lo dejas en blanco: no enfermedades cardíacas, no deportes de riesgo, no vacunas inmediatas, no haber nacido en no sé qué países, no haber sido hospitalizado recientemente, etc.
Firmas un consentimiento, te toman la tensión, hacen un análisis para ver el nivel de plaquetas y, si todo está en orden, te instalas en una camilla y esperas.

Junto a ti hay una máquina como si fuera una lavadora pero en mejor, con tubos que salen y entran, pantallas por aquí y por allá, y unas bolsas en la parte de arriba, unas llenas y otras vacías. Te pinchan en el brazo, y mientras empieza a circular la sangre hacia fuera de ti, te explican el proceso como lo hicieron las otras veces.

“La sangre sale y sufre un proceso de filtrado dentro de la máquina que va separando plasma y plaquetas, devuelve el resto de nuevo al organismo y comienza otra vez a extraer más sangre…, así las veces que haga falta hasta completar el cupo de 3,7 no sé qué. Total van a ser 71 minutos si la vena aguanta y no hay contratiempos.”

“En cualquier momento se puede interrumpir. Si lo desea le podemos traer agua o cualquier otra bebida. ¿Está cómodo? Intente no mover el brazo y abra y cierre la mano durante la fase de extracción para que no baje la presión y la máquina no se queje; en la fase de retorno puede dejar la mano quieta”.

Porque la máquina se queja y hace cosas raras y todas las enfermeras del contorno vienen corriendo a ver si estás bien y te hablan con palabras amables.

Total que aguantas 71 minutos, bueno al fin fueron 70 porque la mi vena (en mi pueblo ponemos el adjetivo posesivo delante, ya sabes lo del burro que no se espante) aguantó como una jabata y el proceso se fue agilizando. Las piernas, dormidas; el brazo derecho, agarrotado; la boca con sabor a medicina (que dicen que es el exceso de anticoagulante que hay que añadir porque el proceso era muy largo); casi dos horas de estancia en el centro de hemodonación y la “satisfacción del deber cumplido”.

¡Vaya bobada la que acabo de decir al cerrar el párrafo anterior! Nada de deber cumplido, nada de sentimiento íntimo de comunicar vida a alguien que necesite lo que a mí me sobra, nada de solidaridad, etc. etc.
Empecé siendo donante porque había leído que en la Edad Media utilizaban sanguijuelas para bajar la presión de los humores del cuerpo. Como hace años la única manera de entrar en los hospitales de Valladolid era con familiares enfermos dentro o con carné de donante, pues probé a ver si mataba dos pájaros de un tiro: colarme cuando me hiciera falta para visitar a algún feligrés ingresado y aliviarme el cuerpo de vez en cuando.
No sé cuántas veces he donado. Supongo que alguien llevará la cuenta, porque te anotan y tal. Empecé por el año 80 u 81, o sea que llevo unos 27-28 años. Anda que no hay gente que ya han recibido la medalla de oro por sus 50 donaciones, incluso la de platino por muchas más. O sea que una cosa normalita, casi vulgar.

Pero he de reconocer que esta mañana ha sido una cosa especial. Me lo dijo muy seria la enfermera: van a ser setenta y un minutos. Yo dije de acuerdo sin pensarlo, pero luego sí tuve tiempo más que suficiente de hacerlo. Y pensé:

- ¿Cómo se sentirá un enfermo de verdad cuando tiene que estar enchufado a una máquina como ésta quiera o no quiera bajo pena de muerte, una o dos veces por semana, porque necesita la diálisis durante el resto de su vida?

- La mierdecilla de bolsa que contenía mis plaquetas, apenas medio chato de vino, debe ser muy importante a juzgar por la costosísima máquina que me lo extrajo y el montón de personal sanitario que me rodearon durante casi dos horas.

- Me enteré allí mismo que un chaval con una enfermedad rarísima se curó en La Fe de Valencia tras más de doscientas transfusiones, no sé si de sangre, de plasma o de plaquetas, que igual da. Lo cual podría dar a entender que harían falta al menos otros ciento noventa y nueve como yo que pasen ciento noventa y nueve ratos enganchados a una máquina para que alguien en otro lugar, no importa dónde, se libre de estar enganchado toda la vida a otra máquina o simplemente se muera.

Y pensé más cosas, pero no me atrevo a escribirlas, ni siquiera aunque nadie las fuera a leer.

O sea, tío, tía, hazte donante. Merece la pena aunque tú no te lo merezcas.