Juro que compré verde



Era impropio, me parecía, llevar unos pantalones desastrosos en mi descanso veraniego en los pirineos. Así que, indolente de mí, fui a ver qué había en la superficie comercial cercana. Por 9,99 merqué unos con buena apariencia, simulando de época pretérita cuyo nombre en giri desisto reproducir ("vintage"), de un verde tipo prado de altura y hechura en sintonía con mi edad, ya provecta.
No tardé en ensuciarlos a la primera de cambio, y por precaución los lavé a mano. Aún así, en el agua quedó, además de la mierda acumulada en tan breve tiempo, una pátina verdusca que me inquietó.
En efecto, en cuanto estuvieron secos me percaté de que habían desteñido. Eran verdes, y empezaron a ser pardos.
Con todo y con eso, en la foto de familia me situé en primera fila; no por pretenderlo, sino por casualidad: era el único hueco que quedaba, tras retrasarme por esperar a Luna.
Habíamos estado charlando durante la siesta en plan de reunión clandestina estilo años setenta, y Luna había permanecido durante todo el rato bajo mi silla, sin ceder a los reclamos de Santiago, ni dejar de atender a Alfredo que ni pizca de caso le hizo.
Cuando nos avisaron, ella dudó si acercarse al grupo o quedarse a distancia. Al fin se decidió. Pero no se situó a mi vera, como acostumbra cuando el ambiente, sin resultarle hostil, no termina de parecerle familiar; se acercó a don Ricardo, lo rodeó por detrás y se posó a la espalda de Luis, también tiene don, a quien le rozó sobremanera de modo que le hizo sonreír y decir en voz alta: Que me haces cosquillas. Por fin, resultó que se aposentó a los pies de Santiago. Ya dice él: los animales y los niños, donde ven cariño.
Pues así fue la cosa, yo con mis pantalones pardos, Luna detrás del clero alto diocesano, y todos sonriendo para la posteridad.
Algún día diremos con añoranza ¡qué jóvenes fuimos!

Una buena noticia





Esta no me la estropean ni analistas políticos, ni  vaticanistas de medio pelo, ni siquiera puntillosos tradicionalistas tonsurados. Que el Vaticano, o sea la Iglesia Católica, termine dialogando y concordando con el gobierno de China es lo mejor que podría ocurrir para bien de los católicos de aquel país asiático.
Pensar que Francisco Javier y Matteo Ricci están en el origen inmediato de la fe de unos millones de habitantes del país más hermético del planeta, cuando se navegaba a vela y los viajes duraban una eternidad, y que por suspicacias hacia lo extranjero durante los últimos casi setenta años se ha privado de libertad, perseguido y maltratado a un colectivo cuya única pretensión es ser fiel a sus creencias, solamente con el nuevo acuerdo establecido considero satisfecho todo el esfuerzo que durante decenios han desarrollado los diplomáticos del papa.
Sin embargo, esto no acaba sino de empezar. Porque toca ahora que las dos comunidades enfrentadas, la “patriótica” y la “romana”, construyan la comunión entre sí, se perdonen y se acojan, reconstruyan o edifiquen lo que mejor les convenga, no renuncien a nada por su fe sino que sumen o multipliquen, y gocen de saberse abrazadas por el resto de iglesias de tradición romana.
Ya estoy imaginando que llega cómo vivir el Evangelio según el método chino*, y estoy convencido de que, como en los todo a cien, muchas parroquias van a verse implementadas por ideas y modos nuevos que no podremos desdeñar. No hará falta que ponga “made in China”, porque todos adivinaremos de donde procede.
Nota
*En pleno renacimiento, hace quinientos años, los jesuitas que evangelizaban en China se preocuparon por “inculturar” el Evangelio en lugar de imponerlo. Difícil lo tuvieron con Roma, y sólo se les entendió con el concilio Vaticano II.
Considero muy interesante la lectura de este enlace:

Épico




Y va, el tío, quiero decir el jefe, y vuelve con la máquina y me fotografía. No esperaba que lo hiciera, no al menos tal como nos encontrábamos, él abajo haciendo fuerza y yo, arriba, manteniendo el tipo. Fue sólo un comentario tonto: Parecemos los de Okinawa. Lo dije para salvar la situación de impotencia en que me encontraba sobre el tejado, pero él se lo tomó en serio.
Me confundí con la geografía, y hasta con la historia. En realidad pretendía referirme a Iwo Jima y a la foto archifamosa de soldados americanos intentando izar su bandera en una colina conquistada.
La chanza, sin embargo, me llegó por whasap cuando me envió la foto. Y ¿qué hago con ella?, me pregunté. La publico. Y ya pensaré que voy a escribir.
Lo estoy pensando y no se me ocurre nada interesante. Así que contaré la historia tal como es, como la viví.
Esto es un pueblo de Castilla la Vieja, donde los pueblos se despueblan y a los que las nuevas tecnologías han llegado, tienen hasta internet, pero las viejas siguen envejeciendo al par que su población. Y la tele se ve mal porque la señal casi no llega. Pero, cabezotas ellos, quieren verla y a ser posible en todos los canales. Arrojados al muladar los viejos aparatos de tubo catódico, han aparecido flamantes pantallas en todos los hogares, incluidos los allende el casco histórico, que llevan incluido el tdt y tienen la tira de posibilidades.
La cuestión es, sin embargo, que la antena tiene que pillar la señal. Subirla hasta donde se pueda, y girarla para ver de qué lado sopla la onda, que dicen que es plana y no entiende bien eso de las curvas. Probar si hace falta amplificador, o moden, o… Pero eso son ya palabras mayores. La cuestión es si se ve o no se ve, porque lo de casi es lo mismo que no ver nada.
Yo estaba, pues, intentando que el mástil se pusiera vertical, cuando fui inmortalizado. Ya digo, no fue ni Okinawa ni Ivo Jima. Fue en un lugar perdido de Castilla la Vieja.