Avisados estábamos, de modo que su llegada no
sorprendió a nadie. Lo hizo abundantemente, y en poco tiempo cubrió todo con un
tupido manto. Impresionaba tal blancura en un absoluto silencio. Me sorprendió
no ver a nadie cuando salí con mis amigos en el último paseo del día. Ni una
sola ventana delataba la presencia de alguien contemplando el hermoso paisaje
nocturno.
De vuelta a casa y atendidos los animalitos, salí al
jardín a inmortalizar el momento. La nieve daba claridad y esto es lo que
salió:
El pinar nos recibió por la mañana con silencio
amenazante. No se oían otros ruidos que nuestros propios pasos rompiendo la
costra helada de blancura deslumbrante. Gumi, Luna y Tano caminaban recelosos,
no acostumbrados a lo que estaban viendo. Y tardaron en quitarse de encima el mosqueo.
Les dio igual, porque a poco volvieron a ponérselo. Una enorme rama se desgajó
con un chasquido seco y aterrizó a nuestros pies. Los pinos se quejaban
doloridos de lo que les había caído encima.
Caminamos buscando los claros, fuera de nuestro
sendero habitual, para no vernos sorprendidos y posiblemente golpeados. Cuando
no era a la derecha, era a la izquierda, o allá delante, o tras de nosotros; el
crack de la madera al romperse y el sonido apagado por el mullido del golpe en
el suelo de ramas incapaces de soportar el hielo acumulado nos asimilaba a un
destacamento en retirada a través de un campo de minas.
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