Tantas veces he estado en aquella casa de
ejercicios, tantas veces le he visitado en la capilla del primer piso. Me
impresiona siempre, pero especialmente cuando no hay nadie más. Visto desde la
entrada, parece estarte invitando a pasar. Conforme te vas acercando, la
impresión va mutando hasta transformarse en intimidad cálida. El diálogo que se
inicia desde la puerta acaba convertido en charla silenciosa, sin palabras.
Con la capilla llena y la luz a todo trapo, a pesar
de su tamaño respecto de las dimensiones del recinto, la talla no oprime, pero destaca: Él preside.
La otra noche, sin embargo, le vi así, y no quise
modificar el pantallazo. Lejano, pequeño, solitario… ¿Desamparado?
Hoy he leído un comunicado de unos 300 sacerdotes y diáconos
catalanes apoyando el 1-O. No dicen, como han publicado por ahí, que “el
evangelio defiende el 1-O”, no lo escriben al menos. Tal vez lo piensen, pero
no lo expresan. Sí he podido leer otras cosas que me hacen daño, no como
castellano y español, que también; como cristiano. Y como ser humano.
Le han empequeñecido aún más al Cristo de Villagarcía.
Flaco favor le han hecho a Él, y a todo el resto de seres humanos de los que
ese colectivo parece no querer formar parte.
¡Qué pena!
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