Una casa con fantasma:
La Casa de Zorrilla





Menos mal que es un fantasma familiar, la abuela del vallisoletano ilustre, poeta, dramaturgo, rapsoda y trotamundos José Maximiano Zorrilla Moral —el inmortal José Zorrilla—.
No tuvimos la suerte de experimentar su presencia, a pesar de que Paz Altés se esforzó sobremanera en llamarla y reclamarla. Si acaso, al final, pudiera considerarse que estuvo con nosotros para que no tropezáramos al salir por la puerta de la vieja casa que, como aún se puede observar en muchos de nuestros pueblos, tiene marco también en la parte inferior.
Una visita que oficialmente dura quince minutos se alargó de la mano de Paz y su abrumadora erudición más allá de la hora y media. Recorrimos sin prisa y con muchas pausas la planta alta de la casa donde vino al mundo el escritor y moró durante sus primeros ocho años. Y dejamos el resto porque no hubo tiempo para más, para mejor ocasión.
Imposible recoger en este pequeño mundo lo visto, escuchado y percibido durante el amplio recorrido de la vivienda. Mucho ya tiene publicitado en Internet la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Valladolid, entre descripción y ofertas de actividades varias con motivo del bicentenario del nacimiento del interesado. De modo que sólo se ofrecen detalles en imágenes de la visita en grupo que hicimos los vecinos de la Cañada.































Y para terminar, algunos apuntes críticos a un ojo inexperto que osa enmendar la plana al mismísimo lucero del alba:
1º Me llamó mucho la atención que en la reproducción de la cocina auxiliar aparezca un grifo sobre el fregadero de piedra. ¿Habría ya agua corriente en la ciudad en el siglo XIX?
2º Todos los quinqués de la casa, sean o no originales de la misma, que seguro que no, están adaptados a corriente eléctrica. Mejor hubiera sido dejarlos en su ser, e iluminar las habitaciones de otra manera.
3º Que el quinqué de la izquierda del escritorio del poeta tenga una vela en el lugar donde debería estar la mecha, resulta un detalle poco elegante. Pero que un brazo de uno de los quinqués del techo del salón esté roto y sujeto con bridas de plástico resulta una chapuza imperdonable.
4º El viejo arpa reposa en un rincón del lujoso salón principal. Cuerdas rotas y ausentes hablan de desidia o falta de recursos…
5º El sofá tampoco está allí para que se sienten las visitas, pero al menos debería estar reparado, y no con el respaldo desprendido y apoyado sobre la pared…
6º El par de espadas que nos reciben en el rellano de la escalera que conduce a la vivienda luce muy bien sobre la pared, salvo por el artilugio que las sujeta, más propio para tuberías en absoluto imaginables en vida de nuestro noble ancestro.
Afortunadamente no sobrepasan, en mi apreciación, la media docena estos detallitos inapropiados. No tenemos presupuesto, me sopló Paz, y ya no quedan “manitas” en el servicio de mantenimiento, se los llevó… y no me quiso decir quién, pero no hizo falta, es público y notorio.
Para terminar: al tiempo de nuestra visita, en el patio había ensayo de declamación. Fue un placer escuchar las explicaciones de Paz Altés y oír de fondo las palabras del ilustre poeta.
Una auténtica gozada.

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