Aunque no lo ha puesto nada fácil la climatología
del presente año, aquí está fiel a su compromiso el ramillete de flores
naturales y libertarias. No ha hecho falta ir a buscarlas, estaban en casa.
Agostado por esta pertinaz sequía el campo exterior
simula más agosto que mayo. Anduve preocupado tratando de ver signos favorables
tanto en las parcelas libres de edificios como en el pinar, la fecha se
acercaba y nada se movía, todo lo contrario: arena seca entre los pinos, tierra
árida en las proximidades.
Este año no me luzco, pensé temiéndome lo peor.
El día d, o sea el domingo pasado, florecieron esas
amapolas bajo la acacia y el olivo del patio parroquial. He tenido suerte, me
grité mirándolas mientras desayunaba.
En la clausura del curso catequético lucieron
durante la celebración, aunque no hubo ocasión de hacerlas el homenaje merecido.
Tal vez nadie se percatara de su presencia. Normal. Había demasiadas de
floristería tras las recientes primeras comuniones. Estuvieron allí, y
continúan, aunque perdiendo pétalos apresuradamente. No son flores de
exposición ni están preparadas para perdurar fuera de su medio. Lo suyo no es
estar en florero con agua estancada, se ahogan en lugar cerrado, malviven cuando
el sol falta, languidecen en noche permanente.
Florecillas del campo que ningún jardinero
necesitan, surgen donde quieren, duran lo que aguantan y hasta ahora nunca me
han dejado en la estacada.
¿No se llama a eso fidelidad? Pues no me cabe otra
que seguir fidelizándome con ellas.
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