Que viene el señor obispo


El obispo suele acudir a sus citas parroquiales, tanto si se trata de la visita pastoral como si de conferir el sacramento de la confirmación, acompañado de alguien, que le acolita en las celebraciones. Los párrocos poco tenemos que preocuparnos por el ritual suyo, salvo en los preparativos. Así me ha sucedido siempre. De los tres que me han visitado a lo largo de mi vida el más puntilloso ha sido don José Delicado Baeza y el que menos don Braulio Rodríguez Plaza.
Aún recuerdo cómo le pedíamos a don José que se desprendiera de la mitra y del báculo cuando oficiaba en la pequeña capilla. Pegaba con ambos en el techo. Por respeto a vosotros, nos respondía. No puedo celebrar en vuestra casa sin ser y aparentar lo que soy, vuestro obispo.
Don Braulio era menos exigente. Incluso un día prescindió de la estola cuando se dio cuenta de que se había puesto ya la casulla. Sin embargo era de crismar sentado y con el báculo en la mano, como mandan las rúbricas.
Las últimas seis veces ha venido Luis Argüello, siendo vicario general. Y no ha sido necesario tener en cuenta tanto ese ritual.
Al venir de nuevo, pero ya de obispo, no digo que vaya a perder frescura y espontaneidad; pero sí tendremos que agarrarnos al ritual de los obispos, que para eso está.
Esto me da pie para lanzar una queja cariñosa y con respeto a quien corresponda. Pase que en las Eucaristías estacionales se observe con todo detalle el ceremonial. El obispo en su sede y con su clero catedralicio y el resto diocesano, debe ejercer de tal con todas las cláusulas y consecuencias. Pero cuando se acerca a las parroquias, la liturgia debiera ser más cercana, con signos y gestos que no necesiten explicación porque se entienden a la primera. La gente normal y sencilla no necesita tantas cosas a las que no está acostumbrada ni entiende.
Con harta frecuencia la visita del obispo significa que la celebración se alarga sobremanera y se llena de ritos completamente desconocidos en la vida ordinaria. Al final, lo que queda es si ha mostrado cercanía en el trato, sencillez y claridad en su homilía, y no sale pitando diciendo que tiene prisa. Y si no ha corregido ni llamado la atención sobre pequeñas irregularidades que suelen darse en las parroquias.
Don José, por ejemplo, nos riñó porque no nos poníamos en pie ni de rodillas durante la plegaria eucarística. Isabel “la Chepuda” le hizo caer en la cuenta de que ni podemos movernos durante toda la misa de lo encajados que estamos en estos asientos aprovechados de un viejo cine desmantelado. Háganos una más grande, y verá como nos levantamos. No hubo réplica. Tampoco iglesia nueva… hasta que la hicimos nosotros. Cuando la visitó ni siquiera nos preguntó por el confesonario; a la vista estaba que no lo había.
En cierta ocasión, durante unos ejercicios espirituales, me tocó por turno concelebrar con un obispo, don Juan María Uriarte. Al terminar la Eucaristía, ya en la sacristía, a los cuatro que le acompañábamos nos recriminó que hubiésemos besado el altar, y nos aconsejó que consultáramos el manual. En efecto, sólo el obispo celebrante debe hacerlo, y los sacerdotes acompañantes hacen reverencia únicamente. Recuerdo aquel gesto con escozor. Fue innecesaria aquella regañina.
Luego he podido comprobarlo cuando he participado en la catedral en las pocas ocasiones en que me persono allí al cabo del año. Pero es que entonces estoy situado bastante lejos del presbiterio, y no hay ocasión propicia para ello. A distancia parece que no te sale el beso.
En fin, que el ritual de los obispos es asaz enmarañado y carente de significado para la mayoría de las personas que asisten a sus celebraciones muy de vez en cuando. Ejemplo de ello es esto que he encontrado, preparándome para recibir a Luis, obispo, en mi parroquia.

Pasos Para Acolitar Con Obispo

Ritos Iniciales:
1. Al iniciar la misa, el obispo después de besar el altar se le recoge el báculo y la mitra.

Liturgia de la palabra:
1. Cuando el obispo se sienta para escuchar las lecturas al igual que el pueblo, se le da la mitra.
Momento del Evangelio:
1. Una vez terminada la segunda lectura, el obispo le hecha incienso al incensario, después el diácono o sacerdote le pide su bendición para proclamar el evangelio, después se le recoge la mitra y se le da el báculo.
2. Una vez proclamado el evangelio, antes de que el sacerdote o diácono llegue hacia el obispo para que éste bese el evangeliario o el leccionario, se le quita el báculo. Una vez que besó el evangeliario se le da la mitra.

Momento del sacramento de la confirmación (cuando se realiza el sacramento de la confirmación)

1. Presentación (mitra)
2. Homilía (mitra)
3. Renovación de las promesas bautismal (mitra)
4. Imposición de manos (se le quita la mitra)
5. Unción del Santo Crisma (se le da la mitra y el báculo) una vez que terminó de
Imponer el Santo Crisma, se recomienda recoger el báculo y la mitra para poder lavarse bien las manos el obispo.
6. Oración universal (sin mitra)
Ofrendas
1. Una vez terminado la oración universal, el obispo va y se sienta para que el diácono o sacerdote preparen el altar con los dones, al momento de sentarse se le da la mitra. Una vez terminado el diácono o sacerdote de preparar los dones, éste invita al obispo para hacer oración sobre los dones, en este momento se le da el báculo y se le recoge cuando llegue al altar (es un movimiento rápido por ser a veces breves la distancia), una vez recogido el báculo se le recoge también la mitra.

Liturgia Eucarística:
1. Después de la oración sobre las ofrendas, se le quita el solideo (el Señor esté con ustedes…)

Ritos Finales:
1. Cuando ya se hay terminado de administrar la comunión, se guarda un momento de silencio (obispo sentado) en este momento se le da el solideo.
2. Al terminar la oración después de la comunión, se le da la mitra y el báculo, esto lo conserva hasta que llegue a la sacristía.

Ya me gustaría que se me explicara el sentido y razón de tanto coger báculo, quitarse mitra y ponerse bonete. O su contraria, que tampoco la entiendo.

¡Qué cosas se me ocurren!




Es mi manera de expresar tu frase “¡qué cosas tienes, miguelangel!” cada vez que algo en mí te sorprendía, grata o infelizmente. Tanto daba, valía para toda ocasión. Aún así, me dejabas trajinar, si era cosa manual, o respirar, si el asunto era de otra calaña. Claro que no mucho tiempo, porque la impaciencia te podía; y más pronto que tarde volvías a ver o preguntabas cómo iba con el tema.
El caso es que el domingo tenemos confirmaciones, y viene Luis. Pero viene de obispo. Y con báculo y mitra. Para ésta tengo apaño. Pero el báculo no está bien apoyarlo en la pared, como si fuera cualquier trasto. Estoy pensando colocarlo erguido, que es lo que corresponde. Y en esas estoy, cómo hacerlo.
¿Cuánto pesa un báculo de obispo? ¿Qué grosor tiene? ¿Cuál es su altura? Son medidas que necesito conocer. Acabo de formular las preguntas por correo extraordinario, que me corre prisa.
En cuanto sepa las respuestas, esta mañana tengo trabajo que hacer y será una digna manera de celebrar este día, tu cumple y mi bautizo. No hay nada mejor que festejar lo que sea haciendo algo productivo.
Pero antes debo saber algo más. En el caso de que venga solo, me tocará a mí tomar y entregar la mitra. ¿Cuándo hay que hacerlo? Voy corriendo a buscar el manual del acólito con obispo, seguro que en internet lo encuentro.
Ya dí con él. Y sabes una cosa, que entre quitar y poner la mitra, recoger y entregar el báculo, retirar y volver a colocar el solideo, el próximo domingo terminaré hecho un ovillo. Espero que Luis sea indulgente.
Ya te he dicho que hoy voy a estar ocupado. También tengo que estudiar, aunque no creo que aprenda nada interesante.
Qué facilito debió resultar mi bautizo. Casi tanto como mi nacimiento, cosas entre paisanos.
Besos para mamá y tu recibe mi cariñoso abrazo

¡Oh, Cristo!




Oh, Cristo, dejado solo y traicionado también por los tuyos.
Oh, Cristo, juzgado por los pecadores y condenado por los jefes.
Oh, Cristo, golpeado en tu carne, coronado de espinas, vestido de púrpura.
Oh, Cristo, atrozmente clavado.
Oh, Cristo, atravesado por la lanza que ha partido tu corazón.
Oh, Cristo, muerto y sepultado. Tú que eres el Dios de la vida y de la existencia.
Oh, Cristo, nuestro único Salvador, volvemos otra vez a ti este año con los ojos bajados de vergüenza y con el corazón lleno de esperanza.
Qué vergüenza por todas las imágenes de devastación y de destrucción, de naufragios, que se han convertido en ordinarias para nosotros.
Vergüenza por la sangre inocente que cotidianamente se derrama de mujeres, de niños, de emigrantes, de personas perseguidas por el color de su piel, o por su pertenencia étnica, social o por su fe en ti.
Vergüenza por las demasiadas veces que, como Judas y como Pedro, te hemos vendido y traicionado, y dejado solo para morir por nuestros pecados, escapando como cobardes de nuestras responsabilidades.
Vergüenza por nuestro silencio frente a la injusticia, por nuestras manos vagas para dar y ávidas para quitar y confiscar, por nuestra voz que defiende nuestros intereses y tímida para hablar de los intereses de los otros, por nuestros pies veloces sobre el camino del mal y paralizados sobre el del bien.
Vergüenza por todas las veces que nosotros, obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas, hemos escandalizado y herido tu cuerpo, la Iglesia, y hemos olvidado nuestro primer amor, nuestro primer entusiasmo, nuestra total disponibilidad, dejando arruinado nuestro corazón y nuestra vocación.
Tanta vergüenza, Señor…
Pero nuestro corazón también está nostálgico de la esperanza confiada en que tú nos tratas no según nuestros méritos, sino según la abundancia de tu misericordia; que nuestras traiciones no hacen venir a menos la inmensidad de tu amor; que tu corazón materno y paterno no nos olvida por la dureza de nuestras vísceras.
La esperanza segura de que nuestros nombres están escritos en tu corazón y que estamos colocados en la pupila de tus ojos.
La esperanza de que tu cruz transforma nuestros corazones endurecidos en corazones de carne capaces de soñar, de perdonar y de amar; que transforma esta tenebrosa noche de tu cruz en alba fulgurante de tu resurrección.
La esperanza de que tu fidelidad no se basa en la nuestra, la esperanza de que la lista de hombres y mujeres fieles a la cruz continua y continuará a vivir fiel como la levadura que da sabor, y como la luz que abre nuevos horizontes en el cuerpo de nuestra humanidad herida.
La esperanza de que tu Iglesia buscará ser la voz que grita en el desierto de la humanidad para preparar el camino de tu regreso triunfal cuando vengas a juzgar a los vivos y a los muertos.
La esperanza de que el bien vencerá a pesar de su aparente fracaso.
Señor Jesús, hijo de Dios, víctima inocente de nuestro rescate, delante de tu misterio de muerte y de gloria, ante tu patíbulo nos arrodillamos avergonzados y esperanzados, y te pedimos que nos laves en el lavatorio de la sangre y del agua que brotaron de tu corazón abierto.
Perdona nuestros pecados y nuestras culpas.
Te pedimos que te acuerdes de nuestros hermanos arrancados por la indiferencia de la guerra y de la violencia.
Te pedimos romper las cadenas que nos tienen prisioneros en nuestro egoísmo, en nuestra ceguera voluntaria y en la vanidad de nuestros cálculos mundanos.
Oh Cristo, te pedimos que nos enseñes a no avergonzarnos jamás de tu cruz, a no instrumentalizarla, sino que la honremos y la adoremos porque en ella tú nos has manifestado la monstruosidad de nuestros pecados, la grandeza de tu amor, la injusticia de nuestros juicios y la potencia de tu misericordia.
Amén.
Papa Francisco. Oración en el Via crucis del Viernes Santo.