Esta noticia me ha llenado de pena. Resulta que en
Solentiname hay un rico hotel que disputa nada menos que el presidente de
Nicaragua, mejor dicho su señora, al por mí venerado anciano ya Ernesto
Cardenal, religioso trapense, poeta, exministro sandinista y liberador de esclavitudes
de todo tipo empezando por lo más elemental: el pan y la palabra. Lo había
leído en un medio informativo de ultramar, pero hoy aparece en ElPaís
peninsular. Una millonada le piden como indemnización por daños a terceros (?).
No veo claros los motivos, pero todo apunta a que es por revancha política,
traducida a moneda de curso legal. Ernesto Cardenal, que se metió y dejó la
política por rebeldía contra lo que estaba viendo, ahora que sigue dando guerra,
se ve ante los tribunales, y condenado.
¡Cómo no voy a estar apenado! Por el hecho en sí, y
por lo que me imagino. Yo a Solentiname nunca la soñé como un apetecible
turístico, sino como lugar entrañable de convivencia, donde las gentes
sencillas salían de la esclavitud que supone la ignorancia y el desapego de sus
autoridades para constituir un pueblo sabio y libre. Sus rostros los veía tras
de sus palabras cuando comentaban los evangelios que yo leía ávidamente para
transplantarlos a mi terruño. Tenían nombres propios: William, Donald, Rebeca, Olivia,
Julio Guevara, Elbis, Gloria, Mariíta, Antenor, Tomás Peña, doña Chalía,
Teresita, Natalia, Rosita, Pancho, María… Era Ernesto el guía, pero ellos
actuaban por sí mismos desde lo que ya tenían dentro de sí antes de que él los
“convirtiera” en protagonistas.
Eran la comunidad del Evangelio en Solentiname, una
islita apartada de un país que entonces sabíamos que quería resurgir y tener
voz propia.
Han pasado muchas cosas, incluida una guerra, y un
viento huracanado se ha llevado la mayor parte, dejando aquello que viví con
ilusión como un sueño irreal, inexistente.
Lo siento por Ernesto, pero mucho más por aquellos
pobladores de Solentiname. ¿Qué será de todos ellos?
¡Viven! Están todos vivos, solo que un poco cambiados…
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