La cuesta de San Antón



Fotografía tomada de http://ojodecastromocho.blogspot.com.es

Mi pueblo tiene una cosita que no la tienen otros: la cuesta, al pie de Santa María. Por San Antón, tras la santa misa, burros y caballos, mulas y yeguas, el 17 de enero honraban al santo llevando sobre sí aguerridos jinetes a lo largo de la corta pero empinada subida hasta el rellano de la iglesia de la Reina de los Ángeles, justo enfrente de mi casa. Sólo fui testigo de este evento hasta los cuatro años; luego ya no tuve ocasión, estaba en la ciudad y en el colegio.
¿Qué recuerdo de aquello? Poco, y suficiente. Los animales bonitamente enjaezados, los mozos enardecidos por llegar arriba los primeros, y el pueblo casi entero jaleando y disfrutando. Y mucho frío.
Por entonces, un poco antes o un poco después, matábamos al marrano y agarrándole del rabo lo llevábamos a la hoguera para que se churruscaran los pelos, –las cerdas–, y poder luego comer las orejas asadas sin pelillos en la boca.
No recuerdo haber llevado ovejas, gallinas, conejos o similares para que recibieran bendición alguna; tal vez no fuera costumbre; puede que no lo consideráramos; quizá pensáramos no la necesitaran los que en todo proveían en nuestro beneficio con su trabajo, su leche, sus huevos, su carne…
Tanto dependíamos en todo de los animalitos que los cuidábamos hasta el extremo de dar casi la vida por ellos. A cambio, los exprimíamos a conciencia. Del cerdo, hasta el rabo; de las gallinas, hasta las plumas; y de las ovejas, hasta las cagalitas. Las mulas y équidos eran la clase superior dentro del gremio: sin ellas y ellos no había pan que llevar a la boca. La cecina era el último aprovechamiento, tras una vida trabajada hasta la consunción.
Fotografía tomada de http://ojodecastromocho.blogspot.com.es
San Antón era un santo muy querido en mi pueblo. Creo que aún lo sigue siendo. Urbanita como soy desde que dejé Castromocho, sigo en comunión con toda clase de animales. Ahora disfruto de esta compañía, ellos son mi alegría y mi responsabilidad.
Gumi, Luna y Tano
Y de san Antón ¿qué? Pues lo que dicen las crónicas: que fue un señor que se deshizo de sus bienes para irse a vivir en solitario una existencia austera; le imitaron y desde entonces se le conoce como el santo del desierto, porque fue en la Tebaida donde se curtió frente a las duras tentaciones, y donde ejerció como padre del eremitismo porque hizo de ser anacoreta escuela. Lo de los animales vino después, y arraigó tanto que no hay mascota que se precie que no se acerque hoy al Salvador para que Pepe le eche la bendición.
Fotografía tomada de http://www.elnortedecastilla.es

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