Eso me soltó un galopín recién llegado a catequesis
al verme tratando de dirigirles el canto en el primer día. La voz salía de mi
boca difuminada y desparramada por el enorme hueco de la ausencia de incisivos,
caninos y… para qué seguir enumerando.
¡Bien empezamos! pensé, mientras trataba de
solventar la situación sin salir demasiado escaldado.
Grité ¡silencio!, para que escucharan la melodía,
porque con ellos cantando al tiempo que yo, sin sabérsela, era mucho follón. No
tuve que insistir, es la verdad, y conseguimos al fin cantar decentemente el
himno de la catequesis, con el que todos los años nos estrenamos.
Esta hoja está rota, dijo otro, levantado el papel
de canto, demasiado sobado de tanto uso. Necesita un remiendo, respondí. ¿Qué?
Y tuve que parar para enriquecer su vocabulario con una palabra nueva.
Imposible; no saben lo que es ropa remendada, no la llevan.
Si mi falta de piezas dentarias les lleva a pensar
que ya estoy caduco, verme remendar calcetines y bajos de los pantalones no
quiero ni imaginar a qué conclusiones más les llevaría sobre mi persona.
Pasó por fin el comienzo, y salieron al terminar
corriendo a contar a sus papás y a sus mamás lo que acaban de hacer allá
arriba. Besos y más besos, como si hubieran estado separados no digo horas,
semanas, en un reencuentro que a buen seguro estará repleto de pequeñas
anécdotas que contar con sus nuevos amiguitos, las catequistas, las historias
escuchadas y vividas, el canto dirigido por mí incluido, y la expectativa de
que el próximo día volverán tan contentos para vivir nuevas experiencias.
Si me creyera que esto no sirve para nada, también debería
considerarme, además de desdentado, un carcamal ya sin futuro ni esperanza.
Ay, Miguel Ángel, la edad, la edad. Yo me pude retirar en su momento, pero ya veo que los curas no tenéis retiro. De todos modos, te diré que los nenes de ahora tienen un mimorreo que no es normal. Anda que le iba yo a decir nada al cura de mi parroquia ni al del colegio. Eran curas imponentes, vamos, de los que se imponían, lo cual tampoco era muy bueno. Por cierto, yo también remiendo la ropa.Debe ser cosa de la quinta.
ResponderEliminarLa pena es que mis zurcidos son horribles. Ya me gustaría llevarlos como los de entonces, que eran obras de arte. Con todo, prefiero un mal cosido antes que un agujero. Y la ropa, hasta que quede inservible; me da mala conciencia dejarla de buen uso.
ResponderEliminarEn efecto, Fuensanta, nos quieren hasta que también estemos inservibles. Y no es por mala conciencia, según creo; pues no alardean poco donde hay curitas jóvenes. Debe ser para que no nos demos a los malos vicios.
¡Ah! y una cosa más: mis dientes ya eran viejos cuando yo era pequeño. ¿Me los pondrían de segunda mano?