Horario de invierno





Levantarme con el sol ya amanecido no me ha compensado de salir de Sanyres con la noche cerrada. El cambio de hora me ha privado de ver amanecer y anochecer. Lo dicho, un desastre.
Los trescientos millones de ahorro estimado, ¡qué son sino unas migajas frente a los veinte mil millones que según las expectativas más pesimistas hemos de recortarnos! Más valía no forzarnos a la oscuridad ya que el futuro está tan negro; con más sol sería más llevadero.
Me resisto a terminar este mes con la tristeza que percibo ahí fuera, en la gente, y con la que me han pegado al alma los políticos de turno. A ello me he afanado esta mañana, con la primera lectura de la liturgia en la mano, del libro de la Sabiduría, pero no he notado entusiasmo. Y eso que estas frases, «24 Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste», «Tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida. 1 Pues tu soplo incorruptible está en todas ellas», hablan de y para nosotros.
Menos mal que adiviné algún gesto de alivio cuando aseguré que nadie se va a quedar, ni aquí ni en ninguna otra parte de la Iglesia universal, sin funerales como dios manda, hagan lo que sea con sus restos familiares y allegados.
Lo otro que dije de que el papa está tratando de restañar las heridas con los luteranos y caminar a paso decidido hacía una comunión de hermanos separados, no pareció llamar mínimamente la atención. Si por fin se rehabilita a Lutero, no veo por qué no van a poder entenderse en nuestro país los partidos progresistas.
Si no lo entienden ni se lo proponen, esto va a ser peor que los tiempos de la contrarreforma. Al tiempo.
Y esto me desvela.

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