Han sido tantas las veces que me ha ocurrido que, con el permiso de la
concurrencia, utilizo el determinado, la, aunque sé muy bien que no se trata de
una sola y de ella misma. En cada ocasión ha ocupado el lugar una diferente;
distintas en el tamaño, la textura, el color y, por supuesto, la composición.
Pero en resumidas cuentas, la misma siempre.
Y eso ya calce zapato, mocasín, alpargata, sandalia o bota de montaña.
Indefectiblemente, cuando menos lo espero, la piedrecita de marras se cuela por
algún resquicio y se instala ya en el talón, ya entre los dedos, incluso debajo
de la planta. Pero, situada, empieza a molestar.
El otro día no fue en los zapatos. Pero casi. Justo al terminar un viaje
a Villagarcía de Campos, todo por autovía, entro en el barrio y, al reducir la
velocidad, comienza a sonar una musiquilla extraña que el corsa no conocía.
Pensé por un momento que algo ocurría en las casas de mi izquierda. Al no haber
acera, se circula casi rozando las fachadas, de modo de ahí pensé que estaba el
asunto. Pero al girar ya para casa, donde sólo hay tapia, el ruidito volvió.
Mosqueado, me dirigí al taller de enfrente y expuse mi inquietud. No te
preocupe, míguel, ahora mismo lo mira Carlos. Y en efecto, lo miró y no
encontró nada extraño. Puedes ir tranquilo, que no le pasa nada. Pero aquella
noche, al volver de la piscina decidí que o lo miraban o lo miraban; así no
podía conducir. Como era sábado, el domingo el corsa no se movió. El lunes por
la mañana avisé a y nada más abrir se lo llevaron. Ya está, me dijeron al
ratito. Qué cosa es? ¡Una piedra! En efecto, en un encaje que tiene la pastilla
del freno, ahí estaba. Ya te cambiamos los frenos, que están bajos. Y así se
justificó el desarmaje, con los frenos nuevos.
Y es que la piedra es imprevisible. Llega, se instala, y molesta.
En los viejos zapatones de papa Francisco vuelve a joder la piedra. Su
nombre esta vez es checo. También cardenal, como acostumbra. Y por consiguiente
tiene excelencia y reverencia; pero responde a Duka, que ya es responder,
Dominik Duka, arzobispo de Praga.
Me hace mucha gracia que un miembro, siempre el mismo, de ese cuerpo
pretoriano papal que es el cardenalato, formado por quienes han jurado derramar
su sangre por el sumo pontífice, de ahí su color, el de la vestimenta, esté día
sí y día también saliendo a la palestra a tirarle al bueno de Francisco de la
oreja, por mal teólogo, por montonero, por populachero, por simple, o por hacer
de vulgar titiritero. En resumidas cuentas, han decidido ser mosca cojonera,
ahora que el personal está a una con el papa porque habla y se le entiende,
hace y se le reconoce, viaja y se le recibe, riñe y se le escucha.
No son piedras del camino, que se pueden sortear. Son la pieza en el
zapato que no queda otra sino descalzarse y andar a pies desnudo. Eso o coger
la piedra y mandarla a tomar viento.
Soy de la creencia que este papa no siente ninguna vergüenza por salir
descalzo de Santa Marta y dejar sus viejos zapatos al pie de la mesilla. La
piedra de marras puede seguir cantando, si le place. No creo que nadie se pare
a escucharla.