¿Prometiendo en vano?



Dejé al olivo tan perjudicado cuando el domingo de ramos que temí por él. No se ha quejado del corte tan tremendo que le propiné, y sale de este mes más exuberante que nunca. No espero que todo eso sean olivas; ya con verlo así me considero bien pagado. Si al fin consigo verlas madurar, tendré que pensar cómo organizarme con el aceite resultante. No suelo, en los últimos tiempos, tener tal tipo de satisfacción, y se agradece. Curiosamente nadie me lo ha hecho notar, a pesar de estar tan a la vista.
Son las parras y sus racimos ya formados los que atraen su atención, la de todo el mundo. Y me avisan para que no me descuide, porque saben muy bien que si quiero comer uvas tengo que azufrar a tiempo. Definitivamente en esta tierra el vino es el vino, y los olivos… simples adornos. ¿Quién va a confiar en ellos? Son una mera promesa; el vino, el vino es el presente cierto y ha de ser por fuerza también el futuro esperado.

Tiempo para meditar



Esta mañana Gumi se libró del collar y se fue a su bola entre los pinos. Durante bastante tiempo no se alejó, incluso se acercaba lo suficiente como para que no le pudiera echar mano. Ya te cogeré, me dije. Pero no. Y en un momento dado, se perdió en el bosque de encinas que hay en medio del pinar. No volvió y tampoco pudimos esperarlo. Volví a media mañana, y armado de santa paciencia y con el kindle entre las manos, comencé a caminar al tiempo que rezaba maitines. La primera lectura, muy apropiada al momento, no me desanimó a pesar de su “consistencia”. Esta es:
Luego me dije: «Voy a probar con la alegría y a gozar de los placeres». Pero también esto resultó puro vacío. Llamé a la risa «locura», y dije de la alegría: «¿Qué se consigue?». Exploré atentamente, guiado por mi mente con destreza: traté mi cuerpo con vino, me di a la frivolidad, para averiguar cómo puede el hombre disfrutar durante los contados días de su vida bajo el cielo.
 Me puse a examinar la sabiduría, la locura y la necedad. ¿Qué hará el hombre que me suceda como rey? Sin duda lo que otros ya han hecho. Así observé que la sabiduría es más provechosa que la necedad, como la luz aprovecha más que las tinieblas.
 El sabio lleva los ojos puestos en la cabeza, pero el necio camina en tinieblas.
Si, pero comprendí que una suerte común les toca a todos. Así que me dije: «La suerte del necio será mi suerte: ¿qué saqué en limpio siendo tan sabio?». Y concluí que hasta eso mismo era vanidad. En realidad, nadie se acordará jamás del necio ni del sabio, ya que en los años venideros todo se olvidará. ¡Tanto el sabio como el necio morirán! Y así aborrecí la vida, pues encontré malo todo lo que se hace bajo el sol; que todo es vanidad y caza de viento.
 Y aborrecí todo el trabajo con el que me fatigo bajo el sol, pues se lo tengo que dejar a un sucesor. ¿Y quién sabe si será sabio o necio? Él heredará lo que me costó tanta fatiga y sabiduría bajo el sol. También esto es vanidad. Y acabé por desengañarme de todos mis trabajos y fatigas bajo el sol. Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave dolencia. Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa su mente. También esto es vanidad.
 El único bien del hombre es comer y beber, y regalarse en medio de sus fatigas. Pero he visto que aun esto es don de Dios, pues ¿quién come y goza sin su permiso? Al hombre que le agrada le concede sabiduría, ciencia y alegría; al pecador le proporciona la tarea de juntar y acumular, para dejárselo después a quien agrada a Dios. También esto es vanidad y caza de viento. (Eclesiastés 2, 1-3. 12-26)
Y al tiempo que leía y rezaba me acordaba de ti, Camino, y de muchas cosas que vivimos. Terminé maitines y luego laudes. Entonces a mi grito apareció Gumi y no sin alguna resistencia pude engancharlo. De vuelta con el ramal en la mano, sin prisas porque la mañana ya estaba destrozada, pensé en lo de vanidad y calculé a bulto quiénes nos juntaríamos por la tarde, y no logré una cantidad suficiente. Hace cinco años no cabíamos todos dentro. Hoy estaremos en familia. No hay vanidad que valga cuando las cosas en común son importantes.

En el expositor



A Tano le gusta volver del paseo pinariego de esta guisa, mirando a los que nos persiguen. A esa hora no suele circular mucho personal, de modo que no creo que lo haga para exhibirse. En todo caso tal vez quiera secarse la humedad recogida entre la maleza envuelta en el rocío de la mañana, porque el sol entonces nos da de espaldas y ya calienta. Esta tarde los he llevado conmigo hasta parquesol y, mientras Gumi se acomodaba en el asiento trasero y Luna en la parte baja del corsa, él se colocó en lo alto del palo mayor. Como siga así alguien va a estar tentado de pegar una pedrada al parabrisas trasero y llevárselo en un bolsillo, dije para mí mientras tiraba de mochila. Pero no, a la salida, se había situado junto a Luna, y estaba fuera de miradas asesinas. Ahora que he cogido el estilo para reducirle la melena y le corto el pelo de dos golpes de tijera, me fastidiaría mucho que se lo llevaran para colocarle de adorno en vaya usted a saber que vehículo a motor.
Llegó siendo, no perro flauta, perro mordedor; mordía su propio rabo. Ha cambiado mucho, puede que con la edad, puede que con la compañía, puede que sean otros los motivos. No es, sin embargo, un florero. Es amable, saluda a todo el mundo, e incluso parece que está disponible para irse con cualquiera. Pero sólo lo parece, ya sabe dónde está su sitio y a quién le quiere fidelidad. Es más, yo diría cariño, porque amor son palabras mayores.
Hoy, precisamente, cumple dos años. Tano ya es mayor.

Celebrando a nuestro santo patrón



Pues sí, nos juntamos todos, o casi; no los conté, pero hacíamos bulto. Primero en un cine que nos hemos encontrado, que resulta que ha pasado a nuestras manos por esas cosas de la vida y de las herencias. ¡Cuántas pelis de vaqueros en sesión doble he visto yo en el Cervantes! Coqueto y pinturero, a partir de ahora va a servir además para otros menesteres. Como al que tuve el gusto de asistir ese día, una charla o conferencia. Aunque más bien consistió en un desgrane de experiencias de un buen cura palentino que nos relató parte de su vida. El asunto trataba sobre las bondades de ser cura. Ahí estuvimos a primera hora.
Luego nos dirigimos al Santuario para la magna celebración eucarística. Y buen magna. Yo hubiera deseado una cosa sencillita y familiar. Pero no fue el caso. Con ribetes de pontifical, no le faltó detalle; tampoco tiempo: hora y media. Quienes participamos sin revestirnos –con ropa de calle– observamos esos bancos vacíos tanto al comienzo como a la terminación. Incluso el himno a nuestro patrón San Juan de Ávila fue cantado íntegro a pleno pulmón por quienes ocupábamos los bancos traseros, vacíos los delanteros, porque los “revestidos” ya se habían pirado. Por cierto, el acompañamiento del órgano me puso los dientes largos.
Finalmente, la tercera estación también tuvo lugar justo al lado, en el Centro de Espiritualidad. Ya me parecía a mí que los trabajos de aquel día, en que Fernando pulía aquellas baldosas de los tiempos de Felipe II para sacarle la cera de siglos, tenía un cometido muy especial: convertir el enorme pasillo en comedor principal. Allí nos congregamos finalmente para compartir mesa y charla, cordero y vino de la tierra.
A las cinco de la tarde, con el cuerpo amuermado de no gozar la siesta, salí al jardín aparcamiento y pedí en “Acogida” que me abrieran el portón. A lomos de mi bici recorrí el final de José María Lacort, giré a la izquierda –desobedeciendo una señal que lo prohíbe– para embocar Alonso Pesquera, luego otra vez a la izquierda para pasar por delante de la puerta santa del Santuario y me dirigí hacia el sur, el lugar que me corresponde.
Atrás quedaban la corte y sus cancillerías.

La piedra en el zapato



Han sido tantas las veces que me ha ocurrido que, con el permiso de la concurrencia, utilizo el determinado, la, aunque sé muy bien que no se trata de una sola y de ella misma. En cada ocasión ha ocupado el lugar una diferente; distintas en el tamaño, la textura, el color y, por supuesto, la composición. Pero en resumidas cuentas, la misma siempre.
Y eso ya calce zapato, mocasín, alpargata, sandalia o bota de montaña. Indefectiblemente, cuando menos lo espero, la piedrecita de marras se cuela por algún resquicio y se instala ya en el talón, ya entre los dedos, incluso debajo de la planta. Pero, situada, empieza a molestar.
El otro día no fue en los zapatos. Pero casi. Justo al terminar un viaje a Villagarcía de Campos, todo por autovía, entro en el barrio y, al reducir la velocidad, comienza a sonar una musiquilla extraña que el corsa no conocía. Pensé por un momento que algo ocurría en las casas de mi izquierda. Al no haber acera, se circula casi rozando las fachadas, de modo de ahí pensé que estaba el asunto. Pero al girar ya para casa, donde sólo hay tapia, el ruidito volvió. Mosqueado, me dirigí al taller de enfrente y expuse mi inquietud. No te preocupe, míguel, ahora mismo lo mira Carlos. Y en efecto, lo miró y no encontró nada extraño. Puedes ir tranquilo, que no le pasa nada. Pero aquella noche, al volver de la piscina decidí que o lo miraban o lo miraban; así no podía conducir. Como era sábado, el domingo el corsa no se movió. El lunes por la mañana avisé a y nada más abrir se lo llevaron. Ya está, me dijeron al ratito. Qué cosa es? ¡Una piedra! En efecto, en un encaje que tiene la pastilla del freno, ahí estaba. Ya te cambiamos los frenos, que están bajos. Y así se justificó el desarmaje, con los frenos nuevos.
Y es que la piedra es imprevisible. Llega, se instala, y molesta.
En los viejos zapatones de papa Francisco vuelve a joder la piedra. Su nombre esta vez es checo. También cardenal, como acostumbra. Y por consiguiente tiene excelencia y reverencia; pero responde a Duka, que ya es responder, Dominik Duka, arzobispo de Praga.
Me hace mucha gracia que un miembro, siempre el mismo, de ese cuerpo pretoriano papal que es el cardenalato, formado por quienes han jurado derramar su sangre por el sumo pontífice, de ahí su color, el de la vestimenta, esté día sí y día también saliendo a la palestra a tirarle al bueno de Francisco de la oreja, por mal teólogo, por montonero, por populachero, por simple, o por hacer de vulgar titiritero. En resumidas cuentas, han decidido ser mosca cojonera, ahora que el personal está a una con el papa porque habla y se le entiende, hace y se le reconoce, viaja y se le recibe, riñe y se le escucha.
No son piedras del camino, que se pueden sortear. Son la pieza en el zapato que no queda otra sino descalzarse y andar a pies desnudo. Eso o coger la piedra y mandarla a tomar viento.
Soy de la creencia que este papa no siente ninguna vergüenza por salir descalzo de Santa Marta y dejar sus viejos zapatos al pie de la mesilla. La piedra de marras puede seguir cantando, si le place. No creo que nadie se pare a escucharla.

El puente térmico



Acabado de dar el visto bueno al zuncho perimetral en hormigón que corona los muros exteriores y refuerza todo el edificio, y habiendo ya decidido que no habría falso techo y que por lo tanto ese elemento constructivo quedaría dentro del espacio habitado, advirtió que con los fríos exteriores y los calores interiores saldrían sí o sí manchas oscuras de moho por mor de la condensación. No podía consentirse tal desaguisado, advirtió el técnico con mando en plaza. Convenía encontrar algo con que cubrirlo, tipo placa con apariencia de madera o similar.
En un momento me dirigió la mirada. Debió comprender que en mí están las cosas simples, y entonces me preguntó ¿qué te parece? Con un encogimiento de hombros, respondí por mí está bien en cemento, tal como está. Perfecto, añadió; lo dejamos como está, en gris oscuro.
A la mañana siguiente entraron los señores pintores y, en menos que se pela una naranja, embadurnaron todo de un blanco refulgente. Cuando lo vi, cerré los ojos. Alguien debió advertirles que aquella franja superior no debía estar pintada, y cuando volví a aparecer por allí estaba lavada. No debió gustarles aquella corrección, porque no se esmeraron demasiado. Dejémoslo así, me dije; ya buscaré la solución en otro momento y sin dar a nadie explicaciones.
Ha llegado mayo y empiezo a tener tiempo para mis trabajos manuales. Con paciencia y agua, un cubo y un cepillo de dientes jubilado estoy haciendo que el cemento parezca cemento. Nunca tendrá ese puente térmico manchas sospechosas, porque no voy a calentar el interior hasta el extremo de que se produzca la temida condensación. De modo y manera que no voy a consentir que, sin entrar en acción, ya esté hecho una birria.
Puente térmico se define, según el Código Técnico de Edificación,  como “aquella zona de la envolvente térmica del edificio en la que se evidencia una variación de la uniformidad de la construcción, ya sea por un cambio de espesor del cerramiento o de los materiales empleados, por la penetración completa o parcial de elementos constructivos con diferente conductividad, por la diferencia entre el área externa e interna del elemento, etc., que conllevan una minoración de la resistencia térmica respecto al resto del cerramiento”. Dicho con menos palabras y más claridad: puente térmico es aquella zona de la envolvente de nuestra vivienda por la que se transmite más fácilmente el calor. En verano está ardiendo y en invierno helada. Por ahí se pierden nuestros dineros en calefacción o refrigeración, según la estación del año que consideremos.
Esto no sólo es aplicable a una edificación; también lo es, por poner un ejemplo cualquiera, a una gran institución como puede serlo la Iglesia Católica. También en ella pueden descubrirse puentes térmicos. Es decir, zonas de su estructura envolvente por las que se pierde calor, atraviesa el frío, amén de otras fuerzas y energías, sean positivas o negativas.
Acabo de encontrar un puente de esos por los que se nos escapa la alegría a raudales y entra un frío enjuizador que mete miedo. Tiene una extraña forma: aparenta ser un ejemplar humano de sexo masculino, pero en realidad es un enorme perno* que se supone sustenta el entramado del edificio, sin cuyo concurso todo se derrumbaría. Es el dirigente máximo del Dicasterio para la Defensa de la Fe, Cardenal Gerhard Ludwig Müller**. No me extrañaría que papa Francisco*** junto a él pase frío: temo que es un auténtico agujero negro.
Mi agua y mi cepillo poco valen, pero están disponibles.
*perno
  1. nombre masculino
Pieza metálica cilíndrica, larga y de cabeza redonda que se asegura por el extremo opuesto con una tuerca, una chaveta o un remache, para afirmar piezas de gran volumen.

**Qué poco ha sabido aprovechar de su valedor el profesor, cardenal y obispo Karl Lehmann, y de la amistad del no menos profesor y benemérito Gustavo Gutiérrez.

***Papa Francisco, a estas alturas de la peli, ya sabe bien dónde tiene puentes térmicos y quiénes son lobos disfrazados de ovejitas luceras.

Este año sí que tengo lilas



Y puedo ofrecerte un mogollón de ellas. Temí que las lluvias largamente anunciadas –sabes qué, ahora te dicen cómo va a ser el tiempo con dos semanas de adelanto– y una primavera un tanto extraña lograran un año más impedirme hacer siquiera un manojo de lilas que poner en la capilla. Pero quiá, ha llegado mayo con sus calores y ahí están los lilares hechos una hermosura. Hay para dar y tomar. El próximo domingo, la Ascensión, me luzco de florista.
Han tenido que pasar once años para que se diera la conjunción de fechas. Decididamente es tu día, feliz ascendida. Pero también es mi día, no sólo por mi primera comunión en 1955, sino porque cada vez que llega esta fiesta experimento, como una necesidad innata, no pertenecer a esta tierra, estar pisando suelo sin necesitarlo, y notar que la mirada se me escapa más allá de donde acaba el horizonte.
Como no encontraba ángulo para la foto, subí y me asomé por la ventana. Entonces estuve tentado de tirarla hacia adentro, pensando que tal vez querrías ver cómo han dejado el interior de remozado y rebonito. Con las vigas a la vista, las paredes pintadas a gotelé blanco y el techo a la altura adecuada, estas viejas naves han vuelto a nacer. Pero me contuve y seguí a la que iba, a las lilas.
Al bajar por la escalera exterior no pude menos que fijarme en el acebo de la esquina. Tuve que podarlo inmisericordemente para dejar espacio, ya que por ahí han tenido que subir a catequesis durante las obras. Aún así, ha florecido y de qué manera.
Para terminar el día, ya en la tarde me pilló una nube justo cuando estaba de paseo con mis perrillos. No me importó la mojada porque vi un arco iris de película. Lástima no llevar la máquina para ponértelo.
Me apetece despedirme con esta miniversión de Los Sitios de Zaragoza al piano, que tantas veces te escuché pasándote las páginas.

Te quiero. Besos también para papá.

La Rogativa




Nada más verlo se me ocurrió la comparanza con nuestra situación política estatal, que justo al acabar el día de hoy vuelve a declararse en desgobierno. Han demostrado los partidos políticos su incapacidad. Aún así, ya están preparándose para volver a las andadas de postularse ante el respetable… Ignoro lo que esperan de nosotros, y ya he comprobado que ellos no sirven.
Un pueblo pequeño, con su diversidad y sus afinidades afirmadas a lo largo de los siglos, aparca lo que desune y juntos deciden hacer lo que corresponde; y no va a faltar nadie, porque todos y todas son necesarios/necesarias. ¡A ver si no cómo van a llevarse todos estos “tronos”! Nadie crea que el premio prometido por el ilustrísimo ayuntamiento de la localidad será el motivo que movilice a la ciudadanía. Sería rastrero pensar así.
He intentado echar números, y no me salen. Pero estoy completamente seguro de que, vengan de donde vengan, a la hora establecida habrá suficientes hombros para cargar andas y brazos para portar guías, varales y pendones.
Quien lo dude, lo tiene bien fácil. Acercarse a los montes Torozos y recalar en Castromonte, Valladolid.
La cena ignoro si es sólo para “socios”, o se admiten invitados. La procesión es en abierto, con toda seguridad.

¡Estamos en mayo!



O sea que: María pasa a ocupar su lugar, el de preeminencia. Todas mis flores son para ella. A todas y todos alcance la suave fragancia de mis lilas, cuidadas para honrar a María, la reina de las flores.
Sírvanse seguir diariamente el título de cabecera Flores a porfía, para María. No tiene pérdida; son 31 pasos plenos de colorido, aroma y densidad.
Gracias a la estructura interna de blogger puedo publicar aunque en mi alborotada agenda la fecha sea pasada. No importa. Al fin y al cabo ¡qué es un día antes o un día después!