Treinta y cuatro o treintaicuatro, qué más da


Desde que, pateando el barrio en busca de un lugar apropiado, me “descubrieron” aquellos edificios en desuso y puestos en venta para edificar con ventaja, atisbé aquella casita en medio de la ruina, y decidí que aquel era mi destino, pasaron casi ocho meses. Deshojar la margarita resultó doloroso, mucho. Dejar el cobijo acolchado de una convivencia dulce para vivir en solitario no fue precisamente fácil. Por eso, la decisión hube de tomarla de golpe en un solo día, precisamente el 25 de septiembre después de cenar. El postre fue salir hacia el nuevo destino.
No llevaba demasiado equipaje. El saco de dormir, mi mesa camilla, útiles de aseo personal y algunos pocos libros. Atravesé la ciudad silenciosa, encontré mi nuevo barrio oscuro y solitario en medio de los campos y entré en la casa desanimada, mucho tiempo ya deshabitada. En el suelo desnudo, –sobre los almohadones del enorme sofá que costosamente habíamos introducido en la mínima vivienda colocados en hilera–, aquella noche la pasé tumbado tapado hasta la cabeza. No pegué ojo, y aún así me levanté fresco y decidido a poner las cosas en su sitio.
Hubo otras noches en blanco, pero eso fue luego, nada significativo teniendo en cuenta que bajo este techo y entre estas paredes llevo treinta y cuatro años habitando.
Al frugal desayuno de aquella lejana mañana han seguido otros muchos, bien que más magros y asaz placenteros, y en absoluto solitarios: los gorriones retozando en el patio han sido verdaderamente compañeros.
Mis recuerdos se hacen ahora patentes, mientras unas manos laboriosas y entendidas tratan de poner en mejor orden lo que durante mucho tiempo ha tratado de ser un hogar. Mi casa.

2 comentarios:

  1. Tu casa será siempre desde que entraste en ella. Ahora tiene mas luz, más vida, más orden, más de ti, más alma.
    Que sigan las obras de restauración. Besos

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  2. En realidad es una casa prestada. Y de esta guisa he pasado más de la mitad de mi vida, se puede decir que es la casa que más me está durando, aunque no es mía. Lo cual no deja de sorprenderme. No están los tiempos para durar tanto…

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